El otro día compré chicles. Los mismos que masticaba mi abuela hace al menos 20 años. Creo que ella los prefería de clorofila, pero yo ahora, como entonces, sigo sin distinguirlos de los de menta. Me acuerdo perfectamente del día en que aprendí a explotar globos de chicle. Era la misma época en que aprendí a atarme los zapatos y a montar en bicicleta. Hacer bombas con el chicle no me ha servido de mucho, incluso creo que si mi afición hubiera perdurado, hoy mi dicción se parecería mucho más a la de Belén Esteban. Lo de atarme los zapatos me ha resultado un poco más útil, no tanto durante los meses de invierno, cuando mis pies sólo se visten con botas que se ajustan con cremalleras.
Montar en bici, eso sí que fue una inversión de futuro, de otro modo me hubiera sido imposible ir de Barcelona a Sitges el domingo pasado, rodeada de más de 4.000 personas convocadas por la Federación Catalana de Ciclismo. Dos horas pedaleando, no me bajé del sillín en ningún momento, juro que no maldije a mi marido en ninguna cuesta y al llegar todavía no me creía que mis piernecitas me hubieran llevado rodando solas por la carretera del Garraf ¡Si hasta la primera vez que fui a Sitges el trayecto en coche me pareció interminable! Claro que era de noche y quien conducía se acababa de sacar el carné, por no mencionar que mis acompañantes, disfrazados para el carnaval, alternaban sus amenazas de vómito con sorbos de cerveza.
Diez minutos después de comprar los chicles y de entregarme al placer de machacar uno entre mis molares, lo que por cierto me provocó un tremendo dolor de cabeza, compré un libro sobre el dinero. Sé que suena mal. Creo que a todos nos han educado para amar y odiar el dinero al mismo tiempo: queremos ser ricos, aunque también pensemos que los ricos son unos estafadores, egoístas y superficiales. De este modo es normal que nunca consigamos ser multimillonarios: nuestro inconsciente siempre está ahí para salvarnos de convertirnos en unos canallas, dada la analogía antes mencionada. Yo de momento quiero revisar estas creencias y formarme un poco más en este campo que tanto nos afecta. Siempre pontifico sobre la necesidad de aprender sobre alimentación, ya que ésta es una parte indispensable de nuestras vidas, y entiendo que esta lógica también vale para la economía. Me temo que mientras no me permitan pagar el pan y la hipoteca con poemas, voy a tener que aprender algo sobre la rentabilidad financiera. Escribo esto con un poco de vergüenza, como si aceptar que me interesa el dinero me devaluara como persona ¡Qué paradoja!
Tengo amigos capitalistas que se alegrarán de mi lectura y amigos antisistema que quizás se cambien de acera cuando me vean por la calle, que ninguno de ambos se exceda: yo sólo quiero mucho dinero para comprarme chicles, libros, invitar a mi marido a unas bravas siempre que quiera, dar la vuelta al mundo en tándem y escribir mis memorias en una casa, incluso pequeña, de Cadaqués.
Montar en bici, eso sí que fue una inversión de futuro, de otro modo me hubiera sido imposible ir de Barcelona a Sitges el domingo pasado, rodeada de más de 4.000 personas convocadas por la Federación Catalana de Ciclismo. Dos horas pedaleando, no me bajé del sillín en ningún momento, juro que no maldije a mi marido en ninguna cuesta y al llegar todavía no me creía que mis piernecitas me hubieran llevado rodando solas por la carretera del Garraf ¡Si hasta la primera vez que fui a Sitges el trayecto en coche me pareció interminable! Claro que era de noche y quien conducía se acababa de sacar el carné, por no mencionar que mis acompañantes, disfrazados para el carnaval, alternaban sus amenazas de vómito con sorbos de cerveza.
Diez minutos después de comprar los chicles y de entregarme al placer de machacar uno entre mis molares, lo que por cierto me provocó un tremendo dolor de cabeza, compré un libro sobre el dinero. Sé que suena mal. Creo que a todos nos han educado para amar y odiar el dinero al mismo tiempo: queremos ser ricos, aunque también pensemos que los ricos son unos estafadores, egoístas y superficiales. De este modo es normal que nunca consigamos ser multimillonarios: nuestro inconsciente siempre está ahí para salvarnos de convertirnos en unos canallas, dada la analogía antes mencionada. Yo de momento quiero revisar estas creencias y formarme un poco más en este campo que tanto nos afecta. Siempre pontifico sobre la necesidad de aprender sobre alimentación, ya que ésta es una parte indispensable de nuestras vidas, y entiendo que esta lógica también vale para la economía. Me temo que mientras no me permitan pagar el pan y la hipoteca con poemas, voy a tener que aprender algo sobre la rentabilidad financiera. Escribo esto con un poco de vergüenza, como si aceptar que me interesa el dinero me devaluara como persona ¡Qué paradoja!
Tengo amigos capitalistas que se alegrarán de mi lectura y amigos antisistema que quizás se cambien de acera cuando me vean por la calle, que ninguno de ambos se exceda: yo sólo quiero mucho dinero para comprarme chicles, libros, invitar a mi marido a unas bravas siempre que quiera, dar la vuelta al mundo en tándem y escribir mis memorias en una casa, incluso pequeña, de Cadaqués.
Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 14 de noviembre de 2013