Este artículo será doloroso tanto si usted es cristiano como si no lo es. Lo asumo. Hay personajes que se han hecho intocables, que representan por sí solos valores como la bondad, la humildad y el sacrificio: tratar de analizarlos críticamente puede ser considerado un sacrilegio, sobre todo cuando las conclusiones dejan en muy mal lugar a nuestros ídolos, es decir, cuando se revela que son un fraude. Atreverse con la Madre Teresa de Calcuta es de locos. Supongo que Christopher Hitchens lo era, aunque por otra parte sus argumentos fueran incontestables, como se demuestra en el documental “Ángel del infierno” -que inicialmente tendría que haberse titulado “Vaca sagrada”- que realizó en 1994 para la BBC y que fue precursor de su libro La posición del misionero: la Madre Teresa en la teoría y la práctica.
El fundamentalismo cristiano de la ahora ya casi santa -Juan Pablo II le concedió el título de beata- le llevaba no sólo a juzgar moralmente equivalentes el aborto y la contracepción, sino también a rendir culto a la pobreza, la enfermedad y el sufrimiento, todos los cuales consideraba como regalos del cielo que se debían aceptar alegremente, aunque como veremos, parece que sólo por algunos. Su clínica en Calcuta era la antesala de la muerte, pues aunque amasó una fortuna, no la invirtió en tratamiento médico. En sus hogares para moribundos, las agujas hipodérmicas eran reutilizadas sin esterilizar, no se administraban analgésicos y no se distinguía entre pacientes curables e incurables, motivo por el cual gente que podía sobrevivir corría el riesgo de morir por infecciones o falta de tratamiento. No en vano esto es lo que afirmó el doctor Robin Fox, editor de la prestigiosa revista médica The Lancet, tras su visita al centro de Calcuta en 1994.
De hecho, las grandes sumas de dinero se destinaron a la expansión de la congregación religiosa que ella misma fundó en 1950, la de las Misioneras de la Caridad. La procedencia de su financiamiento es también de dudoso honor si se tiene en cuenta que no rechazó el dinero de dictadores como el haitiano Jean-Claude “Baby Doc” Duvalier o de estafadores como Charles Keating. No sólo eso, sino que elogió el régimen del primero y trató de interceder en el juicio del segundo. El fiscal del caso, Paul Turney, respondió a la mediación de la monja diciéndole que si pedía al juez Lance Ito “actuar como Jesús lo haría”, ella también debería hacerlo devolviendo a sus legítimos dueños el millón de dólares que Keating le había donado después de obtenerlo fraudulentamente. La Madre Teresa ni contestó ni restituyó el dinero.
No hay que olvidar que el prestigio de la monja es el resultado de un producto mediático que se gestó en la década de 1970 gracias al documental, Something Beautiful for God, realizado por Malcolm Muggeridge. La campaña publicitaria salió muy bien, tanto que en nuestra memoria colectiva no hay registro de que la Madre Teresa de Calcuta fuera a Irlanda en 1995 para votar en contra de la creación de una ley del divorcio, pero que ese mismo año se alegrara de que su amiga Lady Di rompiera su matrimonio. Tampoco de que en sus últimos años de vida se sometiera a diversos tratamientos en varios hospitales estadounidenses. Supongo que pensaba que no había necesidad de predicar con el ejemplo cuando se podía seguir el consejo de Mark Twain: “Dale a un hombre la reputación de madrugador y podrá dormir hasta el medio día”.
Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 24 de julio de 2015