jueves, 16 de febrero de 2012

Crónicas desde Ghana X

Semana del 7 al 13 de abril de 2008
Hay palabras que dan miedo, son como ese hombre del saco de mi infancia, que en mi cabeza tenía aspecto de hombre sucio y barbudo, con dientes negros y mirada de loco. Hay palabras que son como un susto y sino pruebe a decir “malaria” la próxima vez que tenga hipo. Malaria podría ser el argumento de una tesis doctoral matemática titulada: “Los números no son exactos”, tres mil niños muertos diariamente en África siempre serán más que tres mil ancianos moribundos. Uno cada treinta segundos, como si el tiempo tuviera suficiente con un momento para robarle al corazón de un niño su latido. Como si la malaria se hubiera fijado una cota de víctimas semanales y tuviera que darse prisa por alcanzarla. Por si  fuera poco, la de aquí es la más agresiva, la única capaz de atacar al cerebro, la responsable del 95% de las muertes por malaria, de la mitad de los casos de contagio en el mundo. 
La malaria es transmitida por una hembra, pero en este caso, no es para nada una mosquita muerta. Sólo ellas están interesadas en la sangre, sólo ellas muerden hasta inyectar, mediante sus glándulas salivares, el parásito de la muerte: plasmodium falciparum. No es que yo sea inmortal, sólo tuve suficiente dinero para comprar el medicamento, porque ésta es una plaga de los pobres, como si antes de matarte comprobara tu cuenta bancaria. Podría ser tan leve como una gripe, yo no estuve más de una semana en cama.  
Gestos tan simples como dormir cubierto por una tela mosquitera evitarían la mitad de las infecciones y reducirían un tercio la muerte infantil. Podría no ser tan grave si el niño no viniera por primera vez a la clínica con antecedentes de fiebre desde hace tres semanas. Hay quien en su historia clínica ostenta malarias como si fueran heridas de guerra. Yo ya me sé de memoria el nombre de las pastillas. Si es verdad que el diablo sabe más por viejo que por diablo, es algo que yo ignoro, porque él nunca me ha picado, pero la malaria, de nuevo esta semana, me ha recordado que ella estuvo aquí infectando a los dinosaurios, que ya algunas momias egipcias presentaban signos de haberla padecido y hasta se dice que Alejandro el Grande cayó rendido en la batalla por la inmensidad de un mosquito. Nada he podido hacer contra un organismo que tiene milenios de sabiduría almacenada. Lo peor, creo, fue la inyección para bajar la fiebre, aunque el médico utilizara una aguja pediátrica y luego me ofreciera chocolate para calmar mis quejidos. Algunas noches me despertaba sudando y con escalofríos, y aunque yo sé que la fiebre te hace esas malas pasadas, casualmente justo antes de darme cuenta de que la sábana estaba empapada soñaba que corría y corría con mi sobrina en brazos. Aún hoy todavía no estoy segura de si mi sudoración era debida a la fiebre o al cansancio proyectado de mi maratón onírico. 
Malaria, nombre italiano para una enfermedad que asoló Roma por siglos, “mal aire” porque se creía que los humos de los pantanos eran los que la causaban, y aunque hoy sabemos que no es así, algunas personas aquí siguen pensando que comer naranjas va a contagiarles de malaria, cítrico inofensivo de este modo ascendido hasta la categoría de fruta del pecado, aunque ¿por qué no? en la Biblia no se dice en ningún momento que lo que Eva mordió fuera una manzana. Supongo que ellos también encuentran ridículo que uno pueda morirse por la insignificancia de un parásito que cabe en un mosquito, puede que piensen que poder morirse por culpa de algo del tamaño de una naranja es mucho más razonable. Admitámoslo, es aterrador pensar que algo más pequeño pueda matarte.