Semana del
21 al 27 de Abril de 2008
La magia ya existía antes
de Harry Potter, antes del Señor de los Anillos e incluso antes de Mary
Poppins. No es que yo haya conocido en persona a mi hada madrina, y bueno, la
sandalia que perdí en aquella atracción de feria nunca me fue devuelta por un
príncipe de telenovela, pero que la magia existía antes de todos esos cuentos
de fantasía es algo que cualquier adulto sensato debería afirmar sin temor a
que le quemen en la hoguera. La magia surgió el día que la realidad concibió un
hijo fruto de su escarceo con la utopía. Aún no se ha descubierto la fecha
exacta, aunque algunos historiadores aventuran que fue la misma mañana que el
hombre descubrió que Dios estaba mucho más cerca de lo que pensaba.
Hay tantas
mentiras alrededor de la magia que hoy nadie cree que las pócimas produzcan
algo más que resaca. No hacen falta hechizos para convertir a un hombre en el
mago de su vida, no hacen falta varitas para convertir una mujer en adivina:
siempre sabrá cuando su hija está enamorada. La magia existe aunque esto no sea
precisamente Disneylandia, a pesar de que muchos coches parezcan realmente
calabazas. Si bien los mundos ilusorios que imaginé de pequeña no se parecen en
nada a esto, no por eso he dejado de descubrir un mundo que se guardaba
demasiado en secreto.
Lo sobrenatural no es que el fantasma de tu abuelo se te
aparezca en sueños, lo sobrenatural no es que el televisor se apague solo, lo
realmente sobrenatural es que haya gente que viva a pesar de todo. Hay refranes
populares que se quedan cortos: el que dijo “donde caben dos caben tres” o fue solamente víctima de un triangulo
amoroso o su familia no tuvo que hospedar nunca a ocho personas en una misma
habitación. Hay prodigios que hacen de la multiplicación de los panes y los peces
un mero truco de ilusionista, milagros que aquí se llaman instinto de
conservación.
Mágico es que no me haya vuelto incorpórea después de la dieta
del arroz, sólo me falta desayunar arroz con leche para que se me ponga cara de
china o japonesa. Bubba, el amigo de Forrest Gump, ideó un menú muy parecido al
que yo tengo aquí cada día: gambas con tomate, gambas con hojas de patata,
gambas con hojas de yuca, gambas con calabaza; sólo hace falta cambiar la
palabra gambas por la palabra arroz para tener una idea bastante exacta de lo
que digiere mi estómago cada día. Si somos lo que comemos me temo que en poco
tiempo van a confundirme con un plato de “paella”. Mi dieta liberiana está
basada en el axioma irrefutable que dice: “donde hay arroz hay comida, si no
hay arroz no hay comida”. Así que los días que como pan con aceite de oliva
(dos botellas que viajaron de estraperlo en mi maleta) son días que podría
decirse que ayuno. Guardo bajo llave los “Sugus”, los “carquinyolis”, los
frutos secos y el chocolate. Todavía me quedan algunas lonchas de jamón serrano
y alguna lata de olivas. El queso se “fundió” una noche de nostalgia y el Camembert
que traje para nuestra compañera francesa no es lo mismo que el semicurado de
oveja. Después de mi incursión al mercado me convencí de que más valía ser
vegetariana, así que mi única fuente de proteína es ese huevo frito que se me
engancha en la sartén cuando intento hacer arroz a la cubana.
Mágico es que
pueda ver a mi familia desde las fotografías de mi habitación, como si fueran
bolas de cristal de alguna marca tan barata que sólo me permitieran ver el
pasado. La magia existe, créanme, pero si después de todo lo dicho, todavía hay
algún escéptico entre los lectores, si aún no les parece un milagro poder tener
la nevera llena, yo les propongo un experimento para que se convenzan: súbanse
a un avión y vengan.