Semana del
7 al 13 de abril de 2008
Hay palabras que dan miedo,
son como ese hombre del saco de mi infancia, que en mi cabeza tenía aspecto de
hombre sucio y barbudo, con dientes negros y mirada de loco. Hay palabras que
son como un susto y sino pruebe a decir “malaria” la próxima vez que tenga
hipo. Malaria podría ser el argumento de una tesis doctoral matemática
titulada: “Los números no son exactos”, tres mil niños muertos diariamente en África
siempre serán más que tres mil ancianos moribundos. Uno cada treinta segundos, como
si el tiempo tuviera suficiente con un momento para robarle al corazón de un niño
su latido. Como si la malaria se hubiera fijado una cota de víctimas semanales
y tuviera que darse prisa por alcanzarla. Por si fuera poco, la de aquí es la más agresiva, la única capaz de
atacar al cerebro, la responsable del 95% de las muertes por malaria, de la
mitad de los casos de contagio en el mundo.
La malaria es transmitida por una
hembra, pero en este caso, no es para nada una mosquita muerta. Sólo ellas están
interesadas en la sangre, sólo ellas muerden hasta inyectar, mediante sus glándulas
salivares, el parásito de la muerte: plasmodium
falciparum. No es que yo sea inmortal, sólo tuve suficiente dinero para
comprar el medicamento, porque ésta es una plaga de los pobres, como si antes
de matarte comprobara tu cuenta bancaria. Podría ser tan leve como una gripe,
yo no estuve más de una semana en cama.
Gestos tan simples como dormir cubierto por una tela
mosquitera evitarían la mitad de las infecciones y reducirían un tercio la
muerte infantil. Podría no ser tan grave si el niño no viniera por primera vez
a la clínica con antecedentes de fiebre desde hace tres semanas. Hay quien en
su historia clínica ostenta malarias como si fueran heridas de guerra. Yo ya me
sé de memoria el nombre de las pastillas. Si es verdad que el diablo sabe más
por viejo que por diablo, es algo que yo ignoro, porque él nunca me ha picado,
pero la malaria, de nuevo esta semana, me ha recordado que ella estuvo aquí
infectando a los dinosaurios, que ya algunas momias egipcias presentaban signos
de haberla padecido y hasta se dice que Alejandro el Grande cayó rendido en la
batalla por la inmensidad de un mosquito. Nada he podido hacer contra un
organismo que tiene milenios de sabiduría almacenada. Lo peor, creo, fue la
inyección para bajar la fiebre, aunque el médico utilizara una aguja pediátrica
y luego me ofreciera chocolate para calmar mis quejidos. Algunas noches me
despertaba sudando y con escalofríos, y aunque yo sé que la fiebre te hace esas
malas pasadas, casualmente justo antes de darme cuenta de que la sábana estaba
empapada soñaba que corría y corría con mi sobrina en brazos. Aún hoy todavía
no estoy segura de si mi sudoración era debida a la fiebre o al cansancio proyectado
de mi maratón onírico.
Malaria, nombre italiano para una enfermedad que asoló
Roma por siglos, “mal aire” porque se creía que los humos de los pantanos eran
los que la causaban, y aunque hoy sabemos que no es así, algunas personas aquí
siguen pensando que comer naranjas va a contagiarles de malaria, cítrico
inofensivo de este modo ascendido hasta la categoría de fruta del pecado,
aunque ¿por qué no? en la Biblia no se dice en ningún momento que lo que Eva
mordió fuera una manzana. Supongo que ellos también encuentran ridículo que uno
pueda morirse por la insignificancia de un parásito que cabe en un mosquito, puede
que piensen que poder morirse por culpa de algo del tamaño de una naranja es
mucho más razonable. Admitámoslo, es aterrador pensar que algo más pequeño
pueda matarte.