jueves, 16 de febrero de 2012

Crónicas desde Ghana VII

Semana del 25 de Febrero al 2 de Marzo de 2008

A pesar de que la palabra África se asocia, casi en todas las mentes, con el calor, lo cierto es que aquí apenas se ve el Sol. Más bien parece  que el cielo Británico se haya quedado como recuerdo de su antigua colonia y aunque aquí no llueve, según la lógica surrealista, porque no hay paraguas, el cielo a veces está tan gris como si amenazara inútilmente con tormenta, así como el niño que amenaza con matarte con una pistola de agua. De todas formas, el calor es soportable gracias a pequeños placeres que nada tienen que envidiar al aire acondicionado. 
La experiencia de viajar treinta personas en un trotro, tocando codo con codo y rodilla con rodilla, en asientos de imitación de piel que se te enganchan a la tuya como si quisieran apropiarse de tu cuerpo y metamorfosearte en sillón, es algo que recomiendo a todos los amantes del riesgo. Aún así, el viaje del campo de refugiados a Accra, a 80 quilómetros por hora, con las ventanas abiertas, es como disfrutar de un gran ventilador, que a la par que te despeina, devuelve tu temperatura corporal al rango tolerable de tu termostato interior. Trotro es todo aquel vehículo susceptible de contener a más personas de las que nadie imaginaría, con más años que la invención de la rueda y que a pesar de todo funciona. Trotro además puede ser sinónimo de iglesia móvil, con pastores que, aprovechando el tráfico, predican sobre el valor de la palabra. Ayer por ejemplo, todos los pasajeros del trotro asistimos a una improvisada homilía, con Biblia en mano y Amén a coro. Por si acaso alguien no fuera bilingüe, el pastor predica en inglés y en Twi, una de las muchas lenguas del país, pero también la más común, y es que afortunadamente, la palabra de Dios no tiene problemas con el lenguaje. 
Llegar al centro de Accra significa coger un taxi compartido hasta Kasoa, un trotro de Kasoa a Kaneshi, otro de Kaneshi a Circle y un taxi compartido más de Circle a Osu. Los 35 quilómetros que separan el campo de refugiados de Accra se convierten en una excursión de dos horas. Un taxi compartido no sólo se comparte con personas, yo no creo que las gallinas y los pollos que ayer intentaban picotear mi pie, pagaran billete, aún así, viajaron hasta su destino. Asimismo, las cabras son pasajeras habituales de trotros, aquí el pastoreo es tan moderno que también es motorizado. 
Accra es una ciudad que vive en el suelo. En el suelo se venden zapatos, ropa, comida, música, en el suelo permanece la basura y en el suelo se sienta la gente. Luego, como por compensar, todo se transporta sobre la cabeza: máquinas de coser, bandejas de pescado “fresco”, toallas, barreños llenos de cepillos de dientes, cajas de comida frita o, en definitiva, cualquier cosa que uno sea capaz de cargar y andar al mismo tiempo. En las calles de la ciudad, mientras uno espera a que el semáforo se ponga verde, se pueden encontrar los más extraños objetos ambulantes: fundas para el volante, mapas de África, básculas adornadas con paisajes tropicales, relojes para cocina o cojines para el sofá (cojines que tienen aspecto de haberse robado de algún cuarto de Versalles). Así que si de repente estás a punto de llegar a casa y te olvidaste de comprar una llave inglesa para arreglar el baño, es muy probable que en el próximo semáforo encuentres un hombre que carga cajas de herramientas que se venden por separado.