Cuando Don Pedro Román entra en las librerías siempre pide “Todo Sherlock Holmes”. “Todo Sherlock Holmes para llevar, por favor, que hoy no me puedo quedar a leerlo en la escalera de incendios”. O en el rellano que conduce al piso de la autoayuda, o en el váter sólo para personal autorizado; las versiones varían según el local pero hay que reconocer que su sinceridad es admirable. Sólo una vez en la vida* Don Pedro Román pidió un cuarto de Sherlock Holmes. “Creo que deben corresponder a unas 15 obras y si me las sirve por orden cronológico mejor, aunque puede ponerme La corbeta y El ritual de Musgrave después de Estudio en Escarlata.”. Los libreros ahora ya lo conocen y nunca se lo toman en serio, por eso le venden un paquete de 500 folios de 80 gr, le desean una feliz lectura y se despiden con un hasta mañana. Porque a la mañana siguiente está otra vez Don Pedro Román con su “Todo Sherlock Holmes” en tapa dura o en tapa blanda, en edición compacta o en fascículos y así el holmesiano va acumulando un buen stock de din-A4s que le darían para reescribir por sí mismo, con galeradas corregidas hasta la última coma, la obra completa de Conan Doyle.
Si ahora se lo toman a broma es porque antes, cuando sólo les parecía un lector fetichista, Don Pedro Román aparecía por la librería a las pocas horas de la compra para devolverla, quejándose de que faltaba un caso y de que él no pensaba pagar por “Todo Sherlock Holmes” cuando le habían vendido un “Casi-Todo Sherlock Holmes”. Falta el caso del hombre amputado por su cortacésped, falta el caso de la família que murió -supuestamente- de risa después de ver un spin-off de Médico de Familia, falta el caso de la caja de hojalata que se convierte en la navaja con la que se asesina el cuarto gato de la vecina loca. Siempre faltaba un caso y siempre uno distinto. Siempre uno inventado.
Don Pedro Román se cree John H. Watson, sí, pero no piensa usar el papel para escribir nada, porque él lo que quiere es adueñarse del canon holmesiano y quemarlo. Odia al detective-asesor que toca el violín para relajarse, odia a Moriarty - pero un poco menos, porque al final los enemigos de mis enemigos son mis amigos - y odia que todo el mundo piense que es un mentecato al que hay que dirigirse con un “Elemental, mi querido Watson”, antes de iniciar una perorata de sabiondo. Más aún cuando nunca Sherlock Holmes pronunció esa maldita frase.
Si ahora se lo toman a broma es porque antes, cuando sólo les parecía un lector fetichista, Don Pedro Román aparecía por la librería a las pocas horas de la compra para devolverla, quejándose de que faltaba un caso y de que él no pensaba pagar por “Todo Sherlock Holmes” cuando le habían vendido un “Casi-Todo Sherlock Holmes”. Falta el caso del hombre amputado por su cortacésped, falta el caso de la família que murió -supuestamente- de risa después de ver un spin-off de Médico de Familia, falta el caso de la caja de hojalata que se convierte en la navaja con la que se asesina el cuarto gato de la vecina loca. Siempre faltaba un caso y siempre uno distinto. Siempre uno inventado.
Don Pedro Román se cree John H. Watson, sí, pero no piensa usar el papel para escribir nada, porque él lo que quiere es adueñarse del canon holmesiano y quemarlo. Odia al detective-asesor que toca el violín para relajarse, odia a Moriarty - pero un poco menos, porque al final los enemigos de mis enemigos son mis amigos - y odia que todo el mundo piense que es un mentecato al que hay que dirigirse con un “Elemental, mi querido Watson”, antes de iniciar una perorata de sabiondo. Más aún cuando nunca Sherlock Holmes pronunció esa maldita frase.
*Por lo que he podido averiguar, fue un miércoles de mediados de julio y parece ser que Don Pedro Román sufría de una tendinitis en el codo que le impedía cargar peso. Creo que la tendinitis se la provocó una postura de yoga mal ejecutada, pero esto es una suposición que no puedo probar.