domingo, 29 de junio de 2014

Crónicas desde Gambia I

Otra vez he vuelto de África queriendo no haber visto lo que he visto, todavía no acostumbrada a la miseria, yo que pensaba que no se podía ser más pobre de lo que lo son los pobres de Serekunda, y hasta cuando de camino el conductor me explicaba que desde Soma hasta Basse viven los más desfavorecidos, yo no podía comprender qué menos se podía tener en esta vida que las chabolas de lata y la ropa rota y las manos sucias de las sobras de la comida de otro.

Otra vez he vuelto de África, todavía sin haber asumido que nada volverá a ser lo mismo, porque ya hay niños, lugares, personas y hasta un perro que parecía una hiena, que han viajado de polizontes hasta mi casa escondidos entre mi corazón y mi cabeza, algunos soñolientos todavía por el viaje, acurrucados en la curva de mi oreja izquierda, colgados de la comisura derecha de mis labios, sentaditos, bien dispuestos, tímidos como Vinta, que ha preferido acostarse en mis párpados, que alterna para despistarme y para que sólo pueda verla cuando cierro los ojos.

Otra vez he vuelto de África pensando que la cotidianidad de mi vida era un lujo que me calmaría las heridas que ha abierto un país surrealista donde hay hipopótamos que comen arroz, chimpancés con nombre, regalos que son cabras, hombres que duermen en hamacas que cuelgan del motor de sus camiones o mujeres que el día de su boda atienden a los invitados en la cama, pero el lujo de mi piso de clase media, el lujo de los abrazos de mi marido y hasta de las miradas bobaliconas de mi perro desde el sofá es un tratamiento lento, efectivo sólo para con los síntomas - ya he empezado a hablar de otros temas que no sean Gambia - pero insuficiente para tratar las causas, y aunque el paso de los días haga que los recuerdos que ahora me duelen -  como cuando me duele la espalda - se vayan domesticando hasta acabar como las fotos exóticas de mi viaje de luna de miel, no creo que nunca más nada de este primer mundo me vaya a colmar como antes, antes que mi realidad acababa en Terrassa.

jueves, 12 de junio de 2014

Las tres enes

Normal, natural y necesario. Tres palabras muy poco inocentes que conforman la santísima trinidad de una doctrina que no necesita financiarse con casillas en la declaración de la renta, le basta con usted y conmigo y con todos los demás que alguna vez hemos defendido algún argumento apelando a su supuesta normalidad, naturalidad y necesidad. ¿Les suena eso de que lo normal es que las mujeres obedezcan al marido? ¿O lo de que lo natural es comer carne? Por suerte, qué lejos queda ya el razonamiento que Aristóteles usaba para defender la esclavitud, según el cual los esclavos eran un medio necesario para el buen funcionamiento de la ciudad.

También es normal, natural y necesario para algunos que exista determinada forma de gobierno, sistemas económicos concretos, paradigmas alimentarios precisos o relaciones sexuales, sociales y familiares que, en definitiva, no sean anómalas, antinaturales o impeditivas.

Qué fácil sería si esas tres enes existieran en realidad, y sólo hiciera falta pasar un lector  de códigos de barras, como los de los cajeros del supermercado, para saber si metemos en la misma bolsa de la compra los matrimonios homosexuales con los tomates transgénicos y el agua de manantial con los jabones de pH neutro. Pero lo cierto es que esas tres palabras que orientan nuestra conducta y que alivian nuestro malestar moral son sólo eso: instrumentos de exculpación y dominio. Decía el premio Nobel de literatura George Bernard Shaw que “cuando un hombre estúpido hace algo que le avergüenza, siempre dice que cumple con su deber”, y no es casualidad que también fuera él el autor de la siguiente cita: “La libertad supone responsabilidad. Por eso la mayor parte de los hombres la temen tanto.”

Normal, natural y necesario: tres palabras mágicas creadoras de mitos, el de inmaculada verdad, por ejemplo, que nos coercionan de forma invisible para apoyar sistemas que reconocemos injustos en nuestros momentos de lucidez. Normal, natural y necesario: tres palabras sobre las que nos recostamos cuando, ya cansados de pensar, las usamos de cojines-comodines de legitimidad, no en vano, no sólo describen como son las cosas (presuntamente, insisto), sinó como deben y tiene que ser.

Por eso, si son honestos consigo mismos pondrán a prueba sus creencias y valores despojándolos de los tres pilares mencionados: si una vez cercenado de normalidad-naturalidad-necesariedad su templo de conocimiento resiste, sabrán que están a buen recaudo, al menos de momento, pues recuerden que algunas ideas también se quedan pequeñas cuando las personas crecen.

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 12 de junio de 2014