viernes, 15 de mayo de 2015

Socializar la ciencia sin que peligren los amigos

Este artículo requiere una advertencia previa: no le va a gustar si es de aquellos que no saben distinguir entre razones y emociones, lo cual parece ser muy común. No hay nada malo en valorar algo por lo que nos hace sentir, que si alegre, que si triste, que si bien o que si mal, pero no hay que confundir esas sensaciones subjetivas con el manejo de argumentos, datos o pruebas. De hacerlo, puede acabar concluyendo que cinco más cinco son quince, porque le gusta más y, para más inri, que las personas que abordan el problema matemático de una forma lógica no son democráticas y no tienen corazón. Me ha pasado. No con las sumas, está claro, pero con circunstancias que permiten -exigen, diría yo- un análisis científico, metodológicamente riguroso: que el cáncer se pueda curar con dietas no es algo que podamos dilucidar en base a otra cosa que los ensayos y las demostraciones contrastadas; los deseos, las creencias -más bien, la fe, visto cómo algunas personas se aferran a sus dogmas incluso después de desvelada la falsedad en la que se apoyan- no son argumentos, al menos no de los que pueden competir con las reflexiones hechas sin ad passiones, ad populum, ad hominem, ad ignorantiam, ad consequentiam, ad lazarum o ad verecundiam. 

Todas estas falacias me las he encontrado últimamente en un debate en las redes sociales que no colapsó el sistema porque todavía no aplica un filtro para los disparates. Cuánto tiempo me hubiera ahorrado de existir un moderador virtual que denegara la publicación de comentarios con un contenido mal construido, que citan referencias que sacan de un blog conspiranoico o sectario y que no han verificado sus datos con fuentes de información fiables. Pero no es su culpa, yo sé que el problema no son ellos, que tienen ganas de aprender pero que viven en una sociedad que no les ha enseñado a pensar críticamente, a ser escépticos y que, igualmente, por razones más o menos justificadas, han perdido la confianza en la ciencia. Es una lástima porque la alternativa es la ignorancia. Aún más lamentable es que se declaren libres para decidir, que piensen que luchan por el empoderamiento de la gente, por su autonomía respecto al sistema, sin saber que para ser realmente soberano de nuestras decisiones no sólo es necesario conocer las alternativas sino tener criterio para saber evaluarlas, únicamente así evitaremos ser manipulados y nos podremos dar cuenta de que algunas “alternativas” no son verídicas porque no nos están ofreciendo ninguna solución real. 

Para poder darse cuenta de ello es necesario socializar la ciencia: que todos sepan que correlación no implica causalidad, que la carga de la prueba recae en quien afirma, que existen el efecto placebo y las remisiones espontáneas, que no es lo mismo un estudio científico observacional que experimental, uno sin doble ciego, sin grupo de control, realizado in vitro, en animales o en humanos, una revisión sistemática que las tan empleadas series de “conozco un caso” (uno de los más bajos niveles en la jerarquía de la medicina basada en evidencias) y especialmente que debemos tener una actitud respetuosa con todas las personas pero inquisitiva hacia todas las ideas: si empezamos a sacralizar algunas, estamos perdidos. 

Luego si quieren, nos abrazamos, leemos un buen libro, nos hacemos un masaje, nos reímos con un chiste de Eugenio y pensamos que, a pesar de todo, la vida es valiosa pero no porque todo sea perfecto y cada uno tenga lo justo y necesario para su desarrollo - díganselo, por favor, a la próxima víctima de, qué sé yo, un atraco - sino porque mientras estemos vivos, hay esperanza.

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 15 de mayo de 2015

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