viernes, 27 de marzo de 2015

¿Y los ateos tienen alma?

A veces me pregunto cómo he podido estar tanto tiempo sin saber algo que ahora me parece indispensable. Estudio, leo, charlo con gente interesante y todavía un día me sorprendo con alguna cuestión que a mí me parece extraordinariamente trascendente, aunque ciertamente no a todo el mundo le transmita la misma emoción: no hay nada más decepcionante que explicar lo que a uno le parece la bomba y recibir una expresión indiferente de su interlocutor, que o bien ya conocía aquello que para ti es nuevo y no le encuentra la gracia o bien lo ignoraba y tampoco parece apreciar la utilidad que tiene saberlo. Es posible que después de tan frustrado contacto se tercie un comentario que aún me hace sentir peor, porque me hace quedar como una cría que se apasiona excesivamente con alguna nadería, como una tiza - ¿quién no aprovechó los minutos previos a la entrada del maestro para escribir y dibujar en la pizarra? - Pero volviendo al caso, les confieso que me asombra no haberme topado antes con “La controversia de Valladolid”. 

Temo su reacción, no crean, que hasta puede que piensen que no es digno de una columnista no haber sabido antes que entre 1550 y 1551 se dio lugar un debate en la citada ciudad para dirimir si los indígenas americanos eran o no seres humanos con alma, y qué trato debían recibir. En una facción, Ginés de Sepúlveda, sacerdote y erudito de la época, cronista real y confesor del Rey que afirma que los indios del recién descubierto Nuevo Mundo no tienen alma, que son salvajes que han nacido para ser esclavos. Frente a él, Bartolomé de las Casas, un sacerdote dominico apasionado defensor de la dignidad de los nativos. El descubrimiento de América fue, como escribió Lévi-Strauss, el descubrimiento repentino del otro, de la existencia de seres que no se habían previsto y que “verificaban y desmentían al unísono el divino mensaje (...) puesto que la pureza de corazón, la conformidad de la naturaleza, la generosidad tropical y el desprecio por las complicaciones modernas, si en su conjunto hacían recordar irremisiblemente al paraíso terrenal, también producían el aterrorizador efecto contrario al dar constancia de que la caída original no suponía obligatoriamente que el hombre debiera quedar ineluctablemente desterrado de aquel lugar.” Todo ello da también paso al debate sobre “la guerra justa”, la violencia legítima y necesaria, según Sepúlveda, que debe ejercer el conquistador europeo quien no sólo es inocente sino el encomiable que materializa el orden divino (aristotélico) según el cual lo imperfecto debe estar sometido por lo perfecto. Si la muerte se llevaba a los salvajes en la “guerra justa”, qué importaba cuando la salvación de sus almas estaba asegurada muriendo a manos de sus evangelizadores cristianos. Éstas eran las disquisiciones de la época y el primer momento en la historia que se plantea una pregunta que sirve de punto de partida para el revolucionario reconocimiento de los derechos humanos. Ah, ¿Qué quién gano el debate? Se diría que nadie, pues las cosas, lamentablemente, siguieron más o menos igual. 

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 27 de marzo de 2015

viernes, 20 de marzo de 2015

A punto de ser una estrella enana

La semana pasada el mundo virtual se hizo más vivo que el de carne y hueso y casi me rapta y me convierte en un emoticono que vive entre Twitter y Facebook. Tantos mensajes me llegaron por esos canales que tuve que darle la razón a mi marido, él que siempre me dice que soy una ingenua. Desde luego yo no pensaba que el anterior artículo publicado en este diario se haría viral por un motivo que todavía me sorprende, pues resulta que es un notición que alguien como yo, que no soy política ni famosa, diga públicamente que ha cambiado de opinión. Es de ser valiente, me dicen, y mientras algunos me encumbraron tan alto que tuve vértigo - sigo sin saber corresponder un cumplido sin parecer altiva o, al contrario, falsamente modesta -, otros especularon con la historia e hicieron bromas con las que yo también me reí, como que había dejado el mundo alternativo porque “había pillado a mi ex practicando sexo tántrico”, que por supuesto “las explicaciones de que todos somos uno no me valieron” y que, obviamente, “se me cayó el alma al suelo”. Admito que no fue fácil lidiar con la popularidad, primero porque no era buscada, yo que si un día quiero verme en los programas de televisión es presentando una novela o haciendo divulgación científica, no precisamente explicando que un día fui la inconsciente que si no llegó a creer en los fantasmas o en la inteligencia del péndulo para escoger flores fue porque nunca se me dio bien ver en la oscuridad, ni dejar la mano tan quieta que el cristal de cuarzo no pareciera más dubitativo que el arquetipo de Scleranthus según Edward Bach. 

Pero, en realidad, esto no se trata de mi ni este artículo pretende ser una segunda parte autobiográfica del anterior, porque me temo que la curiosidad morbosa que pueda tener mi experiencia está acaparando una cuestión mucho más importante, la de que las creencias pueden conducir la vida de una persona a priori inofensivamente, rezando un poco y en voz baja antes de un examen o una entrevista de trabajo, hasta estrellarla porque pisa a fondo el acelerador de la fe, según el cual no hacen falta evidencias para apoyar una postura, ya sea la de la existencia de dios, la de la utilidad del tapping o la de la homeopatía. Mientras uno no extirpe de su mente el pensamiento mágico ¿quién le asegura que se mantenga en los límites de lo trascendente - quietecito y calladito, sólo susurrando cuando el miedo a la muerte acecha - y que no coloniza nuestras decisiones cotidianas y opciones sanitarias? Hay que pensar bien y, aceptémoslo, no todas las posturas son válidas, aunque haya quien pretenda seguir en su trinchera alegando que, al fin y al cabo, la aprehensión correcta de la realidad es inalcanzable y que la disciplina epistemológica tiene sus claroscuros. Desde luego yo no pretendo estar en posesión de la verdad, pero mucho menos toleraré que pretenda estarlo quien elude cualquier revisión crítica de sus ideas.

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 20 de marzo de 2015

viernes, 13 de marzo de 2015

Confieso que he cambiado

Este artículo se escribirá, probablemente, en unos 40 minutos. Usted lo leerá en cinco. Y yo me habré pasado una semana - desde el viernes pasado después de publicado el anterior - sopesando temas que nos interesen a ambos y de los que yo pueda escribir. No es fácil, tengo 30 años y pocas opiniones bien formadas sobre el mundo, de hecho, la mayoría de las que tenía y creía sólidas me las arranqué entre agosto y septiembre, cuando me hice atea, escéptica, antropóloga, darwinista, saqué de mi despacho los títulos que había y que me otorgaban supuestas competencias dentro del mundo de la medicina alternativa, puse a la venta mis Flores de Bach (nadie las ha comprado todavía), recorté mi currículum y salvé sólo aquello de lo que me sentía orgullosa. Estoy esperando que se acaben las tarjetas de visita que me definen como naturópata, escondo escritos antiguos en los que hablaba del alma, del gurú Yogananda y de un mundo espiritual que me ha tenido abducida, secuestrada. 

No crean que no me cuesta escribir esto - incluso aunque me sirva de tema para este artículo que se resistía - porque salir de lo que yo hoy pienso que es una verdadera secta es también exponerte, avergonzada, a responder preguntas incómodas, a constatar que no eres tan inteligente como pensabas e incluso a desatender relaciones que estaban forjadas en las creencias que hoy repruebo públicamente, todavía con la expresión funesta de quien confesa un delito. No sé que cara ponerle a los amigos que cuando me encuentran le siguen hablando a una Sandra que no existe, que se hizo querer escribiendo poemas metafísicos y parecía saberlo todo porque leía muchos libros que la convirtieron en una erudita de los disparates. Sirva este testimonio, medio humillación pública voluntaria, medio salida del armario, para alertar a los que siguen a charlatanes que, por suerte o por desgracia, no son malos ni avariciosos, sólo se creen lo que les han contado y se sienten poderosos, poseedores de una verdad salvífica, portadores de la voz de un dios moderno que se ha afeitado y que hasta pueda ser una mujer - porque el antiguo dogma ya perdió credibilidad y también tiene que haber paridad en el Olimpo. Cuidado con los expertos de la pseudociencia que además, y lamentablemente, copan espacios televisivos con mucha audiencia donde pronostican cánceres según si la menstruación te resulte dolorosa y los tratan con dietas milagro que suenan serias porque usan una jerga académica. Pero no es tan difícil desenmascararlos, sólo haría falta recuperar los apuntes de la asignatura de naturales de Educación Primaria, la antigua EGB. Insisto, no se dejen engañar, ni aunque su situación sea desesperada, porque el consuelo que les pueda ofrecer pensar que existe vida más allá, que podemos revertir nuestra enfermedad con pensamientos positivos o que hay ángeles que nos cuidan y sólo nos pasa lo que merecemos o necesitamos para seguir aprendiendo no convierte todas estas afirmaciones en verdad. Nos gustaría creerlo, reconforta pensarlo, pero no hay nada que lo demuestre y hay que ser consecuente porque les aseguro que si es duro aceptarlo, más dura es la caída de quien se cae de castillos que construyó en el aire.

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 13 de marzo de 2015

viernes, 6 de marzo de 2015

Días femeninos


Yo querría escribir que lloro cada mes porque no me quedo embarazada, a veces de forma ruidosa como una niña pequeña que se queja, otras silenciosamente, como una vieja ya resignada, y que pienso que lo mejor sería que mi marido se buscara otra mujer que le pudiera hacer padre. Yo querría escribir que me doy pena una de cada tres semanas, si la menstruación no se atrasa y me esperanzo en vano, porque me convierto en una mujer que envidia a sus amigas que son madres y se compara, y no se ve menos digna de tener un hijo. Yo querría escribir que se me agotan los nombres, que los abortos previos ya se han llevado algunos por delante, y sería de mal gusto repetirlos para el bebé que finalmente nazca sano. Adiós Ángela, adiós Minerva. Siempre te imagino niña aunque te hayas ido con pocas semanas de vida intrauterina y quizás hubiera sido más apropiado ponerte nombre de pez o de rana. Yo querría escribir que me desespero porque no soy madre y a mis 30 años me veo premenopáusica, y si tengo un hijo quién sabe si llegaré a ver a mis nietos y ser una abuela como lo fue la mía, que me enseñó a cocinar bizcocho de yogur de limón, permitía que me comiera el relleno del canalón mientras hervía la pasta, me dejaba darle palmaditas en la piel flácida de su brazo y hasta estirarle las verrugillas que tenía alrededor del cuello, junto a la cadena de oro de la que colgaba una medallita que decía: “Te quiero más que hoy, pero menos que mañana”. Yo querría escribir que durante unos días al mes no valgo nada y hago un esfuerzo por salir a la calle y explicar mis penas con una sonrisa, porque yo no sé mentir, excepto cuando me regalan algo horroroso y pongo cara de “me encanta”, y no sabría decir que estoy bien cuando estoy mal, aunque tu te vayas trastornada después de que yo te haya contado mis intimidades. Por eso yo querría escribir todo esto y dejar que mi dolor se convierta en un trozo de papel garabateado, y querría compartirlo contigo porque soy vanidosa y me gusta que la gente lea lo que se me ocurre y me sienta bien darle forma de palabras, sólo si me prometes que no vas a intentar consolarme. 

No estudies, reza

Raif Badawi no es Charlie Hebdo. O sí, depende de si las portadas de los diarios y los lectores tienen interés en conocer otras víctimas de los creyentes, aunque éstas no sean europeas o americanas y aunque no tengan la tez blanca (o morena de esquiar y de tomar el sol en la playa) y sobretodo aunque Raif Badawi no haya sido asesinado por un grupo fundamentalista, sino condenado por apostasía a diez años de cárcel y a mil latigazos por un gobierno, el de Arabia Saudí. Podría ser peor incluso, pues Badawi se enfrenta ahora a la posibilidad de la pena de muerte y es que las autoridades musulmanas de la infame teocracia consideran que un adulto en su sano juicio no puede desafiar su credo. Ya me disculparán, pero a mi me parece precisamente lo contrario: que un adulto en su sano juicio no debería aceptar actos de fe. 

Aquí en España la transgresión al dogma religioso tendrá repercusiones menos graves para la vida pero igual de bochornosas para la salud de nuestra educación. No en vano, las resoluciones 1849 y 1850 publicadas en el BOE del 24 de febrero de este año y mediante las cuales se explicita el currículo de religión católica de Educación Primaria y Secundaria y Bachillerato, respectivamente, afirman que el alumno que decida estudiar religión deberá “reconocer la incapacidad de la persona para alcanzar por sí mismo la felicidad” ¡Ay del niño que sea feliz sin necesidad de rezarle a dios por la noche! Además, sabremos que el alumno progresa adecuadamente cuando “reconoce con asombro y se esfuerza por comprender el origen divino del cosmos y distingue que no proviene del caos y del azar” y “valora y agradece que Dios le ha creado para ser feliz”. Así, a los preuniversitarios que aprueben religión se les facilita una salida laboral inigualable en tiempos de crisis: el sacerdocio o el convento, pues con tales criterios de evaluación es difícil que no suspendan todas las materias científico-técnicas. Eso, o el alumno se vuelve un experto esquizofrénico que al tiempo que defiende en los exámenes de una asignatura el diseño inteligente, en otros desarrolla la teoría de la evolución.

Cuando la religión empieza a salir de las iglesias y los planes de estudios de nuestros colegios contemplan asignaturas opcionales que en vez de enseñar a pensar hacen todo lo contrario, adoctrinan y convierten en disciplina académica cuentos de hadas, quién garantiza que casos como el de Raif Badawi no se den aquí en el futuro. Yo, en nombre de la libertad religiosa y de la aconfesionalidad del estado - que no de su laicismo - voy a reclamar, como los musulmanes que ya tienen una - la 12886 publicada en el BOE del 11 de diciembre de 2014 -, una disposición para la enseñanza del Pastafarismo, una religión paródica que surgió el año 2005 en EEUU para denunciar la difusión del creacionismo en las escuelas. De tener que quedarme con alguna, no lo dudo, pues la creencia central dicta que el Monstruo del Espagueti Volador creó el universo después de emborracharse, lo que al menos explicaría las imperfecciones de un mundo que se supone obra de dios. 

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 6 de marzo de 2015