jueves, 7 de mayo de 2020

La vida secreta de las cosas: las cajas de metal

Debe de ser hereditario. Mi madre compra cajas de galletas danesas, esas de mantequilla envueltas en papelitos, sólo por la caja. Bueno, supongo que también se come las galletas, pero lo que quiere es la caja. Se imagina guardando no sé qué cosas que de repente ahí dentro se convierten tesoros. Yo creo que lo heredó de mi abuela, porque de ella todavía guardo una caja de metal con fotos en blanco y negro y un montón de sacapuntas decorativos, algo difícil de explicar si no se han visto nunca, pero lo voy a intentar. Hay un piano de latón con su teclado, una lamparita de pie con su pantalla nacarada, un reloj de pared diminuto con agujas que se pueden mover, y todos ellos tienen en algun lado el agujero por donde se mete el lápiz y se saca punta. Supongo que debieron ser populares en su época, eso o mi abuela coleccionaba rarezas. 

Obviamente el legado de esa herencia lo he recibido yo también con gustos y pesares, porque se me van los ojos por las cajas metálicas pero ya no sucumbo a las de supermercado porque detesto ver el nombre de la marca comercial. No es lo mismo cuando la caja metálica es antigua, y por eso puedo presumir de tener una cajita de caramelos VICKS, aunque no sea mía de verdad, porque ya era de mi marido cuando nos conocimos. La usaba para guardar monedas, así siempre tenía cambio para el café y otras cosas que entonces todavía pagaba en efectivo. Ahora sigue estando llena de monedas. Yo cuando tengo que salir suelo coger algunas para llevar suelto encima, me siento más segura teniendo dinero en metálico, pero si lo pienso bien es bastante ridículo porque no suelo llevar más de cinco euros y eso tampoco me salva la vida en caso de secuestro, digo yo. Cuando vi su caja de metal pensé que era buena señal, aunque ahora me regaña cuando en Ikea me enamoro de unas cajitas verdes con ribetes y pomo dorado. Son preciosas. Él me dijo que si las quería me las podía comprar pero, que pensara si realmente las utilizaría. Era ofensivo, estaba utilizando el argumento que yo uso siempre para sus compras compulsivas (tenemos un aspirador de hojas en el garaje, un máquina de hacer raviolis y suerte que devolví la panificadora…), pero era ofensivo porque las cajas metálicas no sirven para nada y yo las quería y el lo sabía y no podía argumentar nada mejor que su precio: son baratas… Guardo mi ex-libris en una de ellas, y eso sí que es un tesoro, dentro o fuera, y lo bien que quedan en mi biblioteca supongo que no se puede apreciar si no llevas en la sangre trocitos de imán diluidos que se pirran por una caja de metal.