jueves, 16 de febrero de 2012

Crónicas desde Ghana XI

Semana del 14 al 20 de Abril de 2008

La tierra prometida de los refugiados debió ser una promesa de esas que uno hace con los dedos cruzados. Al menos algunos de ellos están despertando ya del sueño americano (sueño que por otra parte han soñado, valga la aclaración, dormidos) porque nunca han pisado más suelo estadounidense que el de sus castillos en el aire. Y es que a veces protestar sólo sirve para tomar dos platos de la sopa que uno rechaza (en mi caso y de pequeña, lentejas, porque el “las tomas o las dejas” no era una opción en mi casa) así que ni mil dólares en el bolsillo, ni equipajes de más de 20 quilos. 

El gobierno de Ghana se ofendió, como si los gobiernos fueran entes antropomorfas con sentimientos, y decidió que la hospitalidad con que había acogido a sus vecinos no merecía esa respuesta, ya que según él, la manifestación en el campo de refugiados era ilegal: nadie había pedido permiso a las autoridades y eso alteraba el orden público. En respuesta a tan grande afrenta, apareció una mañana la policía con cuatro ó cinco autobuses, para arrestar entre 300 y 600 manifestantes, dato que en algún periódico liberiano asciende hasta 800, pero ya se sabe que en las manifestaciones, sean en el país que sean, los números pueden variar incluso hasta en dos ceros. Las mujeres subieron a los autobuses voluntariamente, pensando quizá que les había llegado la hora de traspasar el Atlántico. No faltó quien dijo que habían sido maltratadas, aunque lo que sí es cierto es que se las llevaron y pasaron semanas arrestadas en un campo militar, como si eso fuera a contagiarles de obediencia. 

La firme determinación con que las mujeres exigían sus “derechos” se convirtió de un día para otro en una mansedumbre impropia del carácter liberiano. Puede que pensaran que cuando uno pierde más vale mantenerse callado y con cara de no haber roto un plato. Días más tarde la misma gente que vociferó en versión africana “No, no, no nos moverán” hacía cola para registrarse delante de la oficina de repatriación. Habrá que ver cuando llegue la hora, si realmente están dispuestos a irse, o si todo ha sido una pataleta de niño mimado que dice “pues si me echas, me voy”. 

Ser refugiado no es ser intocable, ser víctima no es poseer un estatus que exima de cualquier futura culpa, lamentablemente, todos somos partícipes de esta discriminación positiva en la que la víctima es ascendida hasta la categoría de héroe, como si así expiáramos el pecado de ser cómplices del verdugo. Parece que todavía no hemos tarareado suficientes veces a Bob Dylan, que el Imagine sólo fue una imaginación de Lennon, que Armstrong no cantaba sobre este mundo cuando entonaba el What a wonderful world, que Bob Marley tenía razón cuando a ritmo de himno decía “Think you are in heaven but you’re living in hell”. 

Si la gente aprendiera de los errores de otros el éxodo bíblico no sería un mero capítulo de libro, si la gente escarmentara en cabeza ajena no harían falta tantos minutos en los telediarios para los asuntos de “sucesos”. Siempre habrá quien piense que el efecto mariposa es una película en cartelera y que lo que pasa en la otra parte del planeta comienza y termina tan lejos que ni con el mando a distancia podríamos influenciar en ello. 

Si es verdad que las desgracias unen más que la dicha, entonces deberíamos recordar nuestra historia de países en guerra, de dictaduras, de torturas, de injusticias a pie de calle y de familias sumidas en la pobreza. Si es verdad que eso sirve para estrechar distancias, entonces no deberíamos olvidar nunca que el pueblo español también tuvo un día que salir a buscar trabajo, que el pueblo europeo también tuvo un día que mendigar comida. Si eso sirve para que nos demos cuenta de que las manifestantes de este campo de refugiados no son tan distintas a como fueron nuestras abuelas, entonces es verdad, atestiguo que “no hay mal que por bien no venga”.