Semana del 14 al 20 de Abril de 2008
La tierra prometida de los refugiados debió ser una promesa de
esas que uno hace con los dedos cruzados. Al menos algunos de ellos están
despertando ya del sueño americano (sueño que por otra parte han soñado, valga
la aclaración, dormidos) porque nunca han pisado más suelo estadounidense que
el de sus castillos en el aire. Y es que a veces protestar sólo sirve para
tomar dos platos de la sopa que uno rechaza (en mi caso y de pequeña, lentejas,
porque el “las tomas o las dejas” no era una opción en mi casa) así que ni mil
dólares en el bolsillo, ni equipajes de más de 20 quilos.
El gobierno de Ghana
se ofendió, como si los gobiernos fueran entes antropomorfas con sentimientos,
y decidió que la hospitalidad con que había acogido a sus vecinos no merecía
esa respuesta, ya que según él, la manifestación en el campo de refugiados era
ilegal: nadie había pedido permiso a las autoridades y eso alteraba el orden público.
En respuesta a tan grande afrenta, apareció una mañana la policía con cuatro ó
cinco autobuses, para arrestar entre 300 y 600 manifestantes, dato que en algún
periódico liberiano asciende hasta 800, pero ya se sabe que en las
manifestaciones, sean en el país que sean, los números pueden variar incluso
hasta en dos ceros. Las mujeres subieron a los autobuses voluntariamente,
pensando quizá que les había llegado la hora de traspasar el Atlántico. No faltó
quien dijo que habían sido maltratadas, aunque lo que sí es cierto es que se
las llevaron y pasaron semanas arrestadas en un campo militar, como si eso
fuera a contagiarles de obediencia.
La firme determinación con que las mujeres
exigían sus “derechos” se convirtió de un día para otro en una mansedumbre impropia
del carácter liberiano. Puede que pensaran que cuando uno pierde más vale
mantenerse callado y con cara de no haber roto un plato. Días más tarde la
misma gente que vociferó en versión africana “No, no, no nos moverán” hacía
cola para registrarse delante de la oficina de repatriación. Habrá que ver
cuando llegue la hora, si realmente están dispuestos a irse, o si todo ha sido
una pataleta de niño mimado que dice “pues si me echas, me voy”.
Ser refugiado
no es ser intocable, ser víctima no es poseer un estatus que exima de cualquier
futura culpa, lamentablemente, todos somos partícipes de esta discriminación
positiva en la que la víctima es ascendida hasta la categoría de héroe, como si
así expiáramos el pecado de ser cómplices del verdugo. Parece que todavía no
hemos tarareado suficientes veces a Bob Dylan, que el Imagine sólo fue una imaginación de Lennon, que Armstrong no
cantaba sobre este mundo cuando entonaba el What
a wonderful world, que Bob Marley tenía razón cuando a ritmo de himno decía
“Think you are in heaven but you’re living in hell”.
Si la gente aprendiera de
los errores de otros el éxodo bíblico no sería un mero capítulo de libro, si la
gente escarmentara en cabeza ajena no harían falta tantos minutos en los
telediarios para los asuntos de “sucesos”. Siempre habrá quien piense que el
efecto mariposa es una película en cartelera y que lo que pasa en la otra parte
del planeta comienza y termina tan lejos que ni con el mando a distancia podríamos
influenciar en ello.
Si es verdad que las desgracias unen más que la dicha,
entonces deberíamos recordar nuestra historia de países en guerra, de
dictaduras, de torturas, de injusticias a pie de calle y de familias sumidas en
la pobreza. Si es verdad que eso sirve para estrechar distancias, entonces no
deberíamos olvidar nunca que el pueblo español también tuvo un día que salir a
buscar trabajo, que el pueblo europeo también tuvo un día que mendigar comida.
Si eso sirve para que nos demos cuenta de que las manifestantes de este campo
de refugiados no son tan distintas a como fueron nuestras abuelas, entonces es
verdad, atestiguo que “no hay mal que por bien no venga”.