jueves, 16 de febrero de 2012

Crónicas desde Ghana XIII

Semana del 28 de Abril al 4 de Mayo de 2008

Hace días que tengo una frase en la punta de los dedos. Ahora, justo al ponerme al teclado, la he escrito como si sólo estuviera esperando el momento adecuado: “He pasado demasiado tiempo creyendo que mi vida estaba en cualquier otra parte”. Puede que nadie más haya tenido la sensación de que su vida se encuentre siempre en otro sitio, como si nunca se encontrara en donde uno está. Puede que sólo sea un defecto de poeta, que sólo yo tenga esa especial habilidad de sentirme siempre fuera de lugar. 
Vivir en África no me ha convertido en un “pez en el agua”, no es que yo ahora piense que haya encontrado de veras mi hogar. Supongo que vivir aquí me ha reencontrado con mi vida, y no porque estuviera escondida al lado de algún tronco de banano, sino porque he comprendido que la vida no es algo que ya esté hecho y que uno deba buscar. Ojalá pudiera explicar eso a todas estas personas que piensan que la vida está en un país con máquinas de refrescos en la calle, ojalá pudiera decirles que su vida no se ha ido “a comprar tabaco”, que son sólo ellos los que han salido a fumar. Para muchos aquí el campo de refugiados sólo ha sido un momento de transición, así ese momento haya durado más de diez años. Es como si todo este tiempo sólo hubieran estado esperando que todo volviera a su cauce, como si sólo hubieran envejecido esperando volver a nacer. 
Que yo no escriba la semana que viene sobre Buduburam no va a hacer que este campo desaparezca de la faz de la tierra. Sólo en los libros desaparecen los paisajes y los personajes cuando se deja de escribir, como si ese mundo inventado dependiera de las palabras para sobrevivir. Pero el suelo que yo estoy pisando ahora mismo existe, no ha sido producto de un libro de miedo. De todas formas como en África todo está vivo, este campo de refugiados también tiene sus días contados. Puede que en unos meses no queden más que casas vacías, que sea la única persona viva en un pueblo fantasma. 
Muchos hay que ya se están yendo, como si sus raíces en Liberia les estuvieran atrayendo para poder dar un fruto que alimente a su país. Todos, un día u otro, tenemos que servir de alimento, pero no una vez muertos y bajo tierra. Si Jesús se convirtió en un pedazo de pan ácimo no fue porque sus discípulos tuvieran hambre, yo ni tan siquiera creo que la sangre de Cristo sepa a vino tinto. De todos modos, la metáfora cristiana sirve para explicar que los hombres también deberían dar un fruto que mate el gusanillo de la violencia, de la miseria, de la injusticia y del desamor. Sé de alguien al que le gustaría transfigurarse en mango, aunque yo si pudiera elegir me gustaría ser un trozo de pan con chocolate, supongo que eso serviría para dulcificar el carácter de los más gruñones. Por suerte ya hay mucha gente que sirve de banquete para los más hambrientos, ya hay muchas personas que se dedican a ser como ese bizcocho de yogur que mi abuela hacía, y del que no tengo la receta. 
Los días que he vivido aquí no han sido más intensos por la amenaza imaginaria de que un león pudiera entrar en mi casa (hay quien piensa que África está infestada de leones, como también hay quien piensa que todos los blancos son ricos), la conciencia que he adquirido al ver las dos caras de la vida hace que pueda tomarme más en serio y más a risa las cosas que me pasan en el día a día. Hace tres meses que he convertido mis palabras en un megáfono para que las historias que aquí ocurren no se queden olvidadas en un documento de Word, hace trece artículos que hablo y que me escuchan, ojalá supiera decir algo más que: muchas gracias.