miércoles, 25 de noviembre de 2015

Cuentos de Navidad: Mariola, la pobre mujer

Mariola no puede dormir sin leerse. Cualquier cosa sirve, no hace falta que sea un libro. Últimamente los prospectos de los medicamentos le van de maravilla, casi mejor que los somníferos que también tiene recetados. Desde hace una semanas las visitas a la farmacia se han multiplicado. Antes sólo iba a comprar pasta de dientes, por algún motivo pensaba que la que vendían allí era mejor que la del supermercado, pero ya lo dudaba. Desde que los remedios homeopáticos se anunciaban a bombo y platillo en el escaparate le había perdido un poco el respeto a las farmacias. Pero las pastillas para el dolor de corazón no se vendían en ningún otro sitio que ella supiera, y allí acababa cada semana a proveer su botiquín. 

El farmacéutico ya se ha aprendido su nombre y la trata con más cariño del habitual después de conocer, por boca de otras clientas, todos los pormenores de la enfermedad que aflige a Mariola. Pobre mujer, dice en voz baja cuando ella ya está en el quicio de la puerta, abriendo el paraguas. Ella se va con sus medicamentos envueltos como regalos, con ese papel fino que hace fru-fru al desdoblarlo. A veces piensa en bromear con el farmacéutico y decirle que les ate un lazo y les enganche una etiqueta de “Feliz cumpleaños” o de “Espero que te guste”, pero se calla. De camino a su casa se compra siempre churros con chocolate, dos o tres a lo sumo, para compensar, se dice, el mal gusto de los fármacos. Y es verdad que saben mal, a pesar del color rosa chicle de las grageas no se quita el sabor a horchata putrefacta hasta el día siguiente, cuando desayuna rebanadas de pan mojadas en café con leche. 

Mariola se muere y es joven, pero sólo se muere un poquito cada día, al mismo ritmo que otros treintañeros como ella, que acabarán en la tumba a los ochenta y largos años. La enfermedad de Mariola no la va a llevar al cementerio, pero ciertamente pienso como Ernesto, el farmacéutico, que es muy triste que a la pobre mujer le duela el corazón de tanto pensar en todos los días que todavía faltan para la Navidad. 

Aguanta Mariola, ya sólo queda un mes.