viernes, 29 de mayo de 2015

La curiosidad no le matará: usted no es un gato

Me he propuesto que usted hable de cosas que hasta ahora no sabía o incluso no le interesaban. Voy a necesitar toda la fuerza de la persuasión, de la retórica y de la razón para conseguirlo. Me falta paciencia pero me sobra pasión, así que espero cumplirlo en breve. Prometo que no haré trampas y no usaré falacias para impresionarlo. Quiero pensar que me bastará con apelar a su curiosidad de niño, fascinado por un mundo del que tenía todo que aprender y para el que se escribieron maravillosos libros como los que guardo cuál tesoros. Se editaron entre 1968 y 1971 así que muchas de las respuestas, e incluso de las preguntas, están obsoletas, pero todavía los hojeo y aprendo. Cinco tomos rojos que exhortan a contestar a las órdenes del dime por qué, dime qué es, dime dónde está, dime cómo funciona, dime cuéntame y dime quién es. ¿Los conocen? Apuesto a que sí. Con ellos aprendí que no hay árboles sin flores -aunque no se vean-, qué es un sextante, dónde está el Mar Muerto -me fascinaba la imagen que acompañaba el texto, de un hombre vestido leyendo el diario y flotando en el agua-, o quién fue Pico de la Mirandola.


Con ellos también me di cuenta de la importancia de formular las preguntas adecuadas, de otro modo, imagínense que pérdida de tiempo si nos abocáramos a estudiar por qué las colas tienen perro, por qué los cajones tienen mesas, por qué la sombra tiene un pino, por qué las nubes no escriben cartas o por qué los sellos no beben cerveza. Éstas son algunas de las preguntas de un personaje que Gianni Rodari retrató en su extraordinario libro Cuentos por teléfono. Parece ser que el pobre hombre se había acostumbrado desde pequeño a ponerse los calcetines del revés, lo que probablemente causaba que nunca hubiera podido hacer las preguntas “a derechas”. 

Pero esas preguntas no me dan miedo porque son evidentemente absurdas y a nadie se le pasa por la cabeza dedicar su vida a responderlas, ni mucho menos a escribir libros o a crear comunidades apologistas con las, forzosamente, falsas soluciones. A mi me asusta que haya quien pretenda saber por qué hay que someterse a lo que dice Dios -como si existiera-, por qué los vegetarianos son unos extremistas -como si fuera verdad- o por qué la homeopatía cura, descartando lo que ya se sabe, que es un placebo. El arte de hacer preguntas no sólo pasa por no dar por hechas situaciones o confundir las consecuencias con los causas, sino en ser lo suficientemente honesto para aceptar las respuestas cuando están adecuadamente fundamentadas, aunque -o sobretodo- contradigan sus creencias. Cuestionar las evidencias es importante, pero cuidado cuando eso nos lleva a obstinarnos en no admitir ninguna certeza porque “todo está manipulado” o porque “la teoría del conocimiento científica es antihumana”, por ejemplo. Por ese camino sólo llegamos a un nihilismo extremo, a un territorio postmoderno fértil para las explicaciones sobrenaturales que pretenden rivalizar con las que se han erigido a base de duras pruebas y comprobaciones.

Conste que me encanta la fantasía, el realismo mágico y la ficción, pero fuera de los libros de texto, de las enciclopedias, de las universidades, de los debates serios, de los reportajes y entrevistas en el diario o de los programas de la televisión, y cuando tengo ganas de enfrascarme en el misterio lo mismo leo a Carl Sagan que a García Márquez, pero sin confundir sus géneros.


Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 22 de mayo de 2015

viernes, 22 de mayo de 2015

La guerra también está aquí

Estaba a punto de irme a dormir. Cabeceaba en el sofá ante la última ronda de zapping. Es lo que hacemos en casa para decidir si ha llegado el momento de claudicar. Si del canal uno al ocho no hay nada que nos enganche, se acabó. No pintaba bien, ya habíamos hecho una ronda hacía unos minutos y entre los programas malos, las películas a punto de acabar y la publicidad no habíamos detectado rastro de vida inte…resante detrás de la pantalla. De repente me doy de bruces con una entrevista a periodistas de guerra y entonces sí, me tuve que quedar hasta el final, luchando contra los ojos que se me cerraban por las lentillas ya secas. 

Admito que el programa me daba un poco de miedo, “Españoles contra la Yihad” sonaba a una mezcla de Españoles en el Mundo, junto con Equipo Investigación, Callejeros, Policía Internacional o Cárceles. Los docu-espectáculos son como la pseudociencia, parecen lo que no son, se hacen pasar por programas informativos cuando, de hecho, son shows sensacionalistas  “basados en hechos reales” que no analizan seriamente la realidad, sino que la exhiben obscenamente para una audiencia que ya no se contenta con el drama y el suspense ficticio de las telenovelas. 

Pero hablamos de la guerra y hablamos de Siria y no me pareció, aunque no vi el programa entero, que Lluís Miquel Hurtado o Antonio Pampliega, y el equipo que los acompañaba, estuvieran jugando a hacer periodismo de investigación. Me fascinan los hombres y mujeres como ellos - no olvido a Javier Espinosa, Jon Sistiaga o a las reporteras Mónica García Prieto y Monica Bernabé y tantos otros que no me caben - que van a lugares de donde todo el mundo huye para que sepamos lo que allí pasa. Admiro su optimismo, ellos que piensan que su viaje vale la pena, que sus noticias interesan a un espectador que confunde Siria con Afganistan (o con Irak o con Gaza), que se juegan la vida pensando que sus reportajes puedan ejercer presión internacional y con ello cambiar la situación de los pueblos que se matan con kalashnikovs, con granadas de mano y en chanclas. Yo no sé si sus corresponsalías transforman la situación internacional, incluso ellos admiten que los oriundos del país han perdido las esperanzas de que su trabajo sirva de algo, por eso tratan de sacarles una utilidad más inmediata, los secuestros formarían parte de esta lógica utilitarista que ya no cree en las promesas de la información como un detonante de la acción, que está desengañado y sabe que los periodistas volverán para cubrir los actos terroristas de los que ahora son niños, cuando dentro de unos años, sean adultos enfadados con el mundo que les ignora. Temo pensar que sus informes sólo sirvan para que aquí nos cubramos las espaldas: estemos preparados para los atentados que reivindican el califato y no se repitan los sietes o los onces sangrientos en el calendario. Me preocupa mi seguridad tanto como la de cualquier otro ciudadano que quiere llegar a viejo y recorrer el mundo en autocaravana con su pareja, sin hipoteca, felizmente jubilados, pero no querría saber que vivo sobre las cadáveres innecesarios y previsibles de otros. Siento la necesidad de exigirme que eso no pase, de hacer algo para salvarme la vida de verdad. De momento sólo se me ocurre escribir esto, espero ser más eficaz en breve porque hay prisa: a muchos se les acaba el tiempo.

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 22 de mayo de 2015

viernes, 15 de mayo de 2015

Socializar la ciencia sin que peligren los amigos

Este artículo requiere una advertencia previa: no le va a gustar si es de aquellos que no saben distinguir entre razones y emociones, lo cual parece ser muy común. No hay nada malo en valorar algo por lo que nos hace sentir, que si alegre, que si triste, que si bien o que si mal, pero no hay que confundir esas sensaciones subjetivas con el manejo de argumentos, datos o pruebas. De hacerlo, puede acabar concluyendo que cinco más cinco son quince, porque le gusta más y, para más inri, que las personas que abordan el problema matemático de una forma lógica no son democráticas y no tienen corazón. Me ha pasado. No con las sumas, está claro, pero con circunstancias que permiten -exigen, diría yo- un análisis científico, metodológicamente riguroso: que el cáncer se pueda curar con dietas no es algo que podamos dilucidar en base a otra cosa que los ensayos y las demostraciones contrastadas; los deseos, las creencias -más bien, la fe, visto cómo algunas personas se aferran a sus dogmas incluso después de desvelada la falsedad en la que se apoyan- no son argumentos, al menos no de los que pueden competir con las reflexiones hechas sin ad passiones, ad populum, ad hominem, ad ignorantiam, ad consequentiam, ad lazarum o ad verecundiam. 

Todas estas falacias me las he encontrado últimamente en un debate en las redes sociales que no colapsó el sistema porque todavía no aplica un filtro para los disparates. Cuánto tiempo me hubiera ahorrado de existir un moderador virtual que denegara la publicación de comentarios con un contenido mal construido, que citan referencias que sacan de un blog conspiranoico o sectario y que no han verificado sus datos con fuentes de información fiables. Pero no es su culpa, yo sé que el problema no son ellos, que tienen ganas de aprender pero que viven en una sociedad que no les ha enseñado a pensar críticamente, a ser escépticos y que, igualmente, por razones más o menos justificadas, han perdido la confianza en la ciencia. Es una lástima porque la alternativa es la ignorancia. Aún más lamentable es que se declaren libres para decidir, que piensen que luchan por el empoderamiento de la gente, por su autonomía respecto al sistema, sin saber que para ser realmente soberano de nuestras decisiones no sólo es necesario conocer las alternativas sino tener criterio para saber evaluarlas, únicamente así evitaremos ser manipulados y nos podremos dar cuenta de que algunas “alternativas” no son verídicas porque no nos están ofreciendo ninguna solución real. 

Para poder darse cuenta de ello es necesario socializar la ciencia: que todos sepan que correlación no implica causalidad, que la carga de la prueba recae en quien afirma, que existen el efecto placebo y las remisiones espontáneas, que no es lo mismo un estudio científico observacional que experimental, uno sin doble ciego, sin grupo de control, realizado in vitro, en animales o en humanos, una revisión sistemática que las tan empleadas series de “conozco un caso” (uno de los más bajos niveles en la jerarquía de la medicina basada en evidencias) y especialmente que debemos tener una actitud respetuosa con todas las personas pero inquisitiva hacia todas las ideas: si empezamos a sacralizar algunas, estamos perdidos. 

Luego si quieren, nos abrazamos, leemos un buen libro, nos hacemos un masaje, nos reímos con un chiste de Eugenio y pensamos que, a pesar de todo, la vida es valiosa pero no porque todo sea perfecto y cada uno tenga lo justo y necesario para su desarrollo - díganselo, por favor, a la próxima víctima de, qué sé yo, un atraco - sino porque mientras estemos vivos, hay esperanza.

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 15 de mayo de 2015

viernes, 8 de mayo de 2015

¿Cuánto sabes sobre el mundo?


¿Te atreves a comprobarlo? Sólo serán tres preguntas: ¿Qué porcentaje de niños de un año está vacunado de sarampión en todo el mundo? ¿El 20, el 50 o el 80%? ¿Cómo ha cambiado la proporción de gente viviendo en extrema pobreza (menos de 1 dólar al día) alrededor del mundo en los últimos 25 años? ¿Se ha doblado, se ha mantenido o se ha reducido a la mitad? ¿Qué porcentaje de adultos está alfabetizado (puede leer y escribir) en todo el mundo? ¿El 20, el 40, el 60 o el 80%?

¿Preparado para las respuestas? Quizá le sorprendan. Ahí van: el 80% de los niños del mundo está vacunado de sarampión, la proporción de gente viviendo en extrema pobreza casi se ha reducido a la mitad y el porcentaje de adultos alfabetizado es un 80%. Ya ve, el mundo no está tan mal después de todo, aunque sigamos viéndolo como si estuviéramos a punto de la hecatombe. Al menos es lo que se concluye después de ver los resultados a estas preguntas, que se han formulado en distintos países. Así, sólo el 10% de la población encuestada en Gran Bretaña y el 23% en Suecia respondió correctamente a la pregunta sobre la pobreza. En relación a la vacunación del sarampión, sólo el 8% en Suecia y el 10% en Alemania acertaron. Finalmente, sobre la alfabetización, de nuevo, sólo el 8% de los encuestados en Gran Bretaña, el 20% en Suecia y el 28% en Alemania respondió correctamente.

¿Cómo puede ser? Se preguntan los fundadores del Proyecto Ignorancia de la Fundación Gapminder, Hans y Ola Rosling. Probablemente porque poseemos unas tendencias que nos impiden elaborar un pensamiento estadístico correcto: estamos condicionados a juzgar en base a nuestro entorno y experiencias personales, además, hemos sido educados mediante libros que contenían datos que ya se han quedado obsoletos, y tenemos en cuenta las noticias de los medios de comunicación -que ponen el foco de atención en lo inusual, porque lo normal no es interesante. Con ese legado en la mente, ponemos a trabajar nuestra intuición sin mucho éxito, como deben haber comprobado o bien por sus propios fallos o bien por los alarmantes pocos aciertos de ingleses, suecos y alemanes.

¿Qué podemos hacer? Ola Rosling nos da algunas herramientas, después de descartar que de repente todos nos pongamos a leer cada noche los estudios científicos de primera mano. Ni aunque quisiéramos estar al día podríamos, pues un artículo publicado en la revista Nature en 2014 afirma que la producción científica se dobla cada 9 años, con el añadido de que no siempre la proliferación de artículos científicos representa un verdadero aumento del conocimiento (el publish or perish es el pan de cada día de los investigadores). Pero Ola nos propone algo más sencillo, que nos permite algunos atajos a través de generalizaciones: primero, que ante el pesimismo o el optimismo, nos decantemos hacia esta última opción: el mundo va a mejor. Segundo: que ante posiciones extremas, pensemos que el mundo se homogeneiza, ya no hay dos jorobas en la gráfica mostrándonos el volumen de pobres y ricos, sino una sola, un dromedario donde se reúne la mayoría. Aunque sigamos viviendo en un mundo desigual, la distancia entre unos y otros ya no es tan grande. En tercer lugar, pensemos que antes de ser ricos, los países empiezan a desarrollarse ya socialmente (con vacunación masiva, por ejemplo). Finalmente, no olvidemos que las amenazas verdaderamente peligrosas suelen ser silenciosas y no hay tanta gente que se muera por accidentes de tráfico (9ª causa mundial de defunción en 2012 según la OMS) sino por accidentes cardiovasculares (2ª causa). Cuídense (y pónganse el cinturón).

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 8 de mayo de 2015