El otro día en la cafetería
alguien presumía de haberse comprado
una camiseta por menos de tres euros.
Es más, añadía que aún si
la calidad no superaba con éxito
dos lavados a treinta grados,
siempre podría tirar la prenda a la basura
sin mucho remordimiento.
Lo mejor vino luego,
cuando a modo de confesión,
admitió que su armario estaba lleno
de ropa que no usaba.
Por supuesto la camiseta en cuestión
no respondía a la satisfacción
de una necesidad, ya no digo básica,
sino que era, en sus propias palabras:
“el resultado de un capricho inofensivo y barato”.
¿Inofensivo para quién?
Me mordí la lengua para no interceder.
¿Acaso no sabe usted que esa ganga
sólo existe porque está auspiciada
por trabajadores a los que se les niega
un salario decente?
¿Barato para quién?
Sin duda no para el entorno,
que es el único que asume
los costes medioambientales externalizados.
No se engañe, señora,
su camiseta cuesta derechos laborales infringidos,
fábricas que contaminan el paisaje,
materiales de mala calidad
que acaban en contenedores
de objetos no reciclables.
No se engañe, señora,
su política textil de usar y tirar
es descaradamente perniciosa,
es desmesuradamente cara,
aunque no sea usted
quien sufra y pague sus secuelas.
Le sugiero que antes de comprar esos “saldos”
reflexione sobre los efectos del dinero
que está usted a punto de invertir,
pero sobretodo le advierto
de que la próxima vez que se niegue
a ayudar económicamente al necesitado
bajo la excusa de escasez de dinero,
no seré yo quien se quede callado:
quien compra más de lo que necesita,
quien adquiere objetos al límite de la legitimidad
tiene un deber ineludible para con el pobre,
al que le ha robado lo que le falta
para vivir con dignidad.
Corolario ético:
Mientras no se responsabilice del dinero
que usted mueve,
será cómplice de los males que,
de forma más o menos hipócrita,
también aborrece.
alguien presumía de haberse comprado
una camiseta por menos de tres euros.
Es más, añadía que aún si
la calidad no superaba con éxito
dos lavados a treinta grados,
siempre podría tirar la prenda a la basura
sin mucho remordimiento.
Lo mejor vino luego,
cuando a modo de confesión,
admitió que su armario estaba lleno
de ropa que no usaba.
Por supuesto la camiseta en cuestión
no respondía a la satisfacción
de una necesidad, ya no digo básica,
sino que era, en sus propias palabras:
“el resultado de un capricho inofensivo y barato”.
¿Inofensivo para quién?
Me mordí la lengua para no interceder.
¿Acaso no sabe usted que esa ganga
sólo existe porque está auspiciada
por trabajadores a los que se les niega
un salario decente?
¿Barato para quién?
Sin duda no para el entorno,
que es el único que asume
los costes medioambientales externalizados.
No se engañe, señora,
su camiseta cuesta derechos laborales infringidos,
fábricas que contaminan el paisaje,
materiales de mala calidad
que acaban en contenedores
de objetos no reciclables.
No se engañe, señora,
su política textil de usar y tirar
es descaradamente perniciosa,
es desmesuradamente cara,
aunque no sea usted
quien sufra y pague sus secuelas.
Le sugiero que antes de comprar esos “saldos”
reflexione sobre los efectos del dinero
que está usted a punto de invertir,
pero sobretodo le advierto
de que la próxima vez que se niegue
a ayudar económicamente al necesitado
bajo la excusa de escasez de dinero,
no seré yo quien se quede callado:
quien compra más de lo que necesita,
quien adquiere objetos al límite de la legitimidad
tiene un deber ineludible para con el pobre,
al que le ha robado lo que le falta
para vivir con dignidad.
Corolario ético:
Mientras no se responsabilice del dinero
que usted mueve,
será cómplice de los males que,
de forma más o menos hipócrita,
también aborrece.