martes, 1 de septiembre de 2015

Terencio, el niño lento

Terencio comía tan pausadamente que más de una vez se aproximaba peligrosamente a la fecha de caducidad de los alimentos que su madre había sacado del envase, en lo que a él le parecía sólo un ratito antes. De hecho, Terencio podía tardar meses en acabarse los garbanzos con espinacas, los cereales del desayuno o la leche de avena con chocolate de por las tardes. 

Su madre le había prohibido comer manzanas o uvas, después de que descubriera que en ciertos postres Terencio se había metido entre pecho y espalda lo equivalente a un litro y medio de sidra o de vino. Por su aliento, los brebajes -que fabricaba involuntariamente al fermentarle las manzanas y las uvas en la boca- eran comparables a las mejores cosechas asturianas y riojanas, respectivamente. Por suerte el estado de embriaguez y su correspondiente resaca era asumido por el niño como una gripe divertida y a parte de carcajadas sin motivo y de algún vómito repentino, había que admitir que aguantaba bastante bien el alcohol para su edad. 

Terencio se había llegado intoxicar aún más gravemente en algunas ocasiones, cuando había batido sus propios récords y varios platos habían empezado a crear microsistemas con vida propia, quién sabe si incluso inteligente, que eran devorados por el niño, totalmente ajeno a estar transgrediendo su régimen vegetariano. 

PD. Aprovecho para recomendar este libro :)