Semana del
10 al 16 de Marzo de 2008
Mientras en una parte del
planeta alguien chuta a gol una pelota, en otra hay un hombre que busca su
amuleto perdido. Mientras en un rincón de la costa oeste americana alguien le
saca el polvo a su colección de figuras nacaradas, en el desierto asiático un
hombre se cubre el rostro para impedir que la arena le escueza los ojos.
Mientras en el campo de refugiados sigue la manifestación y se intensifican las
protestas, mientras algunas ONGs aconsejan que sus voluntarios desalojen el
campo, y Doris se queda cada día a dormir en esa explanada de tierra llena de
pancartas, en Biakpa, un pueblo en la región del Volta, nadie se preocupa más
que de sonreír a sus invitados.
Biakpa es África condensada, con un baobab en
forma de botella de licor en el que se reúnen los viejos del pueblo, con una
escuela en la colina, con un cementerio al lado de la iglesia y un árbol de
flores blancas creciendo de una tumba de piedra. El jefe del pueblo es un
anciano que nos recibe en la puerta del coche para llevarnos con orgullo hasta
su casa, allí aprendo a honrar a mis antepasados con vino de palma, me enseñan
que el último trago del cuenco se debe ofrecer a la tierra para dar de beber a
mis sedientos tatarabuelos. Hasta en la pizarra de la escuela estaba escrito
que la libación es la ofrenda del vino a nuestros ancestros. El campo de futbol
del pueblo está lleno de cabras que se disputan la hierba, los niños juegan en
cualquier rincón sin la mirada restrictiva de los adultos, hay algunos jóvenes
charlando bajo la sombra de un árbol, y todo me recuerda a esa calle donde vivía
mi abuela, en que a partir de las seis de la tarde se sacaban las sillas a la
acera. Entonces, pipa tras pipa, se llenaba de cáscaras la bolsa y las vecinas
comentaban que ese verano estaba haciendo bochorno.
En Biakpa basta alzar el
brazo para merendar, frutas sin nombre con forma de pimiento, olor a caramelo y
sabor a pomelo cuelgan de los árboles sin que nadie se afane en recolectar. Hay
pueblos donde siempre es domingo, como si a la gente le diera igual el día de
la semana y ningún lunes pudiera alterar su alegría. Mientras, a dos cientos
quilómetros de distancia hay lugares en los que siempre es martes y trece, y es
cierto que para algunos de los pacientes del hospital psiquiátrico, el
calendario se ha detenido, ya sólo existe esa hora del día en que uno se toma
la medicina, el resto se vive en el sopor de un sedante.
La desolación que sentí
al visitar el pabellón de mujeres, el de hombres y la escuela de niños no tiene
nada que ver con que el hospital tuviera los estándares africanos de acomodo, la
tristeza sobreviene a pesar de que los enfermos estén alojados en un hospital
de cinco estrellas, basta con observar el suplicio de esos hombres condenados a
los barrotes de su mente. Muchos de ellos ignoran que el otro día se celebró el
cincuenta aniversario de la independencia de Ghana, país que según algunas guías
de viaje fue el primero en independizarse y según otras es un honor que posee
Sudán. Ese día, y aunque las escuelas llevaban cerradas algunas semanas por la
presión de las manifestantes, los alumnos de algunos colegios ghaneses
desfilaron a ritmo de marcha militar.
A veces me da por pensar que Ghana, en
realidad, está fuera del campo de refugiados, que el campo de refugiados es
como Lesotho, ese país incrustado dentro mismo de Sudáfrica, que Buduburam es
el nombre de una nación de nuevos colonizadores liberianos, y aunque las
fronteras de este nuevo país ficticio no tengan aduana uno sabe cuando está
hablando con un ghanés o cuando está intentando entender a un liberiano. Ambas
culturas son tan distintas que puedo dar las gracias de poder estar descubriéndolas
a la vez sin tener que aplicar a dos visados.