Continuación de ¿Quién tiene miedo?
Parece que va a llover, dijo Kwesi antes de que efectivamente una gota mojara la nariz de Julia. Hacía mucho tiempo, antes de que Julia se hubiera visto en un espejo por primera vez, a la edad de 3 o 4 años, que ella ya sabía que su nariz tenía que ser grande: era la primera parte de su cuerpo con la que cualquier cosa se tropezaba. De mayor supo que la culpa la tenía una ley que había dictado un tal Newton, pues según ella “cuanta más masa posean los objetos, mayor será la fuerza de atracción”. Siendo todavía pequeña, se obsesionó con reducir su nariz a un tamaño normal y probó a frotarse el tabique nasal con una goma de borrar sin éxito. De tener que poseer algo de proporciones mayúsculas, habría preferido que en vez de la nariz, hubieran sido sus ojos los que fueran grandes, y en cambio eran como dos aceitunas, no sólo por el color sino también por el tamaño. De hecho, se parecían tanto a dos olivas que se preguntaba si sus ojos no tendrían en el centro un hueso o estarían rellenos de anchoa.
Baobab de Biakpa |
Por fin Julia empezaba a entender por qué alguien la había invitado a ir A África, a Ghana para ser exactos. Hasta entonces, había buscado al tal Mauricio en vano, porque por supuesto la calle del Boticario, número 25, a donde debía dirigirse según la dirección apuntada en el paquete que le había llegado a Terrassa hacía apenas cuatro semanas y media, no existía en un pueblo donde las casas vuelan y aterrizan donde quieren, cuando con suerte, no se chocan. Pero Biakpa no siempre había sido víctima de vendavales sin ningún respeto por los asentamientos humanos y Kwesi estaba a punto de revelárselo.
Ejercicio de escritura: Parece que va a llover