lunes, 20 de febrero de 2012

Cementerio de animales

Cementerio de animales by Sandra Milán Massagué on Grooveshark

Arrastras tu cuerpo como un cementerio de animales.
Huelen a distancia las tumbas que atesoras en la carne que te sobra.
De algunos poros he visto como rezuma el jugo putrefacto de la muerte
que le diste al cerdo, al conejo, al pollo y a la vaca recién destetada
que tu llamas ternera.

Llevas tatuados en la piel los cardenales que recibieron los animales
que en tu plato tienen la cómoda y artificial forma de filete geométrico.
Aunque confundas a tus ojos, 
no engañas a tu sangre, 
que reconoce a su hermano en el menú.
Ni por mucho que mastiques podrás digerir la crueldad animal
que ingieres a cada bocado.
Lo que llamas comida es una criatura que siente,
lo que compras en la carnicería es el pedazo de un ser
que de no ser por ti, seguiría con vida.
 Ni todos los ruidos digestivos del mundo
podrán acallar los alaridos mortuorios
que profieren tus entrañas:
los gritos de los individuos
que te hubieran devuelto una mirada compasiva
si hubieras tenido el valor
de considerarlos antes de engullirlos.

Arrastras tu cuerpo como un cementerio de animales.
Deja que te visite y deposite algunas flores
en los nichos más frescos.
Rezaré por el alma de los inocentes que perecieron en el matadero
sólo porque tú no quisiste responsabilizarte
de las consecuencias éticas de tu dieta.

Inspirado en la frase de Clemente de Alejandría:
"Estáis lejos de ser felices teniendo vuestro cuerpo como un cementerio de animales"

viernes, 17 de febrero de 2012

Entrevista en el Diario de Terrassa

Fotografía: Sandra Milán Massagué. 17 de Febrero de 2011. Diario de Terrassa

Sin que sirva de precedente, 
hoy la entrada es una imagen
sobre la entrevista que me hicieron
en relación a la exposición de poesía ilustrada
de la serie Enciclopedia de los Sentimientos.

jueves, 16 de febrero de 2012

Crónicas desde Ghana XIII

Semana del 28 de Abril al 4 de Mayo de 2008

Hace días que tengo una frase en la punta de los dedos. Ahora, justo al ponerme al teclado, la he escrito como si sólo estuviera esperando el momento adecuado: “He pasado demasiado tiempo creyendo que mi vida estaba en cualquier otra parte”. Puede que nadie más haya tenido la sensación de que su vida se encuentre siempre en otro sitio, como si nunca se encontrara en donde uno está. Puede que sólo sea un defecto de poeta, que sólo yo tenga esa especial habilidad de sentirme siempre fuera de lugar. 
Vivir en África no me ha convertido en un “pez en el agua”, no es que yo ahora piense que haya encontrado de veras mi hogar. Supongo que vivir aquí me ha reencontrado con mi vida, y no porque estuviera escondida al lado de algún tronco de banano, sino porque he comprendido que la vida no es algo que ya esté hecho y que uno deba buscar. Ojalá pudiera explicar eso a todas estas personas que piensan que la vida está en un país con máquinas de refrescos en la calle, ojalá pudiera decirles que su vida no se ha ido “a comprar tabaco”, que son sólo ellos los que han salido a fumar. Para muchos aquí el campo de refugiados sólo ha sido un momento de transición, así ese momento haya durado más de diez años. Es como si todo este tiempo sólo hubieran estado esperando que todo volviera a su cauce, como si sólo hubieran envejecido esperando volver a nacer. 
Que yo no escriba la semana que viene sobre Buduburam no va a hacer que este campo desaparezca de la faz de la tierra. Sólo en los libros desaparecen los paisajes y los personajes cuando se deja de escribir, como si ese mundo inventado dependiera de las palabras para sobrevivir. Pero el suelo que yo estoy pisando ahora mismo existe, no ha sido producto de un libro de miedo. De todas formas como en África todo está vivo, este campo de refugiados también tiene sus días contados. Puede que en unos meses no queden más que casas vacías, que sea la única persona viva en un pueblo fantasma. 
Muchos hay que ya se están yendo, como si sus raíces en Liberia les estuvieran atrayendo para poder dar un fruto que alimente a su país. Todos, un día u otro, tenemos que servir de alimento, pero no una vez muertos y bajo tierra. Si Jesús se convirtió en un pedazo de pan ácimo no fue porque sus discípulos tuvieran hambre, yo ni tan siquiera creo que la sangre de Cristo sepa a vino tinto. De todos modos, la metáfora cristiana sirve para explicar que los hombres también deberían dar un fruto que mate el gusanillo de la violencia, de la miseria, de la injusticia y del desamor. Sé de alguien al que le gustaría transfigurarse en mango, aunque yo si pudiera elegir me gustaría ser un trozo de pan con chocolate, supongo que eso serviría para dulcificar el carácter de los más gruñones. Por suerte ya hay mucha gente que sirve de banquete para los más hambrientos, ya hay muchas personas que se dedican a ser como ese bizcocho de yogur que mi abuela hacía, y del que no tengo la receta. 
Los días que he vivido aquí no han sido más intensos por la amenaza imaginaria de que un león pudiera entrar en mi casa (hay quien piensa que África está infestada de leones, como también hay quien piensa que todos los blancos son ricos), la conciencia que he adquirido al ver las dos caras de la vida hace que pueda tomarme más en serio y más a risa las cosas que me pasan en el día a día. Hace tres meses que he convertido mis palabras en un megáfono para que las historias que aquí ocurren no se queden olvidadas en un documento de Word, hace trece artículos que hablo y que me escuchan, ojalá supiera decir algo más que: muchas gracias.

Crónicas desde Ghana XII

Semana del 21 al 27 de Abril de 2008
La magia ya existía antes de Harry Potter, antes del Señor de los Anillos e incluso antes de Mary Poppins. No es que yo haya conocido en persona a mi hada madrina, y bueno, la sandalia que perdí en aquella atracción de feria nunca me fue devuelta por un príncipe de telenovela, pero que la magia existía antes de todos esos cuentos de fantasía es algo que cualquier adulto sensato debería afirmar sin temor a que le quemen en la hoguera. La magia surgió el día que la realidad concibió un hijo fruto de su escarceo con la utopía. Aún no se ha descubierto la fecha exacta, aunque algunos historiadores aventuran que fue la misma mañana que el hombre descubrió que Dios estaba mucho más cerca de lo que pensaba. 
Hay tantas mentiras alrededor de la magia que hoy nadie cree que las pócimas produzcan algo más que resaca. No hacen falta hechizos para convertir a un hombre en el mago de su vida, no hacen falta varitas para convertir una mujer en adivina: siempre sabrá cuando su hija está enamorada. La magia existe aunque esto no sea precisamente Disneylandia, a pesar de que muchos coches parezcan realmente calabazas. Si bien los mundos ilusorios que imaginé de pequeña no se parecen en nada a esto, no por eso he dejado de descubrir un mundo que se guardaba demasiado en secreto. 
Lo sobrenatural no es que el fantasma de tu abuelo se te aparezca en sueños, lo sobrenatural no es que el televisor se apague solo, lo realmente sobrenatural es que haya gente que viva a pesar de todo. Hay refranes populares que se quedan cortos: el que dijo “donde caben dos caben tres” o  fue solamente víctima de un triangulo amoroso o su familia no tuvo que hospedar nunca a ocho personas en una misma habitación. Hay prodigios que hacen de la multiplicación de los panes y los peces un mero truco de ilusionista, milagros que aquí se llaman instinto de conservación. 
Mágico es que no me haya vuelto incorpórea después de la dieta del arroz, sólo me falta desayunar arroz con leche para que se me ponga cara de china o japonesa. Bubba, el amigo de Forrest Gump, ideó un menú muy parecido al que yo tengo aquí cada día: gambas con tomate, gambas con hojas de patata, gambas con hojas de yuca, gambas con calabaza; sólo hace falta cambiar la palabra gambas por la palabra arroz para tener una idea bastante exacta de lo que digiere mi estómago cada día. Si somos lo que comemos me temo que en poco tiempo van a confundirme con un plato de “paella”. Mi dieta liberiana está basada en el axioma irrefutable que dice: “donde hay arroz hay comida, si no hay arroz no hay comida”. Así que los días que como pan con aceite de oliva (dos botellas que viajaron de estraperlo en mi maleta) son días que podría decirse que ayuno. Guardo bajo llave los “Sugus”, los “carquinyolis”, los frutos secos y el chocolate. Todavía me quedan algunas lonchas de jamón serrano y alguna lata de olivas. El queso se “fundió” una noche de nostalgia y el Camembert que traje para nuestra compañera francesa no es lo mismo que el semicurado de oveja. Después de mi incursión al mercado me convencí de que más valía ser vegetariana, así que mi única fuente de proteína es ese huevo frito que se me engancha en la sartén cuando intento hacer arroz a la cubana. 
Mágico es que pueda ver a mi familia desde las fotografías de mi habitación, como si fueran bolas de cristal de alguna marca tan barata que sólo me permitieran ver el pasado. La magia existe, créanme, pero si después de todo lo dicho, todavía hay algún escéptico entre los lectores, si aún no les parece un milagro poder tener la nevera llena, yo les propongo un experimento para que se convenzan: súbanse a un avión y vengan.

Crónicas desde Ghana XI

Semana del 14 al 20 de Abril de 2008

La tierra prometida de los refugiados debió ser una promesa de esas que uno hace con los dedos cruzados. Al menos algunos de ellos están despertando ya del sueño americano (sueño que por otra parte han soñado, valga la aclaración, dormidos) porque nunca han pisado más suelo estadounidense que el de sus castillos en el aire. Y es que a veces protestar sólo sirve para tomar dos platos de la sopa que uno rechaza (en mi caso y de pequeña, lentejas, porque el “las tomas o las dejas” no era una opción en mi casa) así que ni mil dólares en el bolsillo, ni equipajes de más de 20 quilos. 

El gobierno de Ghana se ofendió, como si los gobiernos fueran entes antropomorfas con sentimientos, y decidió que la hospitalidad con que había acogido a sus vecinos no merecía esa respuesta, ya que según él, la manifestación en el campo de refugiados era ilegal: nadie había pedido permiso a las autoridades y eso alteraba el orden público. En respuesta a tan grande afrenta, apareció una mañana la policía con cuatro ó cinco autobuses, para arrestar entre 300 y 600 manifestantes, dato que en algún periódico liberiano asciende hasta 800, pero ya se sabe que en las manifestaciones, sean en el país que sean, los números pueden variar incluso hasta en dos ceros. Las mujeres subieron a los autobuses voluntariamente, pensando quizá que les había llegado la hora de traspasar el Atlántico. No faltó quien dijo que habían sido maltratadas, aunque lo que sí es cierto es que se las llevaron y pasaron semanas arrestadas en un campo militar, como si eso fuera a contagiarles de obediencia. 

La firme determinación con que las mujeres exigían sus “derechos” se convirtió de un día para otro en una mansedumbre impropia del carácter liberiano. Puede que pensaran que cuando uno pierde más vale mantenerse callado y con cara de no haber roto un plato. Días más tarde la misma gente que vociferó en versión africana “No, no, no nos moverán” hacía cola para registrarse delante de la oficina de repatriación. Habrá que ver cuando llegue la hora, si realmente están dispuestos a irse, o si todo ha sido una pataleta de niño mimado que dice “pues si me echas, me voy”. 

Ser refugiado no es ser intocable, ser víctima no es poseer un estatus que exima de cualquier futura culpa, lamentablemente, todos somos partícipes de esta discriminación positiva en la que la víctima es ascendida hasta la categoría de héroe, como si así expiáramos el pecado de ser cómplices del verdugo. Parece que todavía no hemos tarareado suficientes veces a Bob Dylan, que el Imagine sólo fue una imaginación de Lennon, que Armstrong no cantaba sobre este mundo cuando entonaba el What a wonderful world, que Bob Marley tenía razón cuando a ritmo de himno decía “Think you are in heaven but you’re living in hell”. 

Si la gente aprendiera de los errores de otros el éxodo bíblico no sería un mero capítulo de libro, si la gente escarmentara en cabeza ajena no harían falta tantos minutos en los telediarios para los asuntos de “sucesos”. Siempre habrá quien piense que el efecto mariposa es una película en cartelera y que lo que pasa en la otra parte del planeta comienza y termina tan lejos que ni con el mando a distancia podríamos influenciar en ello. 

Si es verdad que las desgracias unen más que la dicha, entonces deberíamos recordar nuestra historia de países en guerra, de dictaduras, de torturas, de injusticias a pie de calle y de familias sumidas en la pobreza. Si es verdad que eso sirve para estrechar distancias, entonces no deberíamos olvidar nunca que el pueblo español también tuvo un día que salir a buscar trabajo, que el pueblo europeo también tuvo un día que mendigar comida. Si eso sirve para que nos demos cuenta de que las manifestantes de este campo de refugiados no son tan distintas a como fueron nuestras abuelas, entonces es verdad, atestiguo que “no hay mal que por bien no venga”.

Crónicas desde Ghana X

Semana del 7 al 13 de abril de 2008
Hay palabras que dan miedo, son como ese hombre del saco de mi infancia, que en mi cabeza tenía aspecto de hombre sucio y barbudo, con dientes negros y mirada de loco. Hay palabras que son como un susto y sino pruebe a decir “malaria” la próxima vez que tenga hipo. Malaria podría ser el argumento de una tesis doctoral matemática titulada: “Los números no son exactos”, tres mil niños muertos diariamente en África siempre serán más que tres mil ancianos moribundos. Uno cada treinta segundos, como si el tiempo tuviera suficiente con un momento para robarle al corazón de un niño su latido. Como si la malaria se hubiera fijado una cota de víctimas semanales y tuviera que darse prisa por alcanzarla. Por si  fuera poco, la de aquí es la más agresiva, la única capaz de atacar al cerebro, la responsable del 95% de las muertes por malaria, de la mitad de los casos de contagio en el mundo. 
La malaria es transmitida por una hembra, pero en este caso, no es para nada una mosquita muerta. Sólo ellas están interesadas en la sangre, sólo ellas muerden hasta inyectar, mediante sus glándulas salivares, el parásito de la muerte: plasmodium falciparum. No es que yo sea inmortal, sólo tuve suficiente dinero para comprar el medicamento, porque ésta es una plaga de los pobres, como si antes de matarte comprobara tu cuenta bancaria. Podría ser tan leve como una gripe, yo no estuve más de una semana en cama.  
Gestos tan simples como dormir cubierto por una tela mosquitera evitarían la mitad de las infecciones y reducirían un tercio la muerte infantil. Podría no ser tan grave si el niño no viniera por primera vez a la clínica con antecedentes de fiebre desde hace tres semanas. Hay quien en su historia clínica ostenta malarias como si fueran heridas de guerra. Yo ya me sé de memoria el nombre de las pastillas. Si es verdad que el diablo sabe más por viejo que por diablo, es algo que yo ignoro, porque él nunca me ha picado, pero la malaria, de nuevo esta semana, me ha recordado que ella estuvo aquí infectando a los dinosaurios, que ya algunas momias egipcias presentaban signos de haberla padecido y hasta se dice que Alejandro el Grande cayó rendido en la batalla por la inmensidad de un mosquito. Nada he podido hacer contra un organismo que tiene milenios de sabiduría almacenada. Lo peor, creo, fue la inyección para bajar la fiebre, aunque el médico utilizara una aguja pediátrica y luego me ofreciera chocolate para calmar mis quejidos. Algunas noches me despertaba sudando y con escalofríos, y aunque yo sé que la fiebre te hace esas malas pasadas, casualmente justo antes de darme cuenta de que la sábana estaba empapada soñaba que corría y corría con mi sobrina en brazos. Aún hoy todavía no estoy segura de si mi sudoración era debida a la fiebre o al cansancio proyectado de mi maratón onírico. 
Malaria, nombre italiano para una enfermedad que asoló Roma por siglos, “mal aire” porque se creía que los humos de los pantanos eran los que la causaban, y aunque hoy sabemos que no es así, algunas personas aquí siguen pensando que comer naranjas va a contagiarles de malaria, cítrico inofensivo de este modo ascendido hasta la categoría de fruta del pecado, aunque ¿por qué no? en la Biblia no se dice en ningún momento que lo que Eva mordió fuera una manzana. Supongo que ellos también encuentran ridículo que uno pueda morirse por la insignificancia de un parásito que cabe en un mosquito, puede que piensen que poder morirse por culpa de algo del tamaño de una naranja es mucho más razonable. Admitámoslo, es aterrador pensar que algo más pequeño pueda matarte.

Crónicas desde Ghana IX

Semana del 10 al 16 de Marzo de 2008
Mientras en una parte del planeta alguien chuta a gol una pelota, en otra hay un hombre que busca su amuleto perdido. Mientras en un rincón de la costa oeste americana alguien le saca el polvo a su colección de figuras nacaradas, en el desierto asiático un hombre se cubre el rostro para impedir que la arena le escueza los ojos. Mientras en el campo de refugiados sigue la manifestación y se intensifican las protestas, mientras algunas ONGs aconsejan que sus voluntarios desalojen el campo, y Doris se queda cada día a dormir en esa explanada de tierra llena de pancartas, en Biakpa, un pueblo en la región del Volta, nadie se preocupa más que de sonreír a sus invitados. 
Biakpa es África condensada, con un baobab en forma de botella de licor en el que se reúnen los viejos del pueblo, con una escuela en la colina, con un cementerio al lado de la iglesia y un árbol de flores blancas creciendo de una tumba de piedra. El jefe del pueblo es un anciano que nos recibe en la puerta del coche para llevarnos con orgullo hasta su casa, allí aprendo a honrar a mis antepasados con vino de palma, me enseñan que el último trago del cuenco se debe ofrecer a la tierra para dar de beber a mis sedientos tatarabuelos. Hasta en la pizarra de la escuela estaba escrito que la libación es la ofrenda del vino a nuestros ancestros. El campo de futbol del pueblo está lleno de cabras que se disputan la hierba, los niños juegan en cualquier rincón sin la mirada restrictiva de los adultos, hay algunos jóvenes charlando bajo la sombra de un árbol, y todo me recuerda a esa calle donde vivía mi abuela, en que a partir de las seis de la tarde se sacaban las sillas a la acera. Entonces, pipa tras pipa, se llenaba de cáscaras la bolsa y las vecinas comentaban que ese verano estaba haciendo bochorno. 
En Biakpa basta alzar el brazo para merendar, frutas sin nombre con forma de pimiento, olor a caramelo y sabor a pomelo cuelgan de los árboles sin que nadie se afane en recolectar. Hay pueblos donde siempre es domingo, como si a la gente le diera igual el día de la semana y ningún lunes pudiera alterar su alegría. Mientras, a dos cientos quilómetros de distancia hay lugares en los que siempre es martes y trece, y es cierto que para algunos de los pacientes del hospital psiquiátrico, el calendario se ha detenido, ya sólo existe esa hora del día en que uno se toma la medicina, el resto se vive en el sopor de un sedante. 
La desolación que sentí al visitar el pabellón de mujeres, el de hombres y la escuela de niños no tiene nada que ver con que el hospital tuviera los estándares africanos de acomodo, la tristeza sobreviene a pesar de que los enfermos estén alojados en un hospital de cinco estrellas, basta con observar el suplicio de esos hombres condenados a los barrotes de su mente. Muchos de ellos ignoran que el otro día se celebró el cincuenta aniversario de la independencia de Ghana, país que según algunas guías de viaje fue el primero en independizarse y según otras es un honor que posee Sudán. Ese día, y aunque las escuelas llevaban cerradas algunas semanas por la presión de las manifestantes, los alumnos de algunos colegios ghaneses desfilaron a ritmo de marcha militar. 
A veces me da por pensar que Ghana, en realidad, está fuera del campo de refugiados, que el campo de refugiados es como Lesotho, ese país incrustado dentro mismo de Sudáfrica, que Buduburam es el nombre de una nación de nuevos colonizadores liberianos, y aunque las fronteras de este nuevo país ficticio no tengan aduana uno sabe cuando está hablando con un ghanés o cuando está intentando entender a un liberiano. Ambas culturas son tan distintas que puedo dar las gracias de poder estar descubriéndolas a la vez sin tener que aplicar a dos visados.

Crónicas desde Ghana VIII

Semana del 3 al 9 de marzo de 2008
Esto está lejos de cualquier sitio. Incluso de noche la luna se ve más pequeña, como si aquí estuviéramos lejos hasta del cielo. De todas formas hay algunas estrellas que bajan a alumbrar el camino del internet café hasta mi casa y entonces, entre los arbustos, docenas de luciérnagas se convierten en el único alumbrado “público” de la calle de tierra. 
Ya no se oye cantar al grillo que vivía en nuestro baño, y no es tan raro que tengamos huéspedes tan extraños, el otro día en la cocina encontré una rana que pensó que el barreño lleno de agua, por el grifo que gotea, era una charca en medio de una sabana. No era mi intención provocarle incontinencia urinaria por miedo, pero ni todo el jabón de lavar los platos me quitó la sensación de haber sido rociada con los fluidos vesicales de un anfibio.  De noche los perros quieren competir con los gritos de las iglesias con horario vespertino y entonces los ladridos también podrían pasar por plegarias. 
Hay un hombre que se empeña en rezar como si se peleara con alguien, y es difícil cerrar los ojos con esa voz demoníaca profiriendo jaculatorias. Orar en silencio es algo que aquí se ignora, como si Dios no fuera a oír sus rezos si no se invocaran a gritos. La religión no es cuestión de fe, para ellos Dios no es algo en lo que se pueda o no creer, Dios está tan vivo como Nietzsche cuando lo mató, Dios es tan evidente como el picante de su comida. Pero no todos los asuntos se resuelven añadiéndolos a la lista de pedidos al divino. 
Las manifestaciones que empezaron el miércoles por la tarde iban directamente dirigidas a las Naciones Unidas. La información que corre en boca de todo el mundo es que una gran suma de dinero ha sido donada a Ghana por parte de la ONU para que se utilice en la integración de los refugiados. Desgraciadamente, los refugiados no quieren integrarse en lo que consideran que sólo es un país de asilo transitorio, y piden que ese dinero se utilice para ayudarlos a repatriarlos a Liberia. 
Hace unos meses la repatriación voluntaria proporcionada por ACNUR ofrecía vuelos gratuitos a Liberia, posibilidad de llevar 50 kg de equipaje y cinco dólares para empezar de nuevo en un país en el que ya no les queda nada. Estos últimos meses, la cantidad asciende a cien dólares pero disminuyen el equipaje a 20 kg, por lo que los refugiados se quejan diciendo que eso es como recibir los mismos cinco dólares de antes, ya que al llegar a Liberia deberán comprar todo lo que no les cupo en la maleta (y eso incluye neveras, camas, tanques de agua, sillas, armarios, espejos y hasta cortinas). 
Ahora, en dichas manifestaciones piden que les proporcionen mil dólares por cada miembro de la familia (siendo considerados y pidiendo solamente 500 dólares por los bebés). Han calculado que, aún así, sobraría dinero de esa astronómica cantidad que Naciones Unidas donó a Ghana. Pero, ay, si realmente pudiera ponerse en marcha su propuesta, hasta los hombres querrían quedarse embarazados para recibir ayudas extras. Por cierto, que la manifestación sólo era convocada por y para las mujeres, puesto que ya otras veces los hombres se han manifestado provocando que el Ejército interviniera hasta con tanques, como si los antidisturbios los pudieran usar de arma contra los hombres con piedras o con pancartas. 
Doris está convencida que mil dólares por familiar es tan justo como injusto fue que le quemaran la casa donde vivía en Liberia. Tiene razón cuando dice que si quisiera volver a su país, no podría volver a su pueblo, donde no hay escuelas para sus hijos, ni suministro de agua, donde la carretera hasta Monrovia se mide en días y el pillaje y la delincuencia no tienen policía que los persiga. Ningún familiar, ningún amigo va a hacerse cargo de ella, de sus tres hijos y de sus dos nietos. Nadie a quien acudir en un país donde antes vendía pescado y vivía con el marido que la ha abandonado. Cuando la guerra es tan cruel que las peores víctimas no son los cadáveres, ninguna de las palabras de mis poemas sirve para consolar a las Doris del campo de refugiados.

Crónicas desde Ghana VII

Semana del 25 de Febrero al 2 de Marzo de 2008

A pesar de que la palabra África se asocia, casi en todas las mentes, con el calor, lo cierto es que aquí apenas se ve el Sol. Más bien parece  que el cielo Británico se haya quedado como recuerdo de su antigua colonia y aunque aquí no llueve, según la lógica surrealista, porque no hay paraguas, el cielo a veces está tan gris como si amenazara inútilmente con tormenta, así como el niño que amenaza con matarte con una pistola de agua. De todas formas, el calor es soportable gracias a pequeños placeres que nada tienen que envidiar al aire acondicionado. 
La experiencia de viajar treinta personas en un trotro, tocando codo con codo y rodilla con rodilla, en asientos de imitación de piel que se te enganchan a la tuya como si quisieran apropiarse de tu cuerpo y metamorfosearte en sillón, es algo que recomiendo a todos los amantes del riesgo. Aún así, el viaje del campo de refugiados a Accra, a 80 quilómetros por hora, con las ventanas abiertas, es como disfrutar de un gran ventilador, que a la par que te despeina, devuelve tu temperatura corporal al rango tolerable de tu termostato interior. Trotro es todo aquel vehículo susceptible de contener a más personas de las que nadie imaginaría, con más años que la invención de la rueda y que a pesar de todo funciona. Trotro además puede ser sinónimo de iglesia móvil, con pastores que, aprovechando el tráfico, predican sobre el valor de la palabra. Ayer por ejemplo, todos los pasajeros del trotro asistimos a una improvisada homilía, con Biblia en mano y Amén a coro. Por si acaso alguien no fuera bilingüe, el pastor predica en inglés y en Twi, una de las muchas lenguas del país, pero también la más común, y es que afortunadamente, la palabra de Dios no tiene problemas con el lenguaje. 
Llegar al centro de Accra significa coger un taxi compartido hasta Kasoa, un trotro de Kasoa a Kaneshi, otro de Kaneshi a Circle y un taxi compartido más de Circle a Osu. Los 35 quilómetros que separan el campo de refugiados de Accra se convierten en una excursión de dos horas. Un taxi compartido no sólo se comparte con personas, yo no creo que las gallinas y los pollos que ayer intentaban picotear mi pie, pagaran billete, aún así, viajaron hasta su destino. Asimismo, las cabras son pasajeras habituales de trotros, aquí el pastoreo es tan moderno que también es motorizado. 
Accra es una ciudad que vive en el suelo. En el suelo se venden zapatos, ropa, comida, música, en el suelo permanece la basura y en el suelo se sienta la gente. Luego, como por compensar, todo se transporta sobre la cabeza: máquinas de coser, bandejas de pescado “fresco”, toallas, barreños llenos de cepillos de dientes, cajas de comida frita o, en definitiva, cualquier cosa que uno sea capaz de cargar y andar al mismo tiempo. En las calles de la ciudad, mientras uno espera a que el semáforo se ponga verde, se pueden encontrar los más extraños objetos ambulantes: fundas para el volante, mapas de África, básculas adornadas con paisajes tropicales, relojes para cocina o cojines para el sofá (cojines que tienen aspecto de haberse robado de algún cuarto de Versalles). Así que si de repente estás a punto de llegar a casa y te olvidaste de comprar una llave inglesa para arreglar el baño, es muy probable que en el próximo semáforo encuentres un hombre que carga cajas de herramientas que se venden por separado.

Crónicas desde Ghana VI

Semana del 18 al 24 de Febrero de 2008
A Elise y a Sebastien las maletas les pesan una vida. Esta semana regresan a Francia. No parece que haga sólo dos años que salieron de Orleans con una guía de conversación en inglés guardada en el bolsillo. Tienen tantos recuerdos en forma de telas, pinturas de mujeres moliendo ñame, fotografías de playas salvajes, que más les vale enganchar en la maleta una etiqueta de FRÁGIL, y no porque esos objetos puedan romperse fácilmente, sino porque lo que ahí llevan es tan delicado como el fino hilo que teje nuestras memorias. 
Poder decir que han superado los primeros meses de convivencia en un lugar en el que no hay amigas para desahogarse de los calcetines tirados, ni amigos para salir a tomar una cerveza, donde no hay madres que te ayuden con las comidas, ni padres que te den consejos apropiados, es decir que esa unión está ya curtida por experiencias que dan constancia de su amor. La vida del expatriado siempre es envidiable para los que se quedan en su casa, siempre tiene ese aire de riesgo maratoniano que nadie corre, siempre comporta de por sí la idea de que la osadía de vivir lejos de tu país, aún más si es un país del otro hemisferio, debe admirarse y elogiarse. A veces así es, y no es suficiente una pared para colgar todos los cuadros de agradecimiento. 
Sebastien ha aprendido a administrar la clínica como si fuera el modelo de un libro de economía. La penosa tarea de aprobar o rechazar las ayudas económicas a los pacientes que dicen no tener dinero para medicinas adquiere, gracias a él, la cualidad de alentar a esos mismos pacientes a que encuentren por sus medios una pequeña cantidad de dinero para que la clínica se haga cargo del resto. No se trata sólo de caridad, se trata de hacerles comprender que ellos también deben ser partícipes de su salud, se trata de enseñarles que deben hacerse responsables de sus cuidados. 
Elise ha rescatado del olvido esos niños discapacitados, los más relegados entre los refugiados, para mostrar a los padres que esos niños también necesitan abrazos, para enseñarles que pueden jugar, para estimularlos a crear con sus propias manos tarjetas postales, telas estampadas o figuras de barro. Devolverles la utilidad que todo ser humano tiene, aún discapacitado, es devolverles el sentido, rescatarles de la marginalidad a la que algunos los condenan por pensar que hay seres humanos que no sirven para nada. 
Esta semana en la clínica se hizo una fiesta de despedida, la primera fiesta de despedida con sentido a la que he asistido, porque no se trata sólo de reunir a un grupo de gente para que beba refrescos y coma canapés. No se trata sólo de pasar dos horas junto a gente que apenas ves porque estás demasiado ocupado pensando si les gustará la música o el pastel. Durante una hora y media desfilaron toda suerte de trabajadores de la clínica, amigos, hermanos de su misma iglesia, empleados y voluntarios para expresar en público el agradecimiento por el trabajo realizado, la tristeza de ver marchar a compañeros de trabajo, hablaron de anécdotas del pasado, surgieron algunas lágrimas y hasta cantamos. Pasan unos meses hasta que uno empieza a hacer suyos los problemas del lugar donde vive, como si al principio sólo su cuerpo estuviera en el nuevo país de acogida, como si la mente viniera un poco más tarde, con retraso, y hasta entonces no se pudiera pensar que la gente que no tiene nada para comer, que las madres que llevan esos niños colgados a la espalda son, de hecho, tus vecinos. 
Ahora, después de dos años, Elise y Sebastien ya no olvidan que la gente que sufre no sufre a mil quilómetros de distancia, no sufre dentro de las pantallas del televisor, sufre en la esquina de la calle de su casa, sufre al alcance de su mano. Ya no va haber más crepes para la cena, no vamos a tener más postre especial de plátano. Puede que se vayan pero nos dejan la fuerza que envuelve a las personas como ellos, que no dejan atrás su casa, ni dejan atrás los amigos que  han hecho, que no se alejan de sus familiares, ni de sus compañeros, porque para ellos no hay frontera que separe al ser humano.

Crónicas desde Ghana V

Semana del 11 al 17 de Febrero de 2008
No es fácil ser un niño. La moral occidental podría catalogar este lugar como no apto para menores. Hay escenas que cabría censurar, situaciones de las que alguien debiera avisar con: “lo que a continuación va a vivir puede herir su sensibilidad”. Pero no hay carteles en relieve con esos consejos, antes de saber que el niño de tres años ingresado por malaria, se ha muerto esta noche en el anonimato de los hechos demasiado frecuentes. Si no fuera por la llamada de teléfono a las cuatro de la mañana, yo tampoco me hubiera enterado. 
Hay que armarse de valor para tener cinco años y vestirse para ir a la escuela sabiendo que el profesor ostenta su título en la mano: vara o cinturón. Aquí pegar es parte de la educación, como si fuera una asignatura más que aprobar y nadie se hiciera adulto sin haber soportado unos verdugones. Según algunos docentes, los niños africanos necesitan de esa clase de “estimulación” porque hablan más de la cuenta, se dejan los deberes en casa o no se están quietos en clase, según esos mismos docentes los niños blancos son más atentos, callados y responsables. Puede que la niña que vino a la consulta hace unos meses, torturada por la madre con cera caliente para que confesara lo que pasaba en la escuela, también algún día copiara en un examen. Puede que su tutor hoy esté aprendiendo en prisión que abusar de una alumna no es un derecho que se adquiera dando clases. 
Lo más duro no es la violencia sexual a la que algunos niños están sometidos, lo más duro es descubrir que el veneno del abuso se dosificará lenta y permanentemente porque ya nunca más te van a mirar como la niña o el niño que antes eras, sino como la personificación del vicio o del pecado. Pero los niños son supervivientes natos, son una especie, que a pesar de todo, no pierde la inocencia, la alegría, también se pelean, chillan, protestan porque el hermano le ha cogido el juguete y te piden dinero para comprar golosinas. 
Zach ha tenido mucha suerte, si ahora aparece cada día por la clínica, no es porque se deba tratar de la tuberculosis diseminada que a punto estuvo de matarle, sino porque se ha hecho amigo del médico. Tiene seis años y le gustaría tener un teléfono móvil. Cuando le preguntas si le gusta su profesora responde con un no de cabeza, pero alarga tanto el gesto, que empieza entonces a convertirse en un sí, así que es difícil saber si no tiene clara su opinión o es que simplemente no ha entendido la pregunta. Entender a un niño siempre me ha resultado difícil pero aún más si es liberiano. A Zach le gusta tanto una foto en la que sale con su hermano, que le encanta que le tomen fotos con la foto en la que sale, pero nunca se ríe cuando posa, como si tomarse una fotografía fuera algo serio para lo que hay que estar presentable. Como Zach hay otros miles de niños que al verte por la calle quieren aprenderse tu nombre para saludarte a diario, que te huelen porque piensan que el color de la piel comporta un aroma distinto de perfume humano. 
Hay situaciones que a una le convierten en madre por momentos, como aquel día que me bañé en la playa con un niño colgado en cada brazo, y no podía nadar medio metro sin que otro  se subiera a mi espalda. Hoy por ejemplo, vi la escena fraternal más conmovedora que hasta ahora haya presenciado: una niña de cinco años limpiaba los pies descalzos a su hermana menor, de unos tres, cuando acabó le dio la mano y siguieron caminando. A los pocos metros la pequeña estornudó así que su hermana no dudó en estirarse un poco la camiseta para limpiarle la mocosa nariz. 
En la guardería del programa de nutrición es difícil que el recibimiento esté exento de llantos y de lágrimas, puede que les dé miedo mi palidez de mujer fantasma, aunque siempre hay un niño que me mira esperando que yo le toque, como si viniera a hipnotizarme con esos ojos limpios, ansiosos por ver la vida, con esa mirada brillante que sólo algunos adultos conservan, con esa mirada radiante que ilumina todo lo que observan.

Crónicas desde Ghana IV

Semana del 4 al 10 de Febrero de 2008
Todavía habrá quien no sabe que la Copa de África se está disputando en Ghana, pero para quien vive aquí es imposible no saberlo. El fútbol parece ser también el deporte nacional de este país y el absentismo en horario de partido llega a cotas de vértigo. El otro día, por ejemplo, el internet café abierto las 24 horas cerró para ir a vitorear a su equipo delante de algún televisor de veinte pulgadas. Las paradas habituales de yuca asada, pescado ahumado o plátano frito habían desaparecido del mapa. Afortunadamente no me quedé sin cenar porque el centro del campo, donde cada noche parece celebrarse una fiesta, estaba lleno de gente que a la par que miraba el partido, vendía los habituales comestibles. 
Que Ghana ganara 2 a 1 contra Nigeria no sólo se debe a la eficacia de sus jugadores y a la efectividad de su entrenador, algo tendrán también que ver los rituales con fuego alrededor de los cuáles bailaban algunos de los hinchas más participativos con su equipo que conozco. Hasta en los altavoces informativos, que empiezan a emitir anuncios de interés general  a las cinco de la mañana, proclaman la clasificación de los equipos y de los horarios de los partidos, como si el fútbol fuera un asunto primario que incumbiera a todos los refugiados. Hoy me preguntaron si sabía cómo iba la liga en España, pensé un momento en qué responder y después de decir que no lo sabía porque a mí no me gustaba el fútbol, temí que eso pareciera una ofensa patriótica a su pasión por el balón. Creo que la próxima vez voy a consultar por internet algún diario deportivo, sólo por estar preparada para cuando me vuelvan a interrogar con cariño, esa es su manera de demostrarme que conocen España. 
Aquí no saben nada del jamón, del queso manchego, del pan con tomate o de la tortilla de patatas, parece ser que aquí España es sólo el país del Real Madrid y del Barça. Hasta en la sala de espera de la clínica hay una televisión colgada en la que se reúnen forofos que clavan sus ojos a jugadores con camisetas del mismo color. Pero la gente no sólo ve partidos de fútbol en la televisión, los videoclips también son programas de máxima audiencia, el otro día, mientras hacía tiempo en la sala de espera de la clínica, me sorprendió una canción llamada “There’s no beer in heaven” (no hay cerveza en el cielo). Fue mi personal descubrimiento musical de la temporada, no creo que la canción del verano vaya a poder competir con tan original balada. 
La televisión aquí es un miembro más de la familia. Hace unos días fuimos a visitar a Ebenecer, médico y director del Hospital de Apam, una ciudad costera a 40 minutos del campo. Ebenecer vive en una casa dentro del complejo hospitalario. Nos había invitado porque, entre otras cosas, quería practicar su español, el que aprendió en Cuba cuando fue a estudiar medicina, y es que muchos ghaneses reciben becas para estudiar en tan lejana nación. Lo primero que hacen para complacer a su invitado es encender la televisión, que en este caso eran dos, una justo al lado de la otra, como si esa fuera la solución a las discusiones maritales por el mando a distancia: estar juntos, viendo película y partido por separado. Ebenecer encendió el televisor y nos dejó allí mientras él iba a ponerse una ropa más cómoda y su mujer cocinaba arroz con judías, ensalada y plátano. Cuando volvió, y después de una larga y atenta mirada a la pantalla del televisor empezó a charlar, pero un ghanés cuando empieza a hablar no se limita a explicar los acontecimientos relacionados con lo que quiere decir sino que se remonta hasta casi la mismísima creación del continente y a partir de ahí continúa, pasando por la historia de la ciudad, del hospital y de su vida para acabar diciéndote que a él le gusta mucho el fútbol y que tiene contratados canales de pago por los que ve en directo partidos en el Camp Nou. 
La interacción social aquí no puede ejemplificarse con la habitual invitación para tomar café, tampoco las comidas son excusa para la socialización, y supongo que es por eso que nosotros cenamos en la mesa mientras Ebenecer y su mujer lo hacían delante del televisor.

Crónicas desde Ghana III

Semana del 28 de Enero al 3 de Febrero de 2008
Estar enfermo aquí  puede ser una suerte. No hablo ya de las tan consabidas teorías que dicen que la enfermedad puede ser la excusa perfecta para aprender una lección sobre el dolor, digo que estar enfermo puede suponer la oportunidad para que el refugiado sea reubicado en  otro país, preferentemente en Estados Unidos, evidentemente, por motivos médicos. 
Tener insuficiencia renal crónica es el diagnóstico de una muerte segura, porque aquí en Ghana la diálisis es tan cara que el precio podría ilustrarse textualmente con la vulgar expresión de “vale un riñón”, pero si eres refugiado y en tu historia clínica aparece que padeces de insuficiencia renal crónica, puede que tu agorera profecía de muerte se aplace un tiempo, y que ya no te despiertes más por el cloqueo de las gallinas, sino por el claxon de los coches de alguna ciudad americana. Allí tu diálisis estará pagada por cortesía del país que te acoge y tu nueva vida compensará con creces el tormento de tu enfermedad. A veces parece que la gente llega a la consulta temiendo estar sana y si finalmente lo están, si lo que tienen no es más que el “síndrome del refugiado”, caracterizado por la cronicidad de ciertos síntomas como la profunda insatisfacción de vivir aquí y el exacerbado idealismo de la vida en cualquier otro lugar, entonces volverán otro día con la esperanza de que su diabetes, su cardiopatía, su niño discapacitado, sea un salvoconducto a su tan ansiado nuevo mundo. 
Yo no puedo más que entender su actitud, yo también lloraría de rabia viviendo en este lugar entre dos mundos, conociendo la existencia de ciudades que ofrecen escolaridad gratuita, sabiendo que existen países que parecen estar en otro planeta. También hay pacientes que adolecen sin que sea motivo suficiente para que se considere la reubicación: tener cáncer puede no ser bastante. La clínica se confunde a veces con una embajada, pero en la sala de espera, también hay niños con malaria, con tuberculosis, mujeres con SIDA, adolescentes embarazadas. 
Solamente el otro día advertí un cartel en la pared de la sala, daba a las mujeres dos alternativas, preguntaba con ironía: “¿embarazo o diploma? Sé lista, tú decides”.  Pero el embarazo adolescente también se combina con tías o abuelas que cuidan de los hijos de sus sobrinas o nietas porque a éstas les tocó la lotería y fueron aceptadas en otro país justo después de haberse quedado embarazadas, temiendo que entonces les rechazaran la entrada, ocultaron que iban a tener un hijo del que nunca serían madres. Hasta ahí llegan las ganas de salir de aquí, como si esto fuera una cárcel, como si la condena fuera tan dura que pagar un hijo de fianza valiera la pena. 
Los desamparados no sólo están entre los pacientes, Poona es una refugiada liberiana que trabaja en la clínica de comadrona. Su marido y sus hijos viven en Estados Unidos y aunque como posible causa de reubicación podría esgrimirse la “reunificación familiar”, todas sus tentativas de traslado han sido fallidas, aunque pudiera pagarse un billete de avión no le darían el visado. Como en el campo de refugiados no tiene parientes, los días que libra del trabajo se los pasa en la entrada de la clínica, sentada en un banco, charlando con las enfermeras de guardia. Nunca fue tan obvio que tu familia pudiera ser tus compañeros de trabajo. 
Al menos soy testigo de que existe un hospital donde los médicos, las enfermeras, el administrador y la farmacéutica no se limitan a hacer su trabajo, donde el médico regala plátanos a los niños enfermos, donde se asiste también económicamente si el paciente no tiene dinero para comprar el medicamento, donde se alarga el ingreso del enfermo, si éste se ha quedado sin casa, donde las enfermedades no caben en un libro de anatomía pero el tratamiento tampoco termina en la posología de una medicina.

Crónicas desde Ghana II

Semana del 21 al 27 de Enero de 2008
La belleza es un juego de contrastes. Así es aquí, en que los charcos mugrientos, porque ayer llovió, empapan las bolsas de plástico olvidadas, las sandalias descuidadas, siempre sólo una, como si la persona que olvida su calzado siguiera sin darse cuenta el camino con un solo zapato, como si de repente notara que le sobra esa chancla, que no es necesario caminar dando pasos y le bastara ir dando saltitos hasta su casa. Así esos charcos se combinan con un videoclub de películas nigerianas, todas con el mismo argumento: embrollos de familias ricas, hijos desheredados, malos que se distinguen a la legua, hechiceros que maldicen al tirano. 
La belleza es un niño sucio que se hurga la nariz mientras te saluda con la mano, es una anciana que carga en su cabeza diámetros descomunales de plátanos, la belleza es la abundancia de naranjas amontonadas en el suelo, es poder saborear una cuando estabas a punto de perder la última gota de agua de tu cuerpo. No es tan raro que los hombres vayan vestidos como raperos americanos, que hasta se enfunden un gorro de lana en la cabeza, sólo les falta la radio de medio metro a la espalda. No es tan raro que las mujeres piensen que se les ve atractivas con pelucas y extensiones más artificiales que el pelo de una muñeca de bazar chino, que aparezcan un día con el pelo liso pegado al cráneo y al siguiente con unas trenzas que podrían hacerle un lifting a cualquier mujer de ochenta años. 
Nunca nadie se imagina que en un campo de refugiados vayan a haber zapaterías con todos los modelos de zapatillas, aunque el local en cuestión sea una choza de lata con estanterías de madera apolillada, aunque no tengan más que un número de talla, como si la medida del pie fuera para todos estándar. Es más común aquí tener un móvil que una escoba, cada quinientos metros hay una mesita plegable, bajo una sombrilla publicitaria con la marca de la compañía de telefonía, allí puedes comprar saldo para tu teléfono prepago: se venden minutos a partir de menos de 10 centavos. 
Aquí no hay jardines estudiados con hileras de rosas blancas, con arbustos tallados a escuadra, no hay balcones con parterres de geranios, ni avenidas con palmeras en la mediana. Puede que el ojo europeo no pudiera ver más que miseria, puede que no considerara estética la decoración de las casas, yo no he dicho que la belleza aquí sea evidente o racional, hay que revisar ese concepto que dice que lo bonito es lo perfecto. 
Me empieza a parecer hermoso que las mujeres cocinen en la calle, que la gente se coma el fufu con las manos, que las cámaras web del internet café se sostengan sobre latas de refrescos caducados.  Esto es un campo de refugiados, también tiene su encanto, aunque lo de veras “sin fronteras” sea el desaliento de las personas por su situación actual, ya sea en África o en América, aunque la globalización sea que más hombres tengan necesidad de un pantalón de marca, que más hombres dejen de lado la belleza que tanto tiempo me ha costado a mí percibir, que tanto tiempo he tardado yo en disfrutar.

Crónicas desde Ghana I

 
Semana del 14 al 20 de Enero de 2008

He llegado y no estoy de visita. Tengo las llaves de mi casa, ya con llavero, en algún rincón de la maleta. Esta vez conozco las calles de la ciudad y hasta podría decirte cuánto falta para llegar a la carretera. El campo, un campo de color carne porque es un campo de refugiados, no va a tardar en aparecer, justo allí a la derecha, en frente de un edificio con café internet, al lado de un hotel con piscina, un poco antes de una gasolinera. 

Hoy ya no me extraña ver que la gente se reúne alrededor de un televisor en la calle para seguir la telenovela, ya no me sorprende que una casa tenga el tamaño de un hombre estirado, ya no me asusto de la oscuridad que por la noche se cierne en todos los rincones, sólo desecha por algunas lamparitas de queroseno en los puestos de comida, por los focos multicolores de algunas discotecas. Me siguen haciendo gracia los gallos que se pasean por las esquinas, los chivos y las cabras que corretean sin importarles la basura mezclada con la tierra. Hoy no he visto la cocina tan sucia, me ha parecido normal que haya hormigas encima de la mesa. No he echado de menos la leche, que no existe más que en polvo, para mi café sin leche. Yo diría que el agua fría de la ducha ya no me provoca más que un leve asomo de piel de gallina. 

Salir a caminar es no parar de saludar a los niños cuando me llaman “obroni”, ahora ya sé que no se burlan, para ellos soy tan solo la “mujer blanca”. En el mercado hay más moscas que pescado, pero ya no voy a quejarme si alguna de sus patitas toca mi plato, ya no soy la que en mi casa del primer mundo tira la sopa si algún bicho nada entre la pasta con forma de estrellas. Es domingo y no hay apenas nadie por estas calles llenas de polvo, hace unos días que el Harmattan ha tornado nebuloso el horizonte con su velo de arena. Es domingo y hoy hay un hilo musical en cualquier rincón del campo, de todas las iglesias salen gritos de predicadores entusiasmados, cánticos de fervientes creyentes, tambores que repican a ritmo de aleluya, palmas que resuenan después de cada amén. Todas las mujeres llevan sus mejores telas, las niñas van con calcetines de volantes y zapatos de charol. Los bancos de las capillas son sillas de playa, no hay horario de misa porque todo el domingo es santo: hay insomnes que rezan hasta la madrugada, devotos que oran la noche entera. A primera vista podría parecer una sala de fiestas, sólo las canciones eclesiásticas nos hacen desechar esta idea.
 
Mañana, de madrugada, los altavoces dispersados por el campo van a darme los buenos días con su retahíla en un inglés sin consonantes. Voy a despertarme porque la casa, rodeada de escuelas, se funde en el ruido de niños gritando, hablando, jugando. Voy a abrir los ojos bajo la tela mosquitera, que confiere a la habitación un aire entre  Memorias de África y hospital de campaña. Voy a lavarme la cara en un baño sin espejo y sin baldosas en el suelo. Me enorgullezco porque ya no dejo el grifo abierto mientras me lavo los dientes, aquí es un lujo tener agua corriente, y es que me estoy haciendo experta en economizar los recursos: puedo lavar los platos con menos agua de la que antes utilizaba para lavarme las manos, puedo enjuagarme el pelo en tiempos dignos de entrar en el récord. Fuera, nadie tiene un baño en casa, las letrinas son públicas y aunque nunca he usado ninguna de ellas el hedor se hace patente ya en la distancia. 

Obviando todas las diferencias que te recuerdan que estás en África, yo no creo que la vida aquí sea tan distinta de la vida en cualquier otra parte del planeta. También aquí hay depresiones, cumpleaños. También aquí quieren ser famosos, comprarse el último disco del cantante de moda. También aquí hay personas que no se resignan, que no se conforman, que sueñan con que el mundo podría ser de otra manera.



miércoles, 15 de febrero de 2012

Lo barato sale caro

El otro día en la cafetería
alguien presumía de haberse comprado
una camiseta por menos de tres euros.
Es más, añadía que aún si
la calidad no superaba con éxito
dos lavados a treinta grados,
siempre podría tirar la prenda a la basura
sin mucho remordimiento.
Lo mejor vino luego,
cuando a modo de confesión,
admitió que su armario estaba lleno
de ropa que no usaba.
Por supuesto la camiseta en cuestión
no respondía a la satisfacción
de una necesidad, ya no digo básica,
sino que era, en sus propias palabras:
“el resultado de un capricho inofensivo y barato”.

¿Inofensivo para quién?
Me mordí la lengua para no interceder.
¿Acaso no sabe usted que esa ganga
sólo existe porque está auspiciada
por trabajadores a los que se les niega
un salario decente?
¿Barato para quién?
Sin duda no para el entorno,
que es el único que asume
los costes medioambientales externalizados.

No se engañe, señora,
su camiseta cuesta derechos laborales infringidos,
fábricas que contaminan el paisaje,
materiales de mala calidad
que acaban en contenedores
de objetos no reciclables.

No se engañe, señora,
su política textil de usar y tirar
es descaradamente perniciosa,
es desmesuradamente cara,
aunque no sea usted
quien sufra y pague sus secuelas.

Le sugiero que antes de comprar esos “saldos”
reflexione sobre los efectos del dinero
que está usted a punto de invertir,
pero sobretodo le advierto
de que la próxima vez que se niegue
a ayudar económicamente al necesitado
bajo la excusa de escasez de dinero,
no seré yo quien se quede callado:
quien compra más de lo que necesita,
quien adquiere objetos al límite de la legitimidad
tiene un deber ineludible para con el pobre,
al que le ha robado lo que le falta
para vivir con dignidad.

Corolario ético:
Mientras no se responsabilice del dinero 
que usted mueve,
será cómplice de los males que,
de forma más o menos hipócrita,
también aborrece.
 

Palabras mágicas para niños I

El monstruo de debajo de mi cama
ha decidido irse a buscar suerte
a la habitación de algún niño menos valiente:
conmigo ya no tenía nada que hacer,
sus sustos solo me provocaban
sonoras carcajadas.

Desde que no tengo miedo
la oscuridad del pasillo
no me impide ir a beber agua en plena noche,
ni veo siluetas peligrosas cuando el mueble del televisor,
la planta junto al sofá y la lámpara del comedor
se unen para formar sombras extrañas.

Desde que no tengo miedo
ni las nanas amenazadoras
con cocos hambrientos,
ni las leyendas urbanas
con hombres del saco
les sirven a mis padres de argumento
para que duerma, coma, me bañe
o me vista sólo para ir al colegio.
Estoy por decirles que no es bueno
que intenten convencerme a base de miedo.
Funciono mejor a cambio de besos,
abrazos, cinco minutos más de parque
o chocolate y caramelos.

Desde que no tengo miedo
he dejado de tener pesadillas
con los exámenes de matemáticas
y hasta creo que me atrevería
a tocar el perro gigante y ruidoso
del vecino de abajo.

Tenía razón mi abuela cuando me dijo
que en la vida no habría nada que el coraje,
la confianza, la paciencia y el esfuerzo
no pudieran ayudarme a vencer.

Por si acaso voy a escribirlo y a colgarlo
en la pared de mi cuarto,
pues me parece que es algo que se tiende a olvidar
a medida que crecemos.
Sólo así entiendo que haya adultos que todavía
encuentren tantas excusas para no realizar sus sueños.