Estaba a punto de irme a dormir. Cabeceaba en el sofá ante la última ronda de zapping. Es lo que hacemos en casa para decidir si ha llegado el momento de claudicar. Si del canal uno al ocho no hay nada que nos enganche, se acabó. No pintaba bien, ya habíamos hecho una ronda hacía unos minutos y entre los programas malos, las películas a punto de acabar y la publicidad no habíamos detectado rastro de vida inte…resante detrás de la pantalla. De repente me doy de bruces con una entrevista a periodistas de guerra y entonces sí, me tuve que quedar hasta el final, luchando contra los ojos que se me cerraban por las lentillas ya secas.
Admito que el programa me daba un poco de miedo, “Españoles contra la Yihad” sonaba a una mezcla de Españoles en el Mundo, junto con Equipo Investigación, Callejeros, Policía Internacional o Cárceles. Los docu-espectáculos son como la pseudociencia, parecen lo que no son, se hacen pasar por programas informativos cuando, de hecho, son shows sensacionalistas “basados en hechos reales” que no analizan seriamente la realidad, sino que la exhiben obscenamente para una audiencia que ya no se contenta con el drama y el suspense ficticio de las telenovelas.
Pero hablamos de la guerra y hablamos de Siria y no me pareció, aunque no vi el programa entero, que Lluís Miquel Hurtado o Antonio Pampliega, y el equipo que los acompañaba, estuvieran jugando a hacer periodismo de investigación. Me fascinan los hombres y mujeres como ellos - no olvido a Javier Espinosa, Jon Sistiaga o a las reporteras Mónica García Prieto y Monica Bernabé y tantos otros que no me caben - que van a lugares de donde todo el mundo huye para que sepamos lo que allí pasa. Admiro su optimismo, ellos que piensan que su viaje vale la pena, que sus noticias interesan a un espectador que confunde Siria con Afganistan (o con Irak o con Gaza), que se juegan la vida pensando que sus reportajes puedan ejercer presión internacional y con ello cambiar la situación de los pueblos que se matan con kalashnikovs, con granadas de mano y en chanclas. Yo no sé si sus corresponsalías transforman la situación internacional, incluso ellos admiten que los oriundos del país han perdido las esperanzas de que su trabajo sirva de algo, por eso tratan de sacarles una utilidad más inmediata, los secuestros formarían parte de esta lógica utilitarista que ya no cree en las promesas de la información como un detonante de la acción, que está desengañado y sabe que los periodistas volverán para cubrir los actos terroristas de los que ahora son niños, cuando dentro de unos años, sean adultos enfadados con el mundo que les ignora. Temo pensar que sus informes sólo sirvan para que aquí nos cubramos las espaldas: estemos preparados para los atentados que reivindican el califato y no se repitan los sietes o los onces sangrientos en el calendario. Me preocupa mi seguridad tanto como la de cualquier otro ciudadano que quiere llegar a viejo y recorrer el mundo en autocaravana con su pareja, sin hipoteca, felizmente jubilados, pero no querría saber que vivo sobre las cadáveres innecesarios y previsibles de otros. Siento la necesidad de exigirme que eso no pase, de hacer algo para salvarme la vida de verdad. De momento sólo se me ocurre escribir esto, espero ser más eficaz en breve porque hay prisa: a muchos se les acaba el tiempo.
Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 22 de mayo de 2015
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