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miércoles, 15 de febrero de 2012

Lo barato sale caro

El otro día en la cafetería
alguien presumía de haberse comprado
una camiseta por menos de tres euros.
Es más, añadía que aún si
la calidad no superaba con éxito
dos lavados a treinta grados,
siempre podría tirar la prenda a la basura
sin mucho remordimiento.
Lo mejor vino luego,
cuando a modo de confesión,
admitió que su armario estaba lleno
de ropa que no usaba.
Por supuesto la camiseta en cuestión
no respondía a la satisfacción
de una necesidad, ya no digo básica,
sino que era, en sus propias palabras:
“el resultado de un capricho inofensivo y barato”.

¿Inofensivo para quién?
Me mordí la lengua para no interceder.
¿Acaso no sabe usted que esa ganga
sólo existe porque está auspiciada
por trabajadores a los que se les niega
un salario decente?
¿Barato para quién?
Sin duda no para el entorno,
que es el único que asume
los costes medioambientales externalizados.

No se engañe, señora,
su camiseta cuesta derechos laborales infringidos,
fábricas que contaminan el paisaje,
materiales de mala calidad
que acaban en contenedores
de objetos no reciclables.

No se engañe, señora,
su política textil de usar y tirar
es descaradamente perniciosa,
es desmesuradamente cara,
aunque no sea usted
quien sufra y pague sus secuelas.

Le sugiero que antes de comprar esos “saldos”
reflexione sobre los efectos del dinero
que está usted a punto de invertir,
pero sobretodo le advierto
de que la próxima vez que se niegue
a ayudar económicamente al necesitado
bajo la excusa de escasez de dinero,
no seré yo quien se quede callado:
quien compra más de lo que necesita,
quien adquiere objetos al límite de la legitimidad
tiene un deber ineludible para con el pobre,
al que le ha robado lo que le falta
para vivir con dignidad.

Corolario ético:
Mientras no se responsabilice del dinero 
que usted mueve,
será cómplice de los males que,
de forma más o menos hipócrita,
también aborrece.
 

viernes, 10 de febrero de 2012

Poesía para un mundo mejor

La poesía exhibicionista de mis efluvios hormonales,
afortunadamente, ya pasó.
Y aunque persisten algunas pruebas que muestran
que mi acné adolescente intentó compensarse
con una sensibilidad interna,
nunca mejor dicho,
a flor de piel,
tampoco me avergüenzo
de esos versos cargados de altisonancias,
que me quedaban demasiado grandes,
la mayor parte de las veces,
porque tan sólo eran palabras.

De hecho, nunca amé
como dicen mis poemas que lo hice,
ni tampoco sufrí como algunas estrofas
se obstinan en sugerir.
Claro que es cierto que visité
los abismos de mí misma,
pero sólo de la parte
calificada como suelo urbanizable,
sólo de la parte en la que mi individualismo
no sentía amenazada su integridad.

Ahora que empiezan a salirme algunas canas,
que arranco y arrancaré hasta que considere
tener la edad suficiente para mostrarlas
sin sentirme precozmente envejecida,
me doy cuenta de que no he utilizado
suficientes de mis días, de mis fuerzas,
de mis energías y por qué no decirlo,
tampoco de mi talento ni de mi inteligencia,
en construir un mundo mejor
más lejos de las fronteras de mi piel y de mi casa.
Más lejos de aquello de lo que pudiera presumir.

A algunos nunca les llega el momento:
siguen pensando que pueden encontrar un sentido a la vida
entre sus ambiciones personales,
que van incrementando proporcionalmente
a medida que lo hace su insatisfacción.

Si es tu caso,
puede que este poema se acabe
en este punto (y seguido).

Si, por el contrario,
ya te has dado cuenta de que la vida,
para ser considerada verdaderamente fructífera,
para ser disfrutada en toda su vastedad,
requiere del interés constante por el bienestar del otro,
exige que se integre en nuestra rutina
un genuino deber de bondad,
entonces te invito a la que,
en breve,
será la primera colección
de poesía ética.

jueves, 30 de abril de 2009

Tú que ayudas

Tú que ayudas al vecino
cuando te pide sal, huevos o harina.
Tú que te ofreciste para acompañar al invidente
hasta el otro lado de la carretera,
que te levantaste del asiento en aquel autobús repleto
mientras un viejito te miraba con cara agradecida.
Tú que siempre buscas monedas
para el músico ambulante de la estación de metro,
que te has hecho socio de una ONG
para darle alimento, educación y vestido
a esos pobres niños desnudos, analfabetos y desnutridos.
Tú que siempre tienes unas palabras de consuelo
para el último de tus amigos
que se ha quedado soltero.
A ti, que crees que hay que ser solidario,
y salvar a cuanto ser humano desvalido
se cruce en tu camino,
¿quién va a salvarte de ti mismo?

miércoles, 1 de abril de 2009

¿Sabes qué pasa cuando uno cree en sí mismo?

¿Sabes qué pasa cuando uno cree en sí mismo?
Cuando uno ya no necesita
que los otros le admiren o
piensen que formidable,
o le halaguen porque le sienta bien su nuevo vestido.
Cuando uno ya es capaz de tomar sus propias decisiones
sin esperar la aprobación del resto,
cuando uno ya no necesita
que le den palmaditas en la espalda,
aunque las agradece,
o cuando ya no depende de que la gente le recuerde
sus virtudes y le consuele en sus defectos.
¿Sabes qué pasa cuando uno cree en sí mismo?
Yo te lo voy a decir,
porque hace poco que alguien
al preguntarme sobre mi condición religiosa,
se sorprendió cuando le respondí:
Yo creo en mí.
No es eso lo que yo quería saber, me dijo,
lo que me interesa es conocer si eres creyente o agnóstica.
Precisamente, le contesté.
Cuando uno cree en sí mismo, es en Dios en quien cree,
porque como él se convierte en omnipotente,
como él ya no hay barreras que le frenen,
ni obstáculo que le desvíe,
ni ateo que consiga matarle.
Cuando uno cree en sí mismo,
ya no hace falta que nadie le rece,
porque el valor de nuestra existencia,
de nuestras ideas, de nuestras opciones,
está intrínsecamente ligado,
al que uno mismo le dé.
Porque la fuerza de nuestros proyectos,
de nuestras ilusiones
no proviene de fuera,
de un carro que nos tira,
o de un amigo que nos empuja,
sino de un motor interno que se acciona
cuando uno mismo,
me repito porque hace falta,
cree en él.

lunes, 30 de marzo de 2009

Te puedes permitir el lujo

Te puedes permitir el lujo
de prescindir de la religión.
En realidad a ti no te hace falta
espiar tus pecados a base de rosarios,
rezar para que te aprueben matemáticas
o prometerle a la virgen que subirás de rodillas
hasta la cueva en la que mora su santuario,
si te encuentra novio y te embaraza.
No vayas a preocuparte por si el cura un día te encuentra
masturbándote en pleno atasco en la M-30,
por si no te acordaste de casarte o
por si te equivocas y te santiguas
con la mano izquierda.
Puedes prescindir de la religión,
pero no de tu espíritu,
puedes prescindir de Dios,
pero no de la humanidad.
Recuerda que no por ser ateo, agnóstico,
escéptico o moderno,
tienes que matar a tu alma.
En últimas, “lo que nos impulsa a vivir,
es el amor y no la esperanza,
es la verdad y no la fe
la que nos libera”
(Compte-Sponville)
En últimas, lo que nos hace humanos
no es que enterremos a nuestros muertos,
adoremos al Sol y a la Madre Tierra
o hagamos sacrificios rituales, ofrendas florales
y templos de mármol o de piedra,
lo que nos hace humanos,
acuérdate siempre,
es la conciencia.