Arrastras tu cuerpo como un cementerio de animales.
Huelen a distancia las tumbas que atesoras en la carne que te sobra.
De algunos poros he visto como rezuma el jugo putrefacto de la muerte
que le diste al cerdo, al conejo, al pollo y a la vaca recién destetada
que tu llamas ternera.
Llevas tatuados en la piel los cardenales que recibieron los animales
que en tu plato tienen la cómoda y artificial forma de filete geométrico.
Aunque confundas a tus ojos,
no engañas a tu sangre,
que reconoce a su hermano en el menú.
Ni por mucho que mastiques podrás digerir la crueldad animal
que ingieres a cada bocado.
Lo que llamas comida es una criatura que siente,
lo que compras en la carnicería es el pedazo de un ser
que de no ser por ti, seguiría con vida.
Ni todos los ruidos digestivos del mundo
podrán acallar los alaridos mortuorios
que profieren tus entrañas:
los gritos de los individuos
que te hubieran devuelto una mirada compasiva
si hubieras tenido el valor
de considerarlos antes de engullirlos.
Arrastras tu cuerpo como un cementerio de animales.
Deja que te visite y deposite algunas flores
en los nichos más frescos.
Rezaré por el alma de los inocentes que perecieron en el matadero
sólo porque tú no quisiste responsabilizarte
de las consecuencias éticas de tu dieta.
Inspirado en la frase de Clemente de Alejandría:
"Estáis lejos de ser felices teniendo vuestro cuerpo como un cementerio de animales"