jueves, 31 de diciembre de 2015

Tratamiento antiedad

A veces, cuando lo que te gustan son las cosas de calidad media, da un poco de vergüenza confesar que las aprecias. Ya saben, como cuando estás en un restaurante de cinco tenedores y tu querrías una hamburguesa y una Coca Cola. A mi eso no me pasa, ya saben que soy vegetariana, pero con los bombones y el turrón, ya hace años que tengo que admitir que Ferrero Rocher y Suchard me pueden en las sobremesas. El disimulo en mis atracones se justifica, además, si he acabado el segundo plato diciendo que ya no me cabía nada más en la barriga y que me era imposible repetir. Por suerte, la gula es compartida por el resto de comensales, así que creo que no me juzgan con severidad. Pero estas Navidades dispongo de una razón que se suma al gusto del chocolate combinado con el arroz crujiente y es la consigna del anuncio de Suchard: “En Navidad, todo lo que necesita un niño es otro niño”. Es cierto que la pobre madre del anuncio no sale muy beneficiada. A mí me hubiera gustado más que ella también participara del comportamiento infantil que muestra el padre con el hijo, no es justo que el sambenito de la madurez femenina se nos imponga eternamente. Yo que, según muchos, suelo ser seria, tengo grandes problemas para convencer a la gente, por ejemplo en una boda, de que no estoy ebria. Se sorprenden tanto de verme bailar desvergonzadamente (ridículamente dirían otros), que no se pueden creer que lo haga en pleno uso de mis facultades. Lo mismo me pasaba cuando siendo pequeña íbamos de excursión al campo, yo que en clase estaba en el Top 5 de las marisabidillas antipáticas, era en medio del monte una cabra salvaje. Creo que mis compañeros me preferían de ese modo, pero sospecho que no así mis profesores.

Pero volviendo a la Navidad, no hay mejor momento para relajarse un poco de todo el año, también de las vacaciones adultas del verano, con sus cruceros, sus visitas a museos, sus gintónics y sus lecturas de libros históricos, mientras nos bronceamos en la playa. Ahora te puedes permitir leer un cuento con dibujos, hartarte de chocolate a la taza, montar un Pesebre loco y quedarte embobado delante de los escaparates de las tiendas bonitas, de los que salen villancicos cantados por Ella Fitzgerald. Si encima tienes hijos dispones de material y excusas de sobra para jugar. Si han olvidado lo divertido que resulta hacer churros con plastilina, montar un puzzle, poner las vías de un tren eléctrico, construir con lego, recrear una selva con Playmobils, colorear un cuaderno medio olvidado, salir en bici por la ciudad acompañado de un triciclo, hacer trampas al Parchís o coreografiar una canción de Disney vestidos en pijama, aprovechen estas Navidades para recordarlo. Éstas son las fiestas de los niños, así no lleguen al metro de altura o , al contrario, estén cobijados en un cuerpo que sobrepase el metro setenta y cinco, usualmente vestido de traje y corbata o con falda recta y tacones. 

Olvídense de ponerse cremas antiedad, incluso de hacer deporte diario, lo mejor para envejecer muy tarde es sacarse, de tanto en tanto, las capas de adulto rancio que a copia de años se han incrustado en nuestra piel y, sin duda alguna, la manera ideal de lograrlo es disfrutar, como un niño y con niños, de la Navidad.


¡Felices fiestas!

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 25 de diciembre de 2015

viernes, 18 de diciembre de 2015

El debate contraataca

Alguien tiene que decir que el debate de Rajoy y Sánchez no estuvo tan mal, que al menos parecía un debate, no como el de La Sexta a cuatro, que fue como un docurreality con pruebas: que si los vamos a poner de pie, que si no van a tener atril, que si les vamos a impedir ir al baño…  Quién ganó o quién perdió lo deciden los votantes, como se suele decir, en concreto los votantes fieles a cada partido que ven con buenos ojos a sus presidenciables. Excepto los de Sánchez, según decían las encuestas, que hasta tiene que convencer a sus simpatizantes y afiliados. Yo me lo pasé mejor siguiendo el debate por Twitter, la verdad, analistas, bromistas y otros telespectadores ingeniosos hicieron trending topic con los memes. Hay algunos que no tenían mucho mérito, porque burlarse de un presidente que saca una hoja de libreta recién arrancada es fácil. Quizás, como Iglesias con su camisa, quiso dar un aire de naturalidad, de otro modo no me lo explico. En mi colegio presentar algo con esa apariencia era motivo, si no de un suspenso, de una puntuación a la altura de la chapuza. 

No obstante, para mí estuvo fino cuando rebatió la acusación personal de Sánchez, aunque sólo fuera porque utilizó unos insultos dieciochescos que sólo desafiarían al duelo al Capitán Alatriste. Los anacronismos no acaban ahí, desde la realización, al plató, pasando por el presentador, todo parecía más propio de una televisión en blanco y negro, no en vano esta idea se repitió muchísimo en las redes sociales. Pero insisto, la “modernidad” del debate a cuatro de hace un par de semanas tampoco me supo mejor, más o menos como los platos de la nueva gastronomía que me tienen que explicar antes de probar. 


Y hablando de comida y de cestas de la compra, ayer por la mañana leí un tuit importado directamente de Andorra, ya que en España desde el martes está prohibido publicar sondeos electorales. En concreto @Electograph revela que el agua está a 25,4€/l, las fresas a 20,6€/kg, las berenjenas a 19,6€/kg, las naranjas a 16,3/kg y los tomates a 4,5€/kg. Vamos que el agua está muy cara (y según algunos no nos podemos permitir eso), aunque por otro lado el menú de esta Navidad sea muy variado, y por suerte vegetariano. 

Siguiendo con el banquete, yo este domingo me voy a hartar de palomitas, la película promete ser larga e intensa. Para mi gusto y en contra de la tendencia popular, mucho mejor que la de Star Wars. Yo con tanto friki apasionado de la saga hace años que intenté apreciarla, pero a la media hora de Star Wars (episodio IV) me di cuenta de que era imposible que a mí algún día me gustara aquello. A día de hoy todavía sigo sin saber quién era el padre de quién. Lo que me parece más divertido es que los hombres no se han dado cuenta de que, simplemente, están viendo un episodio típico del canal Telenovela, eso sí, en un escenario intergaláctico y con peleas de espadas láser en vez de a gritos y tirones de pelo propios de los culebrones venezolanos que tienen a tantas mujeres enganchadas. 

En fin, disfruten del fin de semana que se augura apasionante entre las compras, las cenas de empresa, los estrenos cinematográficos y las elecciones. Voten y prepárense, porque me temo que vistos los antecedentes, las urnas se dejaran en los colegios por si a caso a los catalanes nos toca volver en enero.

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 18 de diciembre de 2015

viernes, 11 de diciembre de 2015

La mujer redonda: nuevas aventuras

La mujer redonda está a punto de poder ampliar su diámetro. Si el nuevo centro esférico decide no desplazarse, la mujer redonda, que todavía es pequeña y ágil, se va a convertir en una bola grande y torpe, tanto que no le preocupa caerse, está segura de que no se haría daño como ahora, sino que simplemente rodaría como una croqueta hasta frenarse con algún mueble o transeúnte -de desmoronarse en la calle- que la confundiera, si estuviéramos en diciembre, con una bola que decorara el abeto gigante que ponen en la Plaza de la Ciudad Vieja de Praga en Navidad. 

Por eso en realidad el problema no es que la mujer redonda se de de bruces contra el suelo, al contrario, el mayor contratiempo es que la mujer redonda se eleve como un globo de feria con forma de Minion y suba tanto, tanto, que prefiera quedarse a vivir en el cielo. 

Mujer navideña

Hasta que no supe que era técnicamente imposible yo juraba que había visto los reyes magos con sus camellos en el comedor de la primera casa donde viví. En mi memoria yo estaba escondida detrás del sofá y los veía poner los regalos que al día siguiente abría con mi hermana. Creo que esa mañana fue cuando ella me amenazó diciéndome que iría al infierno por decir mentiras, que eso era pecado, y todo porque le contaba -presumía un poco, es cierto- que yo había visto a sus majestades dejando los juguetes, y que ya sabía cuáles eran los suyos. Insisto, no fue hasta que supe que los reyes sólo existen en países anacrónicos y que precisamente los de Oriente no van en camellos, sino en coches de lujo, yates y jets privados, cuando tuve que replantearme mi falso recuerdo.

Por suerte tengo otros recuerdos navideños que sí son fieles a la realidad y que todavía me provocan ternura, como los maratones de televisión las tardes previas a la cena de nochebuena y nochevieja, mientras mi madre movía los muebles para hacer más espacioso el salón que tenía que acoger a abuelos, tíos y primos. Durante esos días siempre retransmitían películas americanas sensibleras y ambientadas en un mundo de casas grandes, acogedoras, hiperdecoradas de Navidad. Admitámoslo, sí, películas malas que me siguen fascinando aunque las tenga que ver sola porque mi marido es incapaz de consentir la falsedad que transmiten y les quita toda la magia con sus comentarios. En cualquier caso, yo sé que, por un lado, él se burla de mi inocencia, pero por el otro le complace verme feliz por nada y hasta canta conmigo Rudolph The Rednosed Reindeer.

Me considero afortunada porque soy mayor y me sigue gustando la Navidad. Cuando me encuentro a alguien que me dice que la detesta, me apiado de él, me parece como si al pobre le hubieran amputado la capacidad de apreciar las cosas bonitas. Aunque los turrones, las neulas,  los galets, las postales, el olor a chimenea por las calles, las figuras del belén en la Fira de Santa Llúcia, el escaparate del Paloma y el trenecito que recorre el centro de Terrassa no solucionen los problemas del mundo, aunque nada de eso parezca que sirva de mucho, aún así, pienso que es muy saludable que, ateos y anticonsumistas incluidos, disfrutemos de todo ello. 

Eso sí, yo me niego a que mi madre use mi calcetín de toda la vida para poner chucherías (o carbón) a mis sobrinas. Lo siento moninas, esa media de lana es mía y yo todavía tengo edad para comer monedas, paraguas y champán de chocolate. ¡Si es que yo todavía estoy nerviosa la víspera de Navidad! ¡Si es que yo todavía madrugo el 25! Pero sobre todo, yo me niego a estar triste en Navidad, incluso aunque este año no me traigan lo que llevo pidiendo desde hace cuatro,  incluso así, de veras, porque tendría que ser muy ciega para no ver que lo más importante ya lo tengo. 

¡Feliz Navidad!

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 11 de diciembre de 2015

viernes, 4 de diciembre de 2015

Bautismos prematuros y heréticos

Estaban a punto de poder quedarse embarazados, eso sí, pero la pasión que le ponían a la discusión sobre el nombre de la posible futura niña era demasiado precoz. Por suerte con el nombre de niño no tenían discrepancias, pero, ay, si tuvieran una hija… El posible futuro padre quiere ponerle el nombre de una ex novia y la posible futura madre dice que ni hablar, que como mucho le pondrán ese nombre a la cafetera americana que se quiere comprar esta semana. Él dice que ni lo sueñe, que el café americano está aguado y no sabe a nada. Ella insiste, venga va, si hasta se puede programar para que haga el café automáticamente y así la casa huela a casa de verdad por la mañana. Además, yo quiero una cafetera de esas de cristal como las de los dinner de las novelas de Paul Auster, prosigue tenaz. 

Y así siguieron un rato que acabó en consenso. La mujer aceptaba que su marido pudiera llamar a la pequeña como le diera la gana, siempre que lo hiciera en espacios cerrados que tuvieran el suelo de parqué. Por su parte, el hombre accedía a que la mujer llamara Minerva a la niña sólo porque quería ver la cara que ponía cuando la gente le preguntara el motivo de ese nombre de diosa romana (de la sabiduría, de las artes y de la guerra), siendo ella tan atea.

Política sin miedo

A mi me aterra cuando la política se confunde con la religión. En campaña electoral vivimos en un Olimpo de dioses de dos colores, azul o rojo y punto. Los centristas sólo son falsos ateos que buscan votos de ambos lados, o eso dicen los que piensan que sólo se puede hacer política proponiendo ideas bañadas de filosofía. A mi que hay pocas etiquetas que me parezcan útiles -exceptuando la de los botes de cristal de mi cocina que contienen productos a granel que guardé hace tanto, que ya ni reconozco-, pienso que hay que trascender la política de las ideologías y construir una que simplemente atienda a dar soluciones a medida y no proyectadas en serie según se arrojen por la derecha o por la izquierda. Temo que importe más el color y el costado de las propuestas que su conveniencia. ¿Qué se puede esperar de un partido que se pone antes al servicio de su credo y reprime cualquier propuesta que no conjunte con el tinte de su traje?

Yo anhelo una política que piense y que sea independiente, ambidiestra si quieren, cuando haga falta, sin miedo a recorrer la paleta de colores con la que según los daltónicos se pinta el mundo. Para mi no es ningún insulto que un partido pacte o se acomode a distintas proposiciones, no según su provecho para mantenerse en el poder, sino según el beneficio que aporte a los ciudadanos. Me temo que entre muchos españoles hay un miedo atroz a revelarse de derechas, es casi sinónimo de ser facha y retrógrado y harán cualquier cosa para salvar las apariencias, incluso votar a partidos que están al otro lado del espectro, a pesar de que sus propuestas pudieran no ser mejores. Ahora bien, también la otra mitad de los españoles piensa que declararse de izquierdas es automáticamente confesarse pobre. A mi esta división me parece anacrónica. Yo quiero una política para todos y si lo que va a generar más puestos de trabajo, si lo que va a favorecer una mejor gestión del dinero público, si lo que va a facilitar nuestra relación con el medio ambiente es una propuesta que viene de un logo u otro, bienvenida sea, a mi no me asusta que me llamen chaquetera. 

Yo querría delegar mi voto a un partido que no me trate como a un niño pequeño al que se le explican las cosas de modo tan excesivamente simple que acaban por reducirse a menos de la mitad. Yo querría votar a un partido que no me mienta, que no me diga sólo lo que quiero oír, que me exija cumplir mis deberes como ciudadana, incluso que me implique en el buen gobierno del país. Quiero que cuenten conmigo. Detesto cuando los políticos usan falacias en sus intervenciones, me parece un insulto, como si pensaran que pueden engañarme con trucos de mago de fiesta de cumpleaños. No nos menosprecien, confíen en que queremos votar al mejor partido (candidato, equipo y programa incluido) -o al menos malo, según se mire-, yo, a cambio, me comprometo a tratarlos como seres humanos, sin pensar que son monstruos sedientos de poder para corromper. 

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 4 de diciembre de 2015

jueves, 3 de diciembre de 2015

Cuentos de Navidad: Los humanos que no existen

Después de tanto artículo serio y tantos conversaciones sobre política mi marido me reclama un cuento, y además de Navidad. Casi no me lo puedo creer, siendo él el mismo que se burlaba hace unas semanas de mis ganas de poner el árbol. Cedió antes de tiempo porque vio una oportunidad para montar su belén, que este año ya cuenta con casita de Santa Claus y ocupa toda la mesa del comedor. 


Pues bien, no puedo escribirle un cuento a mi marido porque lo que pasó hace casi una semana me tiene obsesionada, así que permítanme que les cuente esto a cambio. 

Estaba yo el viernes por la tarde en casa, coloreando un cuaderno que me he comprado. Al principio pensé que 27 colores serían suficientes, luego ante la magnitud de los dibujos me di cuenta de que cuatro tonos de verde no eran nada, así que decidí volver a la librería a por una nueva caja de colores de madera, pero me contuve. Sabía que si me movía de la silla a esas horas, debían de ser las siete y media, mi perro querría salir conmigo y yo no podría soportar su mirada de pena al ponerme el abrigo y la bufanda. Siendo así, y como no me apetecía nada ir con él a la librería, porque él en realidad sólo quiere hacerse pis en todas las esquinas, me quedé mirando el dibujo a medio colorear. Bueno, reflexioné, quizás no tenga que pintar todos los árboles, arbustos, hojas y otros motivos florales de color verde, quizás el amarillo, el naranja y hasta el azul turquesa me sirvan. Así seguí pintando media hora cuando de repente alcé la vista y vi a mi perro de color lila. Ya está viejito así que supuse que se estaba ahogando el pobrecillo, pero su pose era tranquila, no intentaba vomitar como otras veces encima de la alfombra, así que me calmé justo para ver que el árbol de navidad se había convertido en un abeto de color rojo granate. A ver si a la que le estaba dando un soponcio era a mí, pensé, pero no, porque siempre que me encuentro un poco mal hago la prueba de los Tres Tristes Tigres y si pronuncio el trabalenguas sin errores, entonces es que estoy perfectamente, y así era. 

Me levanté de la silla aún a riesgo de darle falsas esperanzas a mi perro, y en el pasillo de camino al baño, a donde me dirigía para quitarme las lentillas que sin duda debían estar tiñendo mis ojos, los vi: ochenta reyes magos del tamaño de un ratón estaban aparcando sus camellitos debajo del radiador. Todos eran de color rosa fosforito y emanaban una luz a su alrededor que alteraba los colores de todo lo que alumbraban. Empezaba a entender lo que me había ocurrido en la mesa, pero la respuesta era si cabe más misteriosa porque implicaba a ochenta reyes magos de color rosa fosforito, con sus pertinentes camellitos, todos del tamaño de un ratón. Y estaban ahí, mi perro les empezó a ladrar a bajo volumen, como si estuviera siendo considerado con los pequeños tímpanos de las realezas y sus monturas, pero ni se inmutaron. Yo por mi parte acerqué mi mano para tocarlos, y los acaricié, eran blanditos como el shitake. Tampoco el contacto de mi piel pareció desconcertarlos, simplemente ni me veían, ni me oían, ni me notaban. Parecía que se disponían a acampar en el perímetro de calor del radiador: montaron sus carpas, distribuyeron su encantadora mini-comida y tuvieron a buen recaudo los regalos que estaban cuidadosamente envueltos y grapados junto a las cartas de los remitentes, niños de todo el mundo a los que Papá Noel no les había echo caso, y que intentaban con esta nueva misiva tener aquello que en diciembre no habían recibido. 

Mi marido no tardaría en llegar, se habían echo casi las nueve de la noche y yo y mi perro nos habíamos quedado allí embobados, rodeados de una aura tecnicolor que hacía de mi perro una berenjena peluda y de mí una mujer fantasma. Cuando abriera la puerta y viera todo aquello, alucinaría. Pero ese día mi marido llegó todavía más tarde que de costumbre y se lo perdió, porque a la que Slump y yo nos despistamos volvimos a recuperar nuestro color -y me di cuenta de lo sucia que estaba nuestra “patata”- y la diminuta corte real había desaparecido. No tardé en entenderlo: eran ellos, los Reyes Magos, Papá Noel, el Ratoncito Pérez y toda la tropa de la canción de Jaume Sisa los que no creían que nosotros, los humanos, existiéramos. 


jueves, 26 de noviembre de 2015

Yo y mis fobias

Islamofobia, palabra que desde los atentados de París se oye en las tertulias televisivas tanto como la expresión terrorismo yihadista. Parece ser que no está bien criticar las ideas religiosas de la gente, aunque al mismo tiempo nos encante montar debates para criticar sus inclinaciones políticas. Al final va a resultar que las creencias son sagradas y tanto si te llevan a adorar a un dios que te obliga a amar o a matar en su nombre yo deba respetarlas. Siento disentir en esta ola de tolerancia espiritual que tiene a medio mundo ahogado, pero es que yo como muchos otros humanistas pienso que lo que se debe respetar, siempre y a pesar de todo, son las las personas, y que lo que se debe analizar, siempre y por encima de todo, son sus dogmas. No podemos priorizar los sentimientos de quien se siente atacado porque se rebaten sus creencias, no podemos ni debemos evitar la discusión abierta de todas las ideas sólo porque parece que hace peligrar la identidad de los afectados, y es que si renunciamos a eso nos condenamos como especie a un destino de irracionalidad plagado de muy buenas intenciones, eso sí.

Hablando se entiende la gente, claro que no siempre, ya hemos visto que hay quien parece entender sólo el diálogo de las armas. No en vano dice James Randi que “Aquellos que creen sin razón no pueden ser convencidos mediante ella”. Pero si nos callamos y damos por perdida una batalla sólo por el miedo a parecer intransigentes, ahora que está de moda confundir los inestimables derechos humanos con los derechos, ficticios y dañinos, que les hemos otorgado a las creencias, entonces desde luego podemos ir cavando nuestra tumba, porque tarde o temprano el monstruo del buenismo que estamos alimentando se va a volver en nuestra contra. 

Las creencias y las ideologías no tienen autoridad si no se basa en el uso de la lógica y de la razón. Sólo estás son respetables porque se ganan nuestra consideración de forma legítima. No hay certezas más allá del empleo del intelecto y de la verificación rigurosa de sus frutos con la realidad, no las hay aunque la fe nos ciegue y nos convenza de algo evitando analizarlo, porque al fin y al cabo la fe sólo es la negación de la reflexión. 

Así que, es obvio que las acciones de Daesh, Al Qaeda o Boko Haram no nos deben llevar a la intolerancia hacia otros musulmanes. Tampoco todos los católicos fueron representados por la Santa Inquisición, una institución de la propia Iglesia Católica. Yo sufriría de Inquisicinofobia si viviera en el medievo y si los cristianos de entonces se quejaran por sentirse atacados ante mi postura, yo les aclararía que no tiene que ver con ellos personalmente, aunque me temo que ellos sí deberían ofenderse con su religión y pedirle la pertinente explicación. Si aún así no lo vieran claro, entonces les diría que más que Inquisicinófoba (o islamófoba) yo, como Dawkins soy “decapitofóbica, misoginofóbica, homofobofóbica, apostacidifóbica y clitoridectofóbica”. En cualquier caso, puede que me explique mal, pues las fobias son definidas como miedos irracionales y ya ven que el miedo a todo esto es más que razonable.

Artículo publicado el 27 de noviembre en el Diari de Terrassa

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Cuentos de Navidad: Mariola, la pobre mujer

Mariola no puede dormir sin leerse. Cualquier cosa sirve, no hace falta que sea un libro. Últimamente los prospectos de los medicamentos le van de maravilla, casi mejor que los somníferos que también tiene recetados. Desde hace una semanas las visitas a la farmacia se han multiplicado. Antes sólo iba a comprar pasta de dientes, por algún motivo pensaba que la que vendían allí era mejor que la del supermercado, pero ya lo dudaba. Desde que los remedios homeopáticos se anunciaban a bombo y platillo en el escaparate le había perdido un poco el respeto a las farmacias. Pero las pastillas para el dolor de corazón no se vendían en ningún otro sitio que ella supiera, y allí acababa cada semana a proveer su botiquín. 

El farmacéutico ya se ha aprendido su nombre y la trata con más cariño del habitual después de conocer, por boca de otras clientas, todos los pormenores de la enfermedad que aflige a Mariola. Pobre mujer, dice en voz baja cuando ella ya está en el quicio de la puerta, abriendo el paraguas. Ella se va con sus medicamentos envueltos como regalos, con ese papel fino que hace fru-fru al desdoblarlo. A veces piensa en bromear con el farmacéutico y decirle que les ate un lazo y les enganche una etiqueta de “Feliz cumpleaños” o de “Espero que te guste”, pero se calla. De camino a su casa se compra siempre churros con chocolate, dos o tres a lo sumo, para compensar, se dice, el mal gusto de los fármacos. Y es verdad que saben mal, a pesar del color rosa chicle de las grageas no se quita el sabor a horchata putrefacta hasta el día siguiente, cuando desayuna rebanadas de pan mojadas en café con leche. 

Mariola se muere y es joven, pero sólo se muere un poquito cada día, al mismo ritmo que otros treintañeros como ella, que acabarán en la tumba a los ochenta y largos años. La enfermedad de Mariola no la va a llevar al cementerio, pero ciertamente pienso como Ernesto, el farmacéutico, que es muy triste que a la pobre mujer le duela el corazón de tanto pensar en todos los días que todavía faltan para la Navidad. 

Aguanta Mariola, ya sólo queda un mes.

Gumersinda, la mujer más sabia de Ohanes

Las cosas (malas) siempre es peor pensarlas que pasarlas. Eso decía la madre de la amiga de una amiga. Tenía razón, tanta que en 1984 la Academia de Filósofos Prácticos le otorgó el galardón a la mejor frase del año, y eso que competía con citas de la talla de Woody Allen y Oscar Wilde. Gumersinda había sido también escogida la mujer más sabia de su pueblo y ahora cada verano viajaba invitada hasta Ohanes a inaugurar las fiestas mayores. Parecía ser que en Terrassa, donde vivía desde hacía más de cincuenta años, estaban pensando ponerle su nombre a una biblioteca. Tantas atenciones le abrumaban, pero estaba contenta. 

Nunca se habría imaginado que una frase tan obvia fuera a ser considerada tan importante, o ¿a caso nunca nadie había experimentado el miedo inútil previo a los exámenes (universitarios, médicos, de conducción…), y se había prometido no volver a perder el tiempo pensando lo peor de esas pruebas que habían resultado ser asequibles? Claro que no todo el mundo, como ella, había pasado una posguerra, la muerte de su madre siendo niña, las Navidades sin apenas regalos y la incapacidad para disfrutar del chocolate 90% cacao, y aunque no se podía subestimar el valor que hacía falta para atreverse a ser feliz en tales condiciones, también era cierto que los días pasaban sin que hubiera tenido que recorrer a fuerzas sobrehumanas; con todo había podido ella, que sabía que no existen las vidas sin problemas y que por eso ante cualquier disgusto se mostraba serena. Sabía que lo importante era no darle alas a la imaginación, y la suya de tanto domesticarla se había convertido en algo parecido a una gallina, impedida para volar. 

Lo que nadie sabía era que Gumersinda temía que también fuese verdad otra frase que le rondaba en la cabeza. ¿Y si fuera cierto que las cosas (buenas) siempre es mejor pensarlas que pasarlas? Por suerte o por desgracia, sus alegrías le habían cogido siempre tan desprevenida que no sabía si en este caso el júbilo fantaseado mermaba el efecto del real. Qué triste sería comprobar que sí, que la realidad nunca era tan horrible como en sus peores pesadillas, pero tampoco tan fantástica como en sus mejores sueños.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Yo no rezo por París

Yo me puse la bandera francesa en Facebook. Me duelen los muertos de París. Les concedo que quizás sea porque puedo identificarme con ellos más que con otras víctimas del terrorismo. Probablemente el horror que sufrieron los parisinos el viernes pasado lo vivan mucho más frecuentemente otros ciudadanos, igual de valiosos y de merecedores de mi compasión. Pero no soy una hipócrita. Si quieren admito que la empatía limita mi sensibilidad a un círculo de gente a la que me imagino más cercana. De hecho, les avanzo que si algún día mi perro se muere voy a llorar más que por algunas personas con las que apenas tengo relación. Si eso es malo, acúsenme de ser humana. 

Yo no usé el hashtag #PrayForParis en Twitter. Por mucho que traten de disimularlo para no crear una alarma discriminatoria injustificada, yo sí pienso que la fe ha sido la que, en parte, ha detonado bombas. Mientras no se quiera admitir que el Daesh tiene algo que ver con el islam no estaremos preparados para afrontar la totalidad del problema. “Allahu Akbar” gritan ellos, mientras, como dice Richard Dawkins, nosotros nos apresuramos a crear un discurso paralelo que impute a cualquier cosa, que encuentre el responsable en cualquier sitio -hasta entonar el mea culpa si hace falta- antes que apuntar a la religión. Los que gritan Allahu Akbar no saben lo que dicen, es necesario que los occidentales vengamos con nuestro paternalismo a cuestas a descifrar sus razones. Me imagino qué frustrados se deben sentir los mártires cuando desdeñamos sus motivos religiosos, ellos que ya no saben qué hacer para que tomemos en serio su mensaje.

Claro que, afortunadamente, no todos los musulmanes defienden la Guerra Santa, pero tampoco se puede decir que los que sí lo hacen no sean verdaderos musulmanes. Ellos también leen el Corán y encuentran pasajes -muchos- que los apoyan. ¿Cuál es la interpretación de las escrituras correcta? Me temo que hasta que no sea el mismo dios quien lo aclare ambos tienen derecho a seguir diciendo que actúan en nombre de Alá. Que la Biblia no se salva y también tiene versículos cruentos nadie que la haya leído puede negarlo. Lo único bueno es que ya casi todo el mundo los considera extravagancias sin sentido.

Pero para despropósitos el de los estados donde gobierna la sharia, por ejemplo en Arabia Saudita, en donde los malvados somos los ateos. Precisamente, así lo ha declarado recientemente el rey Abdalá en el artículo 1 del Real Decreto 44 que afirma que “el llamamiento al ateísmo en cualquier forma o a cuestionar los fundamentos de la religión islámica en la que se basa su país” serán considerados actos de terrorismo y pueden ser penados hasta con 20 años de prisión. 

En cualquier caso, insisto: dejémonos de rezar y pongámonos a pensar críticamente. Quién sabe si sólo así estaremos a salvo de nosotros mismos. No en vano, dice Steven Weinberg, físico norteamericano ganador de un premio Nobel en 1979, que “sin la religión habría gente buena haciendo el bien y gente mala haciendo el mal, pero que para que gente buena haga el mal se necesita la religión”. 

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 20 de noviembre de 2015

viernes, 13 de noviembre de 2015

El optimismo del ateo

Los ateos con experiencia ya deben haber aprendido. Yo que todavía soy novata, estoy en ello. Cuando uno es religioso suele estar a salvo del pesimismo, es natural si se supone que tu dios no querría hacerte daño, incluso aunque a veces lo parezca, claro que eso es sólo -dicen los que entienden- porque el fiel no comprende los designios del todopoderoso. Así, los creyentes pueden ir despreocupadamente tranquilos por la vida, al fin y al cabo, son hijos del eterno y su progenitor sólo quiere lo mejor para ellos. Yo que ahora soy huérfana de padre celestial, he tenido que hacerme cargo de mi misma a contrarreloj, eso sí, siempre rodeada de familiares de carne y hueso que me apoyan. 

Mi vida a.D (antes de Dawkins) también era bastante ingenua y eso, no se crean, lo echo un poco de menos. Ante los peores momentos desplegaba una calma tan confiada como ilusa que me ayudaba a pensar que las cosas saldrían bien. No había nada en el horizonte que pudiera garantizarme el éxito, ninguna señal que permitiera la esperanza incondicional, y aún así con la fe me sobraban los motivos. Era alentador disponer de ese optimismo que tanto valía para convencerme de que era merecedora de lo que me proponía, como de que habría algo mejor esperándome si no lo lograba. Nunca perdía, ni cuando fracasaba, aunque como ven, me hacía trampas y perpetuaba una baja tolerancia a la frustración. Por supuesto que hay que encarar los retos de la vida con buena disposición y si es posible con una sonrisa, pero este optimismo inteligente es distinto del que usaba antes a diestro y siniestro. Por supuesto que hay que sacarle a los malos momentos su lado positivo, remontar y mirar hacia adelante, pero este optimismo inteligente no tiene nada que ver la fantasía de quien cree que rezar es una invocación mágica esencial para que nuestros deseos se hagan realidad, como si el esfuerzo puesto para conseguir algo no fuera suficiente y se hiciera necesario que dios autorizara la transacción. 

Ahora que soy una escéptica me he vuelto muy cauta en el cálculo de probabilidades cuando valoro el triunfo a mi favor en cualquier empresa. Ahora que sé que no hay justicia natural ni divina -y la humana, como tal, no es perfecta- se me antoja errática la posibilidad de que las cosas salgan como yo quiero. A veces el empeño no gana la batalla contra el azar, que es caprichoso, además de ciego, y favorece o perjudica sin ton ni son; otras ni la excelencia en los resultados vence las circunstancias en contra, sean históricas, culturales, sociales o geográficas. 

Y aún así, sé que hay margen para ser positivo de forma madura y lógica, que caer en el fatalismo tampoco es racional y que de tener que aguardar resultados fuera del alcance de mi mano, quizás es preferible esperar lo mejor estando preparado para lo peor. Como he dicho, yo estoy todavía aprendiendo esta nueva forma de confrontar el mundo. Es duro y supongo que preferiría que un dios bondadoso y honesto existiera, pero mi anhelo no lo hace real. Hace ya muchos años superé la muerte del Ratoncito Pérez, la de Papá Noel y la de los Tres Reyes Magos. Dejar atrás este otro espectro vetusto de barba blanca, sólo es abandonar otro personaje infantil más. 

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 13 de noviembre de 2015

viernes, 6 de noviembre de 2015

No se atreva a decir que no le gusta la ópera

Me siguen tentando los anuncios de juguetes previos a la Navidad. Después de un parón publicitario en el Disney Channel estoy por redactar la carta y pedir muñecas. Luego pienso que no puede ser, que tengo 31 años, y que por eso puedo ir directamente a la juguetería a comprarme lo que me plazca sin tener que pedir permiso a los padres, ni esperar haberme portado suficientemente bien para que Papá Noel me conceda lo que pido. Ciertamente, entro mucho en las jugueterías, los sábados por la tarde sobre todo, cuando en ruta hacía las librerías del centro, no encuentro otras tiendas que me distraigan más. Eso sí, salgo sin haber comprado nada y con la firme determinación de que estas visitas tendrán que acabar cuando tenga hijos, o no podré resistirme a adquirir todo lo que pidan, con sus caritas de pena y mi perfecta excusa para tener esos juegos de plastilina que tienen toda la pinta de ser más divertidos que otras aficiones hogareñas aptas para adultos. Pero soy mayor y hay otras cosas que de niña nunca hubiera dicho que me apasionarían, como la ópera, por eso este año yo lo que quiero es ir al Liceu a ver Lucia di Lammermoor con el tenor lírico ligero Juan Diego Flórez.

Suelo decir que la música me deprime, a veces querría corregirme ante la gente que me ve rara diciendo que existen algunas excepciones a tan triste condición y que la ópera es una de ellas, pero temo que eso no mejore la imagen que mis interlocutores tienen de mi. Tuve que enterrar todos los discos de Ben Harper para no acabar en la consulta del psicólogo por un ataque de melancolía y, entre otras cosas, escojo las cafeterías en las que pasar un rato leyendo por si tienen un hilo musical adecuado a mi hipersensibilidad. 

En 2008, antes d’Òpera en texans i de This is opera de Ramon Gener yo ya le había hecho comprar a mi madre toda la colección de “Los Clásico de la Ópera 400 años” que ofreció algún periódico que ya no recuerdo y que me permitió acercarme al mundo de este “espectáculo sin límites” que conjuga canto, música  orquestal y drama. La primera ópera que me impresionó y que escuché hasta la saciedad en el coche -con copilotos asustados ante mis intentos de parecer una soprano-, fue Lucia di Lammermoor de Donizetti. Luego me acerqué a las óperas buffas de Mozart y de Rossini y me lo pasé en grande, yo sola en mi habitación, estirada en mi cama, con el CD puesto en la minicadena (¿se acuerdan de cuando usábamos esta palabra?) y alternando la lectura del libretto en italiano y español. Con el tiempo y por casualidad me encontré con Roger Alier y Marcel Gorgori en la radio y me aficioné también a sus voces y a sus conversaciones distendidas, pero con todo lujo de detalles rigurosos y anécdotas que sólo los expertos saben. Lo único malo que tienen es que hablan de ir al Liceu como si la entrada costara un paquete de pipas. 

Para acabar, si usted es una de esas personas que creen que la ópera no es de su gusto, quizás no le haya dado una oportunidad y se esté perdiendo uno de los mejores placeres artísticos de la vida. Pruebe a escuchar, o mejor a ver, a Rod Gilfry en el “La ci darem la mano” de Don Giovanni o a Pavarotti en “Una furtiva lagrima” de L’elisir d’amore y luego, confiéselo, tenía una idea equivocada de lo que era la ópera y le han entrado unas ganas enormes de (ahorrar para) ir al Liceu. 


Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 6 de noviembre de 2015








viernes, 30 de octubre de 2015

El Parlament-ides de Catalunya

Hay corrupción política más allá de las tramas orquestadas para lucrar particulares o partidos. Eso pensé yo el lunes cuando abrí el diario y me encontré con que la flamante presidenta del Parlament declaró en su proclamación que ésta sería la última legislatura en que la institución sería regional, que cerrábamos la etapa autonómica porque vamos hacia la creación de un país libre, con ciudadanos libres. En ese momento yo sólo me sentí una ciudadana secuestrada, imagino que como la otra mitad de la población que el pasado 27 de septiembre, en unas elecciones que se hacían pasar por plebiscitarias cuando interesaba, votamos para que se escuchara nuestra opinión. Me siento estafada por estas mismas personas que, con ideas que respeto aunque no comparta, también vitorean la democracia. Me parece hipócrita que se diga que este Parlament “estará al servicio de toda la ciudadanía, hablemos lo que hablemos, vengamos de de donde vengamos, pensemos lo que pensemos y votemos lo que votemos”, y luego aclamen la república catalana. 

No todos los políticos me representan, quizás ninguno al cien por cien, pero desde luego me molesta que lo pretenda hacer quien no oculta que va a usar los datos, los votos y el dinero de los contribuyentes de forma tendenciosa a fin de conseguir sus objetivos. Eso sí, siempre tratando de convencernos de que el nuevo estado catalán será un modelo a seguir, que no excluya a nadie y que pueda enorgullecernos a todos. A mi modo de ver, empiezan mal. Si quieren incluirme, sedúzcanme con argumentos, llévenme a su territorio sin jugar sucio y querré quedarme y ayudarles porque yo también tengo ganas de vivir en un mundo mejor. Qué fácil les ha resultado decir que quieren escuchar la voluntad popular ahora que les parece que ya no les va a estorbar, no precisamente porque seamos pocos los que estemos en desacuerdo con sus ideas nacionalistas, sino porque ahora van a poner ustedes las normas, o a saltarse las leyes, según les convenga. 

¿Se imaginan un partido de fútbol en el que al iniciar el juego el árbitro ovacionara a uno de los equipos? Claro que eso quizás no afectara a la objetividad de su tarea pero, desde luego la duda asomaría, con razón, entre los jugadores y espectadores. Yo prefiero que el árbitro, como mucho, se limite a decir “que gane el mejor” y se guarde sus afinidades para cuando no esté trabajando. 

Hasta ahora sólo ustedes están consiguiendo que me sienta extranjera en mi país. Son ustedes los que me están echando de mi tierra, no la supuestamente enemiga España. Están ustedes obsesionados con darme una soberanía que yo no he pedido, mientras me quieren quitar otra que a mi no me molesta. Son ustedes los que están dañando la imagen que yo tenía de Cataluña, a la que siempre había considerado cosmopolita y moderna dentro del estado español; ahora se me aparece rancia y manipuladora. No les niego que Rajoy y sus declaraciones han hecho mucho por la campaña independentista, y eso no dice demasiado del mérito de la propia operación catalana por la autodeterminación, pero aún me apena más decir que ustedes también están consiguiendo crear muchos catalanes con más ganas de irse a vivir a Sevilla que nunca. Yo me quedo, pese a que me den miedo, porque sepan que hay violencia en su política, aunque no sea la de las armas.

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 30 de octubre de 2015

viernes, 16 de octubre de 2015

Amores perros

Siesta en casa
Ronca a mi lado mientras escribo, bueno, en realidad está durmiendo encima de mi barriga, todo su cuerpo contorsionado para hacerse un hueco en el sofá, pero no más que el mío, que se retuerce para acogerlo mientras apoyo el ordenador encima de las rodillas y estiro el brazo que ha quedado aprisionado por su cabeza, casi no me alcanzan los dedos para teclear. Soporto la incomodidad de la postura porque él lo merece y yo que todavía no tengo hijos me imagino que de momento es lo más cerca que estoy de sentir el calorcito inocente de una masa del tamaño y el peso justo para acunarlo entre mis brazos. Cierto que sus ronquidos de abuelo capaz de caer en un sueño profundo durante una pausa publicitaria -aunque en algunos canales sean tan largas que hasta yo con mi edad sucumba a veces al letargo-, alejan mi delirio materno y me devuelven a la realidad: tengo un perro y ya no es un cachorro, tiene casi 13 años, se le han caído algunos dientes y le salen verrugas de viejo en la cabeza que yo acaricio sin asco.

Aunque no es correcto decir que tengo un perro cuando incluso los extraterrestres menos avispados -y los antropólogos sin prejuicios- se darían cuenta de que es mi perro quien me tiene a mi, quien posee a un humano que atiende todas sus necesidades como un esclavo voluntario que adora a su amo. Antes de continuar, voy a asumir que escribir sobre esto es cursi y que los que no tengan un perro -que a su vez los tenga- van a pensar que lo que escribo es un alienamiento típico de mujer occidental que pasa demasiado tiempo sola en casa, que saben que hasta le leo en voz alta, que pienso que a mi perro le encanta Pippi Calzaslargas, que no puedo esconder que le he escrito cuentos; quién sabe si incluso para minar mi alegato, sacarán a relucir que hay casi más fotos de él en mi Facebook que de mi marido. Yo me podría defender de muchas formas, pero no lo haré, porque sé que los que no me entienden son unos pobres desdichados que no han gozado más que de la amistad de sus congéneres: hombres y mujeres que no se dejan dar tantos besos como un chucho bobalicón que no sabe hablar, pero sí escuchar, y que le ladra a la lluvia. Lo que sí diré es que no se piensen más cuerdos que yo, ni más distintos, o a caso se hayan olvidado de que en el fondo todos somos animales de compañía y eso no es malo, al contrario, eso es lo más bonito que se puede ser mientras vivimos y hacemos otras cosas que parecen más importantes. 

No se averguence de si tiene un perro, o incluso un gato -supongo que sirven a pesar de su fama de huraños- y lo quiere, no piense que está tratando de substituir su supuesta falta de trato con la gente con un ser vivo de menor categoría, que no le convenzan de que un humano y un animal nunca podrán ser verdaderos amigos porque su relación es una ficción, porque no son capaces de comunicarse realmente y de entenderse. Si le tachan de iluso y creen que lo suyo con su perro no es una relación genuina, sólo pregúntenles a cuantos de sus amigos les recogerían los excrementos en medio de la calle, les sacarían las pulgas y las garrapatas, los acariciarían a los tres minutos de vomitarles en la alfombra y los sacarían a dar una vuelta dos veces al día, llueva o haga sol. Quizás entonces ellos deban preguntarse no ya sólo si tienen, sinó también si son tan amigos de sus amigos como lo somos mi marido y yo de nuestro perro.

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 16 de octubre de 2015

jueves, 15 de octubre de 2015

La mujer redonda

A la mujer redonda le aterraban las cosas puntiagudas y afiladas. 

Estaba segura de que si se topaba con ellas la pincharían y explotaría como una bomba nuclear, dejando una seta de humo en el ambiente. Sólo en sus mejores días pensaba que los pinchazos quizás no la matarían al instante, sinó que la agujerearían lo justo para ir desinflándose poquito a poco, a tiempo para darse cuenta antes de exhalar el último aliento y ponerse un parche-tirita de los Minions. 

Entenderán que las vacunas, los análisis de sangre y las inyecciones de hormonas la tuvieran totalmente enloquecida y aunque ahora se enfrentaba al aguijón metálico diario con mucha más dignidad que el primer día -en el que lloró antes y después del pinchazo en su mini-michelín- seguía derramando lágrimas después de añadir un orificio más a su cuerpo, ya con menos drama que una niña de cinco años, pero pidiendo igual el chocolate para reparar el agravio. 

El Dr. Slump y su ayudante
A la mujer redonda le decían que se acostumbraría y dentro de unos días ni se enteraría de que su marido le pellizcaba la barriga mientras ella se abrazada con fuerza a su facultativo privado, el Dr. Slump, tan profesional en la medicina del amor como siempre, pero ella sabía que se lo decían para consolarla y porque ellos no eran redondos, y con sus aristas a cuestas y sus esquinas picudas nada podían saber del desamparo de las mujeres esféricas, frágiles como un globo en una cuchillería.

miércoles, 14 de octubre de 2015

El mundo en el que no vivo

3.1 millones de me gusta en Instagram para una foto de Kendall Jenner, la primera del ránking de la red social y yo no sé quién es. Las cosas no mejoran con la segunda posición: Taylor Swift, a quien presumo cantante. Luego entre las más seguidas, está una tal Ariana Grande, por detrás de Selena Gómez y otras mujeres que me suenan a antiguas estrellas del Disney Channel. No me enorgullezco de estar tan poco al día pero sinceramente, pienso que no me pierdo nada, me siento como la abuela que tiene a casi todos sus idolos en el cementerio. Un día la juventud que ahora adora estas estrellas se sentirá tan desubicada como yo, es ley de vida. 

Quizás lo peor es que tampoco conozco a muchos de los nombres que suenan entre los favoritos al Nobel de Literatura y eso admitoa que me gusta mucho menos. Prácticamente no sé pronunciar el nombre de la favorita: Svetlana Aleksijevitj, tampoco el de Ngugi Wa Thiong’o; no he leido nada de Joyce Carol Oates y sólo conozco un poco mejor a Philip Roth y Haruki Murakami. Se supone que los libros son lo mío, así que si llega el caso y premian a un autor a quien no he leído, cumpliré la debida penitencia y empezaré a asumir ya en serio que vivo en un mundo paralelo y desierto. La gente está en este otro planeta siguiendo a Katy Perry y a Justin Bieber en Twitter, las dos primeras cuentas con más followers. En la tercera posición, un político dando el cante entre tanto artista, Barack Obama, lo que resulta insólito en un ránquing de 100 cuentas en las que predominan músicos, actores, presentadores y deportistas. Destaca también Bill Gates, el primer ministro de la India Narendra Modi, el religioso islámico Mohamad Al-arefe y el Dalai Lama, éste raspando la última posición. 

Es cierto que el mundo virtual no es un reflejo fiel del material -no digo real porque a mi me parece que o bien los dos lo son o bien ninguno de ellos lo es suficientemente-, pero la misma sensación de soledad me atenaza en la ciudad, cuando paseo y compruebo que mis prioridades no son las de mis vecinos, que todavía no han descubierto que ir en bici es mucho mejor que conducir un coche -si hasta los de márqueting de BMW lo saben- y que deben gastarse un sueldo en cada tienda de ropa que se abre; por la frecuencia con la que me encuentro escaparates con maniquíes en las calles del centro, se diría que la gente cuando llega a casa se desnuda y tira las camisas y los pantalones a la basura. 

Mi problema es que a parte de tener ya 31 años, lo que parece ser que me deja fuera del público de los líderes de moda, soy una pueblerina satisfecha: hay cosas que me da pereza saber. No me entra todo en la cabeza y muchas veces ya no me queda tiempo ni para profundizar en todo lo que sí me interesa, motivo por el cual temo que este año den el Nobel a alguien que ni tan siquiera sabía que existía. Yo que pensaba que había muchos menos escritores y libros buenos de los que se necesitaban y ahora resulta que eso también me desborda. Lo único que me consuela es saber que el tiempo del que no he dispuesto para la lectura, no ha sido perdido sino bien invertido en vivir mi propia historia: romántica, de aventuras, humorística, de ciencia ficción, negra y de terror a veces, siempre emocionante.

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 9 de octubre de 2015

viernes, 2 de octubre de 2015

Política de sobremesa

Algún día hay que dejar de hablar de las elecciones del 27S. No ha pasado ni una semana, lo sé, pero yo ya estoy empachada. Mi muro de Facebook se ha llenado de matemáticos que hacían recuento de votos de todas las maneras posibles para que el resultado cuadrara con lo que esperaban que hubiera pasado en las urnas, sobre todo después de la ilusión que ha generado la campaña electoral del partido que ha imitado un anuncio de Estrella Damm, ya me entienden. Yo sólo digo que quien quería votar “sí” lo tenía fácil, no vale ahora intentar apropiarse de los votos de otras candidaturas para legitimar una victoria que no ha llegado ni a la mitad, e incluso si así hubiera sido, qué manía con utilizar el vaso medio lleno o medio vacío a su favor, porque el contenido del vaso, al fin y al cabo, no sacia lo suficiente, excepto si lo que hay dentro es wiskey y en un ataque de embriaguez nos parece que la mitad de los catalanes tienen más derecho a decidir el futuro de la otra mitad. 

Claro que aunque yo tenga prisa por leer en el diario otro tipo de noticias, la partida política acaba de empezar y se augura de las de Monopoly cuando siendo yo pequeña, se alargaban el fin de semana entero, el tablero intacto en la mesa, y con situaciones -tan premonitorias entonces- que obligaban a que los particulares prestaran dinero a la banca. Siempre pensé que el Monopoly adolecía de la falta de billetes, que sus productores escatimaban efectivo, ahora sé que era un juego de mesa real como la vida misma. Por eso, siguiendo con la lógica, surrealista como verán, se podría decir que en estos momentos la CUP tiene en su poder al Paseo de Gracia. 

Mi marido y yo somos más de Trivial si jugamos solos y de Tabú para la sobremesa de las comidas familiares. Es mítico ya entre primos “el paraguas que va por el agua” que utilizó mi tío en alguna comida navideña y que por supuesto no sirvió para que su pareja adivinara que con tan enigmática frase estaba aludiendo a una embarcación mayor que la canoa. Mi madre es experta en relacionar a personas, famosas o no, con sus cartas. Así, su jugada puede empezar con “¿Te acuerdas del vecino aquél que tuvimos en tal barrio y que tenía una hija muy guapa?” Con tales inicios, interrumpidos por “No, mama, ¿eso que tendrá que ver?” se augura una victoria segura, resultaba que el vecino tenía un apellido parecido a la palabra que a ella le ha tocado jugar. El Tabú también es un buen revelador de los que en el momento de la verdad sólo saben tartamudear o decir “A ver, a ver” o “Uf, ¿Cómo digo esto?” o “¡¿Esto qué es?!” y seguidamente darle rodeos a una idea que no sirve a sus equipos de mucho, incluso a veces lo hacen tan mal, que hasta el equipo contrario se impacienta e intenta echar una mano. 

Sobrellevaré la política de siempre en este otoño recién estrenado que está a punto de permitirme ponerme vestido, leotardos y botas. Soy una aguafiestas, lo sé, pero es que yo nunca me creí el anuncio de cerveza y a mi todo esto sólo me parecía el pretexto para que ganaran los de siempre. Me lo tomaré más en serio cuando el espectáculo de la política sea menos propio de un teatro o de un circo y más parecido al que ocurre en un laboratorio o en un quirófano. 

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 2 de octubre de 2015

viernes, 25 de septiembre de 2015

Llega el 27 y no sé qué ponerme

El otro día no pude dormir. Soñaba durante toda la noche que seguía viendo el debate político. A los pocos días, volvían a repetir el debate en otra cadena y a pesar del riesgo de tener pesadillas, no pude evitar quedarme a verlo hasta el final. Ese día dormí mejor pero aún así me pasó algo horrible: un inusitado sentimiento de simpatía me invadía y un político me empezaba a caer bien. A mi favor tengo que decir que no es culpa mía, que esta vez los responsables de imagen han sabido encontrar un candidato que parece una persona, y además normal, tanto que en un principio ni le presté mucha atención aunque yo lo descubrí incluso antes de que bailara. En todo caso, me alegra constatar que sus dotes como representante político parecen mucho mejores que como bailarín, y eso que yo nunca lo encontré ridículo, sólo una persona, y además normal, de las que cuando oyen una de sus canciones favoritas experimentan ganas de moverse y lo hacen a pesar de la gente. Hace tiempo leí una frase que decía algo así como que antiguamente lo habitual era que en una fiesta todo el mundo se arrancara a bailar o a cantar para pasárselo bien, mientras que ahora parece que nos avergüenza hacerlo si no tenemos un ritmo o una voz especialmente buena, como si no tuviéramos derecho a ello. Si no recuerdo mal, creo que la frase acababa también con una admonición extrapolada muy aterradora: llegará el día en que sólo sonrían los que puedan presumir de dientes. 

Para mi, además, el mérito de este político es decir cosas que no parecen surgidas de una ideología partidista, de un sentimiento que fuerza los argumentos, sino del sentido común puesto al servicio de la resolución de conflictos de intereses: a veces me parece como si sus tesis fueran las más científicas de todas, quizás sólo sea porque es de los pocos que razona sin usar falacias o demagogia y parece querer ganar porque confía sinceramente que su programa es el mejor de los que se han propuesto, y no por ambición, sed de poder o de venganza, como me suscitan el estilo de otros. Y aún así, no soy socialista ni sé si los vaya a votar finalmente, pero me ha alegrado saber que hay políticos que si no lo son, parecen de verdad inteligentes, buenos oradores, espontáneos, educados y bonachones. Insisto, eso no cambia mi color político -desteñido desde que tengo conciencia ciudadana- pero me devuelve un poco la confianza en las estructuras gubernamentales, otra vez empiezo a pensar que la democracia es posible con líderes que no sólo se enorgullecen de ser los representantes reales del pueblo y para el pueblo,  -para lo cual muchos no dudan en instigar revoluciones contraproducentes- sino que aportan también dosis de lógica, rigor y sensatez que escasean en los discursos de las masas.

Algunas veces sucumbo a hacerme tests políticos, tan absurdos si cabe como los de la Cosmopolitan -“¿Cuál es tu personalidad sexual?” “Qué celebrity eres cuando sales de fiesta?”- sólo por tener una idea aproximada de a quién representa que debiera votar con mis ideas, tan dispares entre ellas que empiezo a pensar si no deba ir al psiquiatra a tratarme por esquizofrenia. Quiero ser honesta, evitar que por sesgos cognitivos determinados estuviera poniendo en el sobre la papeleta equivocada, y lo paso mal, no se crean, sobre todo ante la posibilidad de que resulte que sea conservadora y de extremaderecha.

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 25 de septiembre de 2015

viernes, 18 de septiembre de 2015

La promesa del conocimiento

No nos hacía falta estudiar tanto, como dice el título del libro de Marta Rojals. No tendríamos que haberlo hecho para acabar como estamos, todavía más frustrados que los que nunca finalizaron la ESO. No era necesario ser el mejor de la clase. Solíamos pensar que el éxito académico era un indicador fiable del éxito laboral, pero estábamos equivocados. Creíamos de veras que se trataba de ir aprobando con buena nota los exámenes, hasta hacernos adultos, para poder acceder sin obstáculos a un trabajo acorde con los méritos del currículo, que se suponía era la prueba de nuestros conocimientos y competencias, pero no siempre es así, o incluso quizás nunca es así, dado el paro entre gente altamente cualificada y el nivel intelectual -por no decir ya humano- entre políticos y otros altos cargos que se lucen con manifestaciones dignas del Mundo Today. 

No se nos avisó a tiempo de que no bastaba con aprovechar aquello que se nos daba bien y nos gustaba, porque hay cosas que el mundo no quiere, así sean maravillosas, y en cambio hay cosas que todo el mundo desea y paga dinero por ellas, aunque yo no las aceptaría ni regaladas, como esas sandalias de moda con suela ortopédica, suerte que ya se acaba el verano, aunque con estos precedentes temo la moda de la nueva temporada otoño-invierno. Me ha parecido ver de nuevo pantalones campana en los escaparates. Si las tendencias siempre vuelven, les juro que yo estoy esperando las de principios del siglo XX para poder ir a gusto como Karen Blixen en Memorias de África, yo por Terrassa.

A veces veo el programa El jefe y no debería, porque aún me convenzo más de que existen personas en lo alto del organigrama empresarial que valen mucho menos que sus empleados. Es así, aunque no haya derecho, aunque parezca injusto, por eso lo mejor que podemos hacer es empezar a cambiar nuestra manera de pensar y olvidar que los de arriba son mejores en general que los de abajo, en ocasiones, hasta puede que los de arriba sólo estén ahí, aparentemente al timón de un gran barco, gracias a los de abajo. Es la única explicación que se me ocurre después de conocer a directores comerciales que usan la grafología para contratar a sus trabajadores, que según dibujen un árbol serán más o menos aptos para trabajos que nada tienen que ver con la botánica ni el arte.

No teníamos que estudiar tanto, nosotros que hemos sido los buenos alumnos de un sistema educativo discordante con la realidad actual. Aún así, y a pesar de todo, a mí la promesa del conocimiento no me defrauda, aunque no se parezca a lo que yo tenía pensado, aunque la importancia que le daban en la escuela a los poemas de Machado, a escribir sin faltas, a saber leer en voz alta sin trabarse, a conocer los clásicos de la filosofía, sólo sirva para que mientras algunos se corrompen con la cultura de, por ejemplo, el toro de la vega, otros tengamos el consuelo de estar inmunizados. No hacía falta estudiar tanto, pero qué bien sienta.

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 18 de septiembre de 2015

domingo, 13 de septiembre de 2015

Ahinoa, la niña automática II


Una madre normal que hubiera visto el botón color rojo-emergencia en la barriguita de su hija no hubiera gritado emocionada “¡Oh, apretémoslo a ver qué pasa!” pero eso es precisamente lo que hizo la de Ahinoa. Por supuesto, su padre, obedeció las órdenes sin rechistar y al instante, en un remoto lugar del mundo alguien sonreía. Ocurría de tal manera que el sonriente individuo no sabía porqué se le curvaba alegremente la boca, quizás creyera que estaba motivado por las reminiscencias del chiste que le contaron en el trabajo la semana anterior o por la visión de un perro que su dueños paseaban disfrazado de caracol o por un recuerdo infantil venido a la memoria repentinamente, como cuando saltaba despreocupadamente en las colchonetas de la feria de su barrio. 

Ahinoa y su familia tampoco supieron nunca qué desencadenaba el botón de su barriga y creyéndolo roto e inofensivo lo tocaban y tocaban hasta que la niña se ponía lívida, a punto del vómito. La mayoría de las veces, no obstante, a Ahinoa el botón también le provocaba una risa automática, como la que causan las cosquillas, incluso las que duelen y te hacen suplicar que paren. Ahinoa y su familia nunca supieron cuán feliz hicieron a tanta gente, cuántas vidas salvó su botón rojo-emergencia, que hacía honor a su color sobre todo cuando los involuntarios sonrientes tenían una vida muy dura, de esas en las que sólo es posible reírse de las penas. 

Ahinoa acariciaba su botón cada mañana justo después de abrir los ojos, todavía acostada en la cama, y cada noche antes de dormirse junto a Noelia, y así regalaba a dos personas el placer de despertarse o irse a dormir con una sonrisa puesta, al menos si los afortunados compartían huso horario, porque también podía pasar que Ahinoa despertara entre carcajadas a soñolientos estadounidenses, puertorriqueños y japoneses. En este caso la risa no siempre era tan bienvenida, pues podía provocar efectos secundarios indeseados como insomnio y hasta miedo en las parejas de los hilarantes con los que dormían, que no entendían porqué su marido o su esposa se comportaba de aquella manera, más aún cuando los protagonistas nunca sabían responder de qué se reían. Muchos tuvieron que pedir cita al psiquiatra obligados por su cónyuges, convencidos de que sufrían crisis nerviosas. 

Continuará...

viernes, 11 de septiembre de 2015

Qué suerte sentirse de algún lugar

Esta semana me tocaría hablar de la Diada y otra vez siento que no puedo, porque yo no sé nada de política, ni de economía y la historia parece que de la razón a todos, según el día o la batalla que se escoja. El fuego cruzado de datos y de afirmaciones me confunde sobremanera. Alguien nos roba, pero desde que también hay ladrones en casa, ya no parece que ese argumento se esgrima con decencia. Alguien nos somete, nos domina, nos impone, nos prohibe, pero desde que son sucesos causados quizás no tanto por el color de la bandera de los vecinos, ni de su animadversión contra nosotros, sino de una agenda económica determinada, ya no sé si la solución es la independencia o el comunismo, o quizás bastara con una democracia bien ejecutada. 

Nací de padres castellanohablantes originarios de Terrassa. Mi abuelo materno habló siempre catalán en casa, mi abuela en cambio español de Jaén. Yo crecí pensando que en español el tenedor se llamaba “forquilla", que el “Bona nit” y el “adéu” eran internacionales y que lo mejor para tomarle el pulso a una casa es mirar las “racholas” de la cocina y del lavabo: nunca engañan con la edad del piso y si no se cambian, avejentan la casa sin remedio.

Mi padre sigue sin hablar catalán excepto con el perro, pero le gustaba oírme hablarlo de pequeña, como si presumiera de que supiera hablar tan bien un idioma del que él había quedado excluido. Me invitó a que empezara a hablar catalán con mis amigos y así de repente lo hice y me sentí bien: se me corrigió en poco tiempo el acento, dejé de decir barbarismos -que no barbaridades- y empecé a sentirme a gusto porque ya no se notaba que yo no era catalanohablante, sobre todo cuando siendo yo adolescente y viviendo en Matadepera pensé que lo más prudente era parecer muy catalana, como si no lo fuera por el sólo hecho de tener padres nacidos aquí, con abuelos de todos los lugares, pero que habían formado su hogar también en Terrassa, y ya se sabe que uno es de donde está su familia. 

Nunca he llegado a pensar en catalán. Me sigue gustando más leer y escribir en castellano y las películas dobladas al catalán, lo siento, pero me parecen de otro planeta, con sus “guaita”, “oh, estimada” y otras expresiones salidas del Pompeu Fabra.

Pero me gusta Cataluña. No sé si me siento catalana, tampoco sé si me siento española o europea, creo que no tengo desarrollado ese -¿será el séptimo?- sentido aunque confieso que echo de menos mi sofá, las calles de mi barrio, las cafeterías que ya saben qué quiero para desayunar, la librería que me guarda los fascículos de la colección de Tintín y todas esos detalles que hacen que a veces no pueda disfrutar de mis viajes adecuadamente porque no los siento mi casa.

Hoy celebro la Diada en Cadaqués, con mi marido, sin grandes manifestaciones y empezando a valorar ya con prisas a quién votaré en las elecciones. Lo tenía más claro cuando se trataba de votar a Obama y de hecho en su momento hasta casi me sentí americana. En cualquier caso, Feliç Diada!

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 11 de septiembre de 2015

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Ahinoa, la niña automática I

Ahinoa sabía que su vida no iba a ser como la de los demás, no sólo porque es una sensación que comparten todos los niños del mundo, sino porque su condición ya estaba marcada desde mucho antes de su nacimiento, cuando su padre conoció a una mujer llamada como ella, de la que se enamoró y a la que admiró luego cuando su relación ya hubo acabado y encontró a su madre. De nada sirvieron las horas que la madre de Ahinoa pasó delante de los santorales de todas las religiones. Su padre estaba decidido, y a su hija no se le pondría otro nombre que el de su expareja preferida. La madre cedió porque le hacía mucha gracia poder llamar a su hija “anchoa”, el mote que su marido había usado cariñosamente con su antigua novia. Así, Ahinoa nacería con unos padres peculiares que dejaron claro desde el principio que respetarían las tradiciones y las conveniencias sociales a su manera: en su familia la costumbre de poner a los vástagos los nombres de sus ancestros se cumplía, en este caso, de una forma un tanto estrafalaria. 

Ahinoa tenía montones de muñecas, pero su preferida era una pelirroja de la que no se despegaba nunca. La gente del barrio ya la conocía y cuando mandada por su madre a comprar una garrafa de agua de hasta cinco litros, la niña llegaba con su muñeca en brazos, los tenderos le advertían que no podría con las dos cosas, que dejara la muñeca y volviera a por ella más tarde, ellos se la guardarían y nadie le haría daño, pero Ahinoa no podía abandonar a su Noelia y recorría las dos manzanas que separaban la tienda de su casa con la garrafa y la muñeca a cuestas, cuidadosamente mecida en su brazo, como si efectivamente fuera un recién nacido que hubiera que llevarse con la postura correcta porque no se le aguantara todavía su pequeña cabeza.

Todos los vecinos habían pasado por una primera aproximación fallida con Ahinoa, a quien veían tan cariñosa con Noelia, que siempre asumían que jugaba a ser la madre de la muñeca, pero entonces la niña ponía cara de apiadarse del adulto que no entiende nada y le decía con su voz más seria: no, yo soy la yaya de mi muñeca, Noelia es mi nieta. 

Cuando Ahinoa cumplió siete años se hizo manifiesto que su vida, verdaderamente, no iba a ser como la de los demás porque a la niña le creció un botón rojo-emergencia dos centímetros por encima del ombligo.