Semana del 21 al 27 de Enero de 2008
La belleza es un juego de
contrastes. Así es aquí, en que los charcos mugrientos, porque ayer llovió,
empapan las bolsas de plástico olvidadas, las sandalias descuidadas, siempre sólo
una, como si la persona que olvida su calzado siguiera sin darse cuenta el
camino con un solo zapato, como si de repente notara que le sobra esa chancla,
que no es necesario caminar dando pasos y le bastara ir dando saltitos hasta su
casa. Así esos charcos se combinan con un videoclub de películas nigerianas,
todas con el mismo argumento: embrollos de familias ricas, hijos desheredados, malos
que se distinguen a la legua, hechiceros que maldicen al tirano.
La belleza es
un niño sucio que se hurga la nariz mientras te saluda con la mano, es una
anciana que carga en su cabeza diámetros descomunales de plátanos, la belleza
es la abundancia de naranjas amontonadas en el suelo, es poder saborear una
cuando estabas a punto de perder la última gota de agua de tu cuerpo. No es tan
raro que los hombres vayan vestidos como raperos americanos, que hasta se
enfunden un gorro de lana en la cabeza, sólo les falta la radio de medio metro
a la espalda. No es tan raro que las mujeres piensen que se les ve atractivas
con pelucas y extensiones más artificiales que el pelo de una muñeca de bazar
chino, que aparezcan un día con el pelo liso pegado al cráneo y al siguiente
con unas trenzas que podrían hacerle un lifting a cualquier mujer de ochenta años.
Nunca nadie se imagina que en un campo de refugiados vayan a haber zapaterías
con todos los modelos de zapatillas, aunque el local en cuestión sea una choza
de lata con estanterías de madera apolillada, aunque no tengan más que un número
de talla, como si la medida del pie fuera para todos estándar. Es más común aquí
tener un móvil que una escoba, cada quinientos metros hay una mesita plegable,
bajo una sombrilla publicitaria con la marca de la compañía de telefonía, allí
puedes comprar saldo para tu teléfono prepago: se venden minutos a partir de
menos de 10 centavos.
Aquí no hay jardines estudiados con hileras de rosas
blancas, con arbustos tallados a escuadra, no hay balcones con parterres de
geranios, ni avenidas con palmeras en la mediana. Puede que el ojo europeo no
pudiera ver más que miseria, puede que no considerara estética la decoración de
las casas, yo no he dicho que la belleza aquí sea evidente o racional, hay que
revisar ese concepto que dice que lo bonito es lo perfecto.
Me empieza a
parecer hermoso que las mujeres cocinen en la calle, que la gente se coma el fufu
con las manos, que las cámaras web del internet café se sostengan sobre latas
de refrescos caducados. Esto es un
campo de refugiados, también tiene su encanto, aunque lo de veras “sin
fronteras” sea el desaliento de las personas por su situación actual, ya sea en
África o en América, aunque la globalización sea que más hombres tengan
necesidad de un pantalón de marca, que más hombres dejen de lado la belleza que
tanto tiempo me ha costado a mí percibir, que tanto tiempo he tardado yo en
disfrutar.