Esta semana me tocaría hablar de la Diada y otra vez siento que no puedo, porque yo no sé nada de política, ni de economía y la historia parece que de la razón a todos, según el día o la batalla que se escoja. El fuego cruzado de datos y de afirmaciones me confunde sobremanera. Alguien nos roba, pero desde que también hay ladrones en casa, ya no parece que ese argumento se esgrima con decencia. Alguien nos somete, nos domina, nos impone, nos prohibe, pero desde que son sucesos causados quizás no tanto por el color de la bandera de los vecinos, ni de su animadversión contra nosotros, sino de una agenda económica determinada, ya no sé si la solución es la independencia o el comunismo, o quizás bastara con una democracia bien ejecutada.
Nací de padres castellanohablantes originarios de Terrassa. Mi abuelo materno habló siempre catalán en casa, mi abuela en cambio español de Jaén. Yo crecí pensando que en español el tenedor se llamaba “forquilla", que el “Bona nit” y el “adéu” eran internacionales y que lo mejor para tomarle el pulso a una casa es mirar las “racholas” de la cocina y del lavabo: nunca engañan con la edad del piso y si no se cambian, avejentan la casa sin remedio.
Mi padre sigue sin hablar catalán excepto con el perro, pero le gustaba oírme hablarlo de pequeña, como si presumiera de que supiera hablar tan bien un idioma del que él había quedado excluido. Me invitó a que empezara a hablar catalán con mis amigos y así de repente lo hice y me sentí bien: se me corrigió en poco tiempo el acento, dejé de decir barbarismos -que no barbaridades- y empecé a sentirme a gusto porque ya no se notaba que yo no era catalanohablante, sobre todo cuando siendo yo adolescente y viviendo en Matadepera pensé que lo más prudente era parecer muy catalana, como si no lo fuera por el sólo hecho de tener padres nacidos aquí, con abuelos de todos los lugares, pero que habían formado su hogar también en Terrassa, y ya se sabe que uno es de donde está su familia.
Nunca he llegado a pensar en catalán. Me sigue gustando más leer y escribir en castellano y las películas dobladas al catalán, lo siento, pero me parecen de otro planeta, con sus “guaita”, “oh, estimada” y otras expresiones salidas del Pompeu Fabra.
Pero me gusta Cataluña. No sé si me siento catalana, tampoco sé si me siento española o europea, creo que no tengo desarrollado ese -¿será el séptimo?- sentido aunque confieso que echo de menos mi sofá, las calles de mi barrio, las cafeterías que ya saben qué quiero para desayunar, la librería que me guarda los fascículos de la colección de Tintín y todas esos detalles que hacen que a veces no pueda disfrutar de mis viajes adecuadamente porque no los siento mi casa.
Hoy celebro la Diada en Cadaqués, con mi marido, sin grandes manifestaciones y empezando a valorar ya con prisas a quién votaré en las elecciones. Lo tenía más claro cuando se trataba de votar a Obama y de hecho en su momento hasta casi me sentí americana. En cualquier caso, Feliç Diada!
Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 11 de septiembre de 2015