viernes, 11 de abril de 2014

Cuento para mi perro

El Dr. Slump trasvestido de Bob Marley-Cleopatra
Mi perro, el Dr. Slump, es el único que me escucha cuando no hay nadie más en casa y yo leo en voz alta lo que escribo. Se ha tragado trabajos universitarios sobre geografía humana, artículos de opinión mensuales y algún que otro exabrupto cuando el ordenador falla. A veces también le leo historias escritas por otros, pero entonces se da cuenta y deja de hacerme caso. A él sólo le gusta lo que yo escribo. Por eso he decidido dedicarle un cuento que tratará sobre los temas que a él más le apasionan: el queso, los tomates, las botellas de plástico vacías, orinar y oler orines, vomitar en la alfombra, escarbar la tierra de la maceta donde desde hace cuatro años sobrevive a duras penas el jazmín o observarnos con indiferencia, a mi marido y a mi, desde el otro lado del salón mientras le llamamos para que suba al sofá. Sabemos que también le encanta el tenis porque sus abuelos humanos nos lo dijeron después de pasara una temporada con ellos y comprobaran como movía la cabeza siguiendo la pelota en los partidos televisados de Rafa Nadal. Además, no desperdicia la ocasión de tirar la ropa tendida para luego tumbarse sobre ella o aprovechar cualquier rayo de sol para recibir las señales de sus compañeros extraterrestres, pues estamos convencidos de que nuestro perro es un alienígena camuflado que ha venido a espiarnos. Mi marido y yo le damos pistas falsas para despistar a sus superiores. 

Actualmente, la raza alienígena corporeizada en can debe pensar que:

1.Todos los humanos bailan el baile de la hipoteca a primeros de mes, después de conseguir pagarla.
2.Todos los humanos ordenan los libros por colores.
3.Todos los machos humanos les dicen a sus esposas que el perro les ha obligado a comprar cerveza.

Érase una vez un perro-doctor especialista en robótica. Vivía en en una casita de plástico en la terraza de un ático. En invierno también alquilaba una habitación interior con baño incorporado que los propietarios usaban sin su permiso para orinar y ducharse. Lo aceptaba porque él a veces también usaba, sin que ellos se dieran cuenta, su cama. Siempre que podía aprovechaba para subirse y saltar en el colchón como si estuviera en una cama elástica. Le encantaba.

Una tarde, el perro-doctor estaba en la terraza tumbado - muy cerca del pipí que se había hecho hacía media hora y que se estaba estendiendo como un riachuelo que amenazaba con mojarle las patas traseras -, cuando apareció un tomate delante suyo. Un tomate grande y rojo que se había espachurrado un poco con el impacto. Como el perro-doctor no era humano, no perdió tiempo preguntándose de dónde había salido, por qué era tan afortunado, qué pasaría luego o si al fin y al cabo tanta suerte era peligrosa y más valía desconfiar y no tocar nada. Así pues, se comió el tomate de un bocado, sin masticar, sin ensalivar. No le supo a nada, por eso y porque se le quedó atascado en su pequeña garganta, lo vomitó entero, no sin un considerable esfuerzo que le hacía deambular de un lado para otro de la terraza tratando de sacar de su cuerpo el tomate con unos espasmos, convulsiones y quejidos grotescos, que le hacían parecer la niña del exorcista en versión perro. Un cuarto de hora más tarde, degustaba su tomate, que tenía un aspecto nauseabundo pero que debía saber mejor adezerado con los jugos gástricos regurgitados, de otro modo nadie entendería que lamiera con tanto afán sus bigotes.

Pasaron las horas y ningún otro tomate apareció por el horizonte. Tenía sed pero los propietarios de la casa se habían vuelto a ir sin llenarle el bebedero. Si seguían así los abandonaría. De acuerdo que el señor de la casa lo sacaba a pasear dos veces al día y que le mimaban más de lo que él soportaba - ¿desde cuando a un animal de su categoría le gusta que le digan cosas como: ay mi bebé, chiquitín-preciosín-boniquín o patata gorda? - pero empezaba a sospechar que lo estaban poniendo a prueba: se habían dado cuenta de que podía hablar y lo estaban llevando al límite para que, tarde o temprano, se quejara y dijera, en su voz a lo Sembei Norimaki: “Perdonen, pero me estoy deshidratando”. No iba a consentirlo, antes saldría volando, porque el perro-doctor no era en realidad un doctor, por supuesto. Tampoco era un perro. Eso era lo que nadie sospechaba. Sabía que corrían rumores de que era un extraterreste venido de más allá de Plutón con el objetivo de espiar la raza humana, grabarlo todo con sus ojo-cámaras y emitir un reality-show en su planeta, pero nada de eso era cierto. Él era en realidad un dragón blanco, se llamaba Fújur, y antes de que cualquier niño se diera cuenta, debería volver a las páginas de la Historia Interminable.

jueves, 10 de abril de 2014

Para cuando llores

Consolar a alguien diciéndole que todo irá bien me parece irresponsable. No dudo de que los bienintencionados que así proceden sólo quieran calmar el llanto de sus amigos o parientes, lo que todavía no tengo claro es si su ingenuidad les lleva a creer realmente en lo que dicen o sólo mienten piadosamente para disfrazar las muertes, las separaciones, los despidos y otras aparentes desgracias de monstruos inofensivos a lo Disney. No los culpo, desde que el ser humano necesita comprender todo lo malo que le ocurre, los cuentos han servido como bálsamo para que también los mayores puedan dormir por las noches. Las historias son distintas, pero igual de fantásticas que las de Perrault, Andersen o los hermanos Grimm. Por otra parte, fíjense que lo bueno que nos pasa no suele requerir tantas justificaciones, así venga sin motivo aparente, aunque en este caso hay quien aprovecha y alardea de méritos propios.

Entiendo que hacer de muro de las lamentaciones no es fácil: dejar que los seres queridos sufran mientras los observamos silenciosa y solemnemente desde la distancia que se interpone entre ambos, sabiendo que no somos nosotros los principales afectados, nos parece inhumano y al final lo mejor que se nos ocurre es acercarnos para usar el “todo irá bien” del mismo modo que una tirita, ocultando una herida que sigue sangrando.

Háganles un favor a sus desconsolados amigos, no los contagien de una fe impostora que incumplirá forzosamente sus promesas. La esperanza es lo último que se pierde, sin duda, porque está enganchada a base de apego. Sostengo que algunos humanos han compensado su falta de resignación en cuanto a los sucesos inoportunos que les depara la vida, con la capacidad para crear nuevas interpretaciones, nuevas lecturas de éstos. Mientras algunos se ajustan a las imposiciones naturales y sociales sin apenas disputas, otros se rebelan hasta darle la vuelta a la situación y ponerla a su favor. Ambos mecanismos de adaptación, sumisión o transformación, me parecen válidos, aunque este último es mi favorito: nos permite construir alternativas con el mismo material que parece enterrarnos, pero para ello hay que ejercitar la imaginación y ver abono donde antes había boñigas.

Este es mi lema: creo que en nuestro mundo dual nada es completamente dañino, eso sería como pretender encontrar una moneda de una sola cara, por eso sea lo que sea lo que te pase, no te hundas, sólo tienes que aprender a reciclarlo. Éste sí me parece un consuelo sensato y razonable, a la vez que sostenible y ecológico. Claro que antes de poder encontrar qué cosa útil se puede hacer con una muerte, una separación o un despido hay que jugar en una liga menor, menos susceptible de noquearnos con su dramatismo, practiquemos con las pequeñas cosas y sobretodo olvidémonos de las ideas preconcebidas, porque son precisamente las que nos han llevado a pensar que en la vida hay situaciones que sólo se arreglan esperando un milagro. De lo que no me puedo olvidar yo es de felicitarme: este domingo tengo la suerte de celebrar el cumpleaños de mi excepcional marido y el próximo miércoles 19 de marzo de tener un padre del que presumir sin cansarme.

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 13 de marzo de 2014

Este lado de la valla

Será porque yo también me fui de África casi huyendo, babeando por el menú plastificado del avión. Será porque yo también me fui pensando que aquí se está mejor, aunque ahora ya no me sienta en medio de una novela, ni la gente me pare por la calle para decirme: “¡Qué valiente, irte a un campo de refugiados!”. Será por todo eso que ayer el programa “El otro lado de la valla” de Salvados me conmocionó y me obligó a cambiar el artículo que tenía escrito para esta semana y que, casualmente, empezaba diciendo lo siguiente: “Antes de ponerme a escribir, repaso los diarios. Espero que alguna noticia me impacte. Nada. Será que a los periodistas les inculcaron demasiado bien la jerga imparcial. Leo que hay ébola, terremotos, atentados y me parece estar viendo un parte meteorológico.” Seguía hablando de la disfunción narcotizante de Paul F. Lazarsfeld y Robert K. Merton y, en definitiva, me avergonzaba de que se me cayeran más lágrimas viendo vídeos de animales difundidos por Facebook que contemplando el estado del mundo en los telediarios.

Me alegra poder escribir un artículo que no deja mi humanidad tan mal y hace gala de mi empatía, aunque sólo sea porque yo también sentí que vivir en África podía llegar a ser una condena, de forma ridícula, si quieren, porque yo me fui a Ghana porque quise sabiendo que podía cruzar la frontera volando, sin concertinas de por medio, con una familia esperándome en la terminal del aeropuerto, con el color de piel adecuado y la nacionalidad correcta. Lo que me lleva a pensar que entrar en Europa es como acceder a la caja fuerte de un banco o a la cueva de Alí Babá y los cuarenta ladrones, que bien podría ser lo mismo...

No sé cual es la solución, sin duda no es tan fácil como el “papeles para todos”. La ingenuidad ha marcado una parte importante de mi vida y ahora que me sincero les diré que es un lastre del que justo ahora me estoy desprendiendo. Tampoco quiero caer en el uso equivocado del darwinismo social para convencerme de que al fin y al cabo la vida no es justa y las leyes de la selección natural son implacables con los más desfavorecidos. Lo que es cierto en cuanto a la naturaleza pero no en cuanto a la sociedad, pues en esta no rigen más normas que las que nosotros mismos queramos imponer. No hay que olvidar que el ser humano existe gracias a sus órganos extrasomáticos, es decir, gracias a la cultura que tan importante como el corazón o el hígado, permite que animales bajitos y enclenques como nosotros no nos hayamos extinguido a merced de los leones y hasta de los hipopótamos (que parece que pueden ser muy agresivos). Por cierto, no dejen de consultar la diferencia entre violencia y agresividad, les sorprenderá saber que no son conceptos sinónimos.

Se dice que siempre emigran los que no tienen nada, porque tampoco tienen nada que perder. Se dice alegremente, como si traspasar un continente sin dinero, sin comida, sin la certidumbre de llegar al destino para contarlo fuera como hacer una romería o el Camino de Santiago. Y no se crean que no entiendo a quien tiene miedo de que gente como la que espera al otro lado de la valla pase la frontera: ¿podremos competir contra sus ganas de vivir?

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 10 de abril de 2014

lunes, 7 de abril de 2014

Crónicas mágicas desde Terrassa III

La vecina del cuarto está valorando presentar una instancia, quiere que la biblioteca vuelva a estar en la calle Font Vella. No recuerda demasiado cómo era, aunque sí tiene presente el ambiente a humanismo del siglo pasado, las maderas oscuras y las lamparitas de la mesa larga tatuada con mensajes de adolescentes que apuraban las últimas horas antes de los exámenes.

A la vecina del cuarto no le gusta la Biblioteca Central, demasiada luz dice siempre. Va porque hay montones de libros y no está lejos de su casa, aunque aún así piensa que si estuviera más cerca, sobretodo más cerca que las librerías que la tientan, dejaría de ambicionar ser rica, ella que lo único que quiere es tener suficiente dinero para comprarse novelas, manuales, ensayos, enciclopedias, cómics de Tintín y cuentos de Rodari, además de tener una casa suficientemente grande para guardarlos. Su mayor deseo es poseer una biblioteca tan alta que sea preciso usar escaleras, igual que la de la Bella y la Bestia.

Quiere incluir en la propuesta que la contraten como asesora de lectura, un oficio que según ella formará parte de las nuevas profesiones emergentes. Si todo va bien, será empleada como funcionaria del estado y los terrasenses tendrán derecho a ser visitados mensualmente por ella, que atendiendo a la edad, género, profesión y número de DNI llevará una selección literaria en la cesta de la bicicleta. Más o menos como las señoras del Círculo de Lectores, pero al revés, porque además de que el servicio será gratuito, los usuarios se beneficiaran de reducciones porcentuales en sus impuestos según la cuota y la calidad de la lectura. Los aficionados a Kundera se verán exentos del pago del IBI durante un par de años. El catálogo literario incluirá a los escritores amateurs locales que pasarán a tener un sueldo, siempre y cuando demuestren que no saben dedicarse a otra cosa y hacerlo tan bien como contar historias. Es entonces cuando empieza a pensar si sería una buena candidata. Aunque sabe que escribe mejor que cocina, no está segura de si limpia mejor que escribe, ella que es tan quisquillosa con el polvo. Ah, pero ahora que la Agrupación Astronómica de Terrassa le ha explicado que todo cuanto existe es polvo de estrellas le da un poco de miedo usar el plumero: ¿podrán los astrónomos acusarla de destruir el universo?

La vecina del cuarto está tan emocionada por todo lo que se está imaginando que casi no se da cuenta de que son las ocho y tiene hambre, suerte que todavía le queda un poco del pastel que le dieron los gnomos de Vallparadís. ¡Y qué culpa tiene ella de no tocar con los pies en la tierra, si pesa tan poco que el viento de primavera la eleva!

martes, 1 de abril de 2014

És perillosa la ciència? Milán Vs. Wolpert

Al llarg d’aquest article oferirem una rèplica a l’article de Lewis Wolpert “¿Es peligrosa la ciencia?” en base a les concepcions de la ciència i la tecnologia, així com llurs relacions entre elles i amb la societat que se’n deriven.

En primer lloc, observem que Wolpert basa el seu article en una idea de ciència força tradicional i a voltes, fins i tot victimista. En aquest sentit, Wolpert es lamenta de que “la idea de que el conocimiento científico es peligroso está profundamente arraigada en la cultura occidental”. Al respecte, ofereix exemples de com la cultura popular ha creat la imatge del científic sense ànima. Tanmateix, l’autor assegura que, de fet, el coneixement científic no “hace juicios de valor, ni tiene valores morales o éticos. La ciencia nos dice cómo es el mundo”. Segons ell, a més, les qüestions ètiques només sorgeixen en l’aplicació de la ciència, és a dir, amb la tecnologia. En les seves paraules “la tecnología es la que comporta cuestiones éticas”. Aquí trobem de nou un altre dels tòpics de la imatge heretada de la ciència, la de que la ciència i la tecnologia poden entendre’s aïlladament. Segons l’autor “el problema surge cuando se mezclan ciencia y tecnología”. No obstant, els darrers estudis de Sociologia del Coneixement Científic (SCC), en concret la teoria de l’actor-xarxa ens mostren que el binomi ciència-tecnologia acostuma a presentar-se associat fins al punt que resulta indistingible identificar on comença la ciència i on la tecnologia.

Hem vist, doncs, com Wolpert entén que el coneixement científic és un coneixement sui generis que es limita a reflectir la realitat del món sense interferir-hi. Aquesta va ser també la imatge que la sociologia tradicional tenia de la ciència, així com la sociologia clàssica del coneixement. Per a l’autor la ciència és neutre en quant a les seves asseveracions, tan sols descobreix fets, no els crea. La inclusió de factors socials a la ciència pot provocar falles i problemes que deixen de fer científica la ciència. Aquesta va ser la línia d’investigació que va seguir la sociologia de l’error, que considerava els factors socials com elements distorsionadors que poden arribar a explicar la generació del coneixement científic fals, però resulta irrellevant per explicar el vertader, atès que aquest es basa en l’evidència factual. Aquesta asimetria en el tractament de les causes que generen el coneixement fals i vertader ha sigut força criticada per l’SCC, en concret pel Programa Fort del que parlarem més endavant.

En el fons, Wolpert creu realment en les regles mertonianes, encara que aquestes hagin sigut posades en dubte posteriorment i fins i tot s’hagi arribat a dir que la seva existència es remet tan sols a una estructura ideològica de base i a un artifici retòric a posteriori. Recordem que Merton va arribar a la conclusió que els científics segueixen quatre imperatius institucionals bàsics que marquen el seu ethos: l’universalisme o impersonalisme, el comunisme - les dades, lleis o teories que es descobreixin són de propietat comunal i l’únic dret que tenen els científics sobre elles és el de reconeixement -, el desinterès - el científic no aspira més que a la satisfacció de la seva contribució - i, finalment, l’escepticisme organitzat, segons el qual els resultats científics sempre han de poder ser revisables i contrastables

També la tesis de la infradeterminació empírica (de Duhem-Quine) podria rebatre la concepció de Wolpert sobre la fidelitat de la ciència en explicar la realitat, si bé aquesta teoria posa en evidència com, donades dues explicacions iguals de coherents amb la realitat, però incompatibles entre elles, s’acaba adoptant una en base a unes condicions alienes a les dades observacionals o experimentals, que no tenen prou força com per imposar una o altra teoria. Així doncs, en l’elecció de la teoria oficial no es pot descartar que hi influeixin factors socials.

Sobre la suposada neutralitat dels científics, la tesi de la càrrega teòrica de l’observació (defensada per Kuhn i Feyerabend) sosté que la mera observació està impregnada d’una base teòrica que converteix uns fets en evidències - o proves - segons el paradigma teòric adoptat. És famós el cas de la frenologia, que ens serveix per il·lustrar aquest concepte: mentre que els partidaris de la frenologia, en analitzar la substància blanca, trobaven les fibres que evidenciaven la seva postura, els detractors tan sols observaven teixit fibrós. Ambdós grups miraven el mateix, però veien coses diferents. Això enllaça amb l’asseveració d’Eibar segons la qual “la posició d’un científic en el debat polític determinava (causava) la seva posició en la disputa científica, i configurava la seva apreciació de l’evidència empírica". En paraules més planeres i que cito del comunicador Xavier Guix la tradicional dita “Si no lo veo no lo creo” hauria de substituir-se, en honor a la veritat, per “Si no lo creo, no lo veo”.

Segons el Programa Fort, originat a la Universitat d’Edimburg a finals de la dècada dels seixanta i pioner en el desenvolupament de l’estudi del coneixement científic, la ciència està construïda socialment ja que el medi social selecciona i potencia determinades línies de recerca. És a dir, els interessos actuen directa o indirectament en la producció de coneixement. Igualment, tant el coneixement fals com el cert és producte d’una construcció social que involucra el mateix concepte de veritat. Pels seguidors del Programa Fort, existeix un relativisme epistemològic que estableix que no hi ha criteris universals i absoluts que puguin garantir la veritat o racionalitat del coneixement, de fet es veu com al llarg del temps, aquests criteris han sigut revistats i relatius al moment històric, comunitat i context associat.

En definitiva, la concepció de la ciència que Wolpert destil·la al seu text no pot ser suportada fàcilment si es tenen en compte les apreciacions dels estudis de la sociologia del coneixement científic. No debades, el Programa Empíric del Relativisme (PER) així com els estudis de laboratori i l’anàlisi del discurs científic qüestionen des d’una perspectiva microsocial la puresa i l’ortodoxia del coneixement científic. Per la seva banda, el PER ens mostra com les controvèrsies científiques estan a l’ordre del dia i en la seva clausura intervenen uns factors externs que s’acaben diluint en la pràctica científica. Els resultats de l’etnografia de la ciència posen de manifest el caràcter oportunista i local de les seleccions que tenen lloc als laboratoris, així com la dinàmica de les inscripcions literàries, fortament condicionades per la retòrica científica. És a través d’aquesta retòrica que s’expressen els diversos graus de facticitat. Finalment, l’anàlisi del discurs científic exposa els diferents repertoris emprats per qualificar o desqualificar els discursos a través de la inclusió de referències a factors empírics o contingents, respectivament. En relació al discurs científic i la retòrica, sembla que Wolf, emprant paraules de John Carey, pretén ignorar o subestimar la seva existència, en dir que una de l’antítesis de la ciència és la política si bé aquesta depèn de la retòrica, l’opinió i el conflicte. Hem vist, però, que la retòrica científica és tan efectiva que s’amaga fins a semblar que no existeix.

Tampoc no podem oblidar l’aportació de la teoria de l’actor-xarxa en la nova forma d’entendre la ciència. Una de les conseqüències més importants d’aquesta teoria és la dissolució de la distinció tradicional de la dicotomia ciència/tecnologia. Els nous estudis de SCC abandonen la caracterització tradicional de la tecnologia que la defineix com a ciència aplicada. Des d’aquesta perspectiva no podem estar d’acord amb Wolpert quan afirma que la tecnologia no és ciència si bé no s’han trobat distincions reals, tant a nivell institucional o metodològic, entre elles.

En quant a la relació de la ciència i la tecnologia amb la societat i la política, Wolpert també assumeix que el científic pot impedir que la seva posició política o ideològica penetri en les seves investigacions, altrament, es cohibiria la capacitat de seguir obrint noves vies d’investigació. En aquest sentit, les obligacions socials dels científics no són majors que les de la resta de la gent.  De nou, en l’adopció d’una nova tecnologia “no concierne a los científicos tomar decisiones morales o éticas sobre ella, ya que no tienen una formación específica para lidiar estas cuestiones”. Segons Wolpert, demanar que els científics siguin més responsables socialment és caure en el risc d’autoritzar-los a prendre decisions que excedeixen l’àmbit purament científic per endinsar-se en el social.

Tanmateix, l’autor no ignora que poden existir grups de científics que en no haver pogut deslliurar-se totalment dels seus prejudicis ideològics, han generat unes línies d’investigació amb efectes indesitjables. És el cas del grup de científics que amb suposicions a favor del moviment eugenèsic havien conclòs que talent, pobresa, o altres tipus de debilitats mentals eren heretables. Segons Wolpert, però, aquest grup de científics que sí es comporta de forma immoral en permetre que les seves ideologies influeixin conscientment en els seus treballs, contrasta amb el grup involucrat en el el descobriment de la teoria atòmica, si bé, aquest darrer va complir amb les seves obligacions socials a l’informar de les implicacions que podria comportar. La construcció de la bomba atòmica, doncs, només és atribuïble als polítics. En aquest sentit, estic d’acord amb el que diu Wolpert més endavant sobre que “no se debiera dejar de lado la posibilidad de hacer el bien merced a la aplicación de alguna idea científica, amparándose en la idea de que también es posible utilizarla de manera inadecuada.” Tanmateix, cal valorar amb discerniment si el “saber pel saber” és una raó suficient per incórrer en línies d’investigació immorals o amb dubtoses aplicacions teorico-pràctiques. És clàssic el debat sobre l’experimentació d’animals no humans: mentre que alguns la defensen pels suposats beneficis en investigació - extrapolables als homes -, d’altres el rebutgen perquè no té en compte la capacitat de sofriment dels animals no humans. Per la seva banda, Wolf examina les qüestions com l’enginyeria genètica i la clonació i llença un desafiament “Necesito que me convenzan de que muchos de los que desconfían, si padeciesen una enfermedad, también se negarían a tomar un fármaco fabricado a partir de una planta genéticamente modificada.” No discutiré que “resulta fácil ser reticente con la ciencia si ello no afecta a nuestras actividades” però cal comprendre que envers les necessitats, també hi ha qui, equívocadament, ha venut la seva ànima.

Cal aclarir també, que Wolf presenta les invencions tècniques com corol·laris lineals dels coneixements científics, tot obviant el model SCOT, segons el qual els grups socials rellevants  (entre els quals també hi ha la societat civil) construeixen socialment la tecnologia. En fer-ho, cal descartar la visió que assumeix que el desenvolupament tecnològic segueix una pauta pròpia.

Al final del seu article, Wolpert, en resposta als que dubten de si el públic o els polítics són realment capaços de prendre les decisions correctes entorn a la ciència i les seves aplicacions, cita una reflexió de Thomas Jefferson que demana confiar en les institucions de la societat democràtica per guiar al poble quan no té un criteri definit. Tanmateix, la idea sobre l’alfabetització científica conseqüència de l’SCC em sembla molt més oportuna. Com recorda Eibar “Hom oblida que un alt nivell de coneixements no evita que esclatin aferrissades controvèrsies entre els mateixos experts científics”, seguidament ho exemplifica en relació al canvi climàtic o els aliments transgènics; la conclusió òbvia, doncs, és que l’alfabetització científica hauria de passar, sobretot, per guanyar més coneixements sobre la ciència per tal de reconèixer les relacions que la ciència manté amb altres institucions socials i desmitificar les suposades evidències empíriques dels experiments, sovint més ambigus del que es pensa.

Com a conclusió em permeto parafrassejar a Harry Collins i a Trevor Pinch, que, en la seva indispensable obra El gólem. Lo que todos deberíamos saber acerca de la ciencia diuen “Al final, sin embargo, es la comunidad científica (…) la que pone orden en este caos, y transmuta las torpes bufonadas de la Ciencia del Gólem colectiva en un mito científico claro y ordenado. Nada malo hay en ello; el único pecado es no saber que siempre es así.”



BIBLIOGRAFIA:

AIBAR, Eduard, “Introducció. Breu història dels estudis de Ciència, tecnologia i societat” a l’assignatura “Ciència i Tecnologia a la Societat Contemporània”, UOC

AIBAR, Eduard, “L’estudi social de la ciència” a l’assignatura “Ciència i Tecnologia a la Societat Contemporània”, UOC

AIBAR, Eduard, “La visió constructivista de la innovació tecnològica. Una introducció al model SCOT”, a l’assignatura “Ciència i Tecnologia a la Societat contemporània”, UOC

COLLINS, Harry i PINCH, Trevor, El gólem. Lo que todos deberíamos saber acerca de la ciencia, Crítica, Barcelona, 1996

DE LORA, Pablo i GASCÓN, Marina, Bioética. Principios, desafíos, debates, Alianza Editorial, Madrid, 2008

GUIX, Xavier, Si no lo creo, no lo veo, Editorial Granica, Barcelona, 2005

LAMO DE ESPINOSA, Emilio i TORRES ALBERO, Cristóbal, La sociología del conocimiento y de la ciencia, Alianza Editorial, Madrid, 1994

ROE SMITH, Merrit i MARX, Leo (eds.), Historia y determinismo tecnológico, Alianza Editorial, Madrid, 1996

WOLPERT, Lewis, “¿Es peligrosa la ciencia?” a Ars Medica, Revista de Humanidades, 2008, núm. 1, pgs. 128-136