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miércoles, 15 de febrero de 2012

Palabras mágicas para niños I

El monstruo de debajo de mi cama
ha decidido irse a buscar suerte
a la habitación de algún niño menos valiente:
conmigo ya no tenía nada que hacer,
sus sustos solo me provocaban
sonoras carcajadas.

Desde que no tengo miedo
la oscuridad del pasillo
no me impide ir a beber agua en plena noche,
ni veo siluetas peligrosas cuando el mueble del televisor,
la planta junto al sofá y la lámpara del comedor
se unen para formar sombras extrañas.

Desde que no tengo miedo
ni las nanas amenazadoras
con cocos hambrientos,
ni las leyendas urbanas
con hombres del saco
les sirven a mis padres de argumento
para que duerma, coma, me bañe
o me vista sólo para ir al colegio.
Estoy por decirles que no es bueno
que intenten convencerme a base de miedo.
Funciono mejor a cambio de besos,
abrazos, cinco minutos más de parque
o chocolate y caramelos.

Desde que no tengo miedo
he dejado de tener pesadillas
con los exámenes de matemáticas
y hasta creo que me atrevería
a tocar el perro gigante y ruidoso
del vecino de abajo.

Tenía razón mi abuela cuando me dijo
que en la vida no habría nada que el coraje,
la confianza, la paciencia y el esfuerzo
no pudieran ayudarme a vencer.

Por si acaso voy a escribirlo y a colgarlo
en la pared de mi cuarto,
pues me parece que es algo que se tiende a olvidar
a medida que crecemos.
Sólo así entiendo que haya adultos que todavía
encuentren tantas excusas para no realizar sus sueños.

martes, 14 de julio de 2009

Me abruma el miedo

Me abruma el miedo
de no hacer bien
lo único para lo que parece
que estoy predestinada.
Me aterra el hecho
de que aunque escriba,
no alcance las cotas
que de forma implacable
yo misma me exijo.
Estoy demorando
hasta el infinito
ponerme en serio a escribir,
no unas cuantas hojas de Word
- que luego nunca imprimo -,
ni bocetos de novelas
que luego nunca sigo.
Estoy segura
de que si soy constante
con la poesía
es sólo
porque tiene vida propia,
fugaz y eterna
al unísono.
Pero ya va siendo hora de que hilvane frases que se estiren hasta sendos márgenes de las páginas. Que quede este poema deformado como prueba de mi nuevo - aunque también sempiterno - objetivo: voy a escribir hasta demostrarme que sé escribir, y si en el camino fallo y me tropiezo con frases malas y hasta con capítulos horribles de historias insufribles, entonces... Entonces pensaré a qué me dedico. El pan de plátano y cacao que hice hoy me consuela, igual hasta podría ser cocinera... Pero hasta entonces y mientras tanto, voy a escribir, así tenga que enfadarme porque no me inspiro, así tenga que quedarme con la mirada embobada a la espera del sinónimo que no sale y me despierte algunos días frustrada porque, como en todo, uno nunca tiene la certeza de si en lo que está dejándose la piel - en concreto, la piel de los dedos - no sea una pérdida de tiempo, y valga la pena y este carácter agrio de escritora que se me está poniendo. Me niego a ser esa promesa literaria que no se cumple. Me niego a recriminarme, dentro de unos años, ser yo la única causante de mi deserción. Que lo que esté en mis manos no se me escape de entre las manos sin haber hecho yo todo lo posible. De lo que está fuera de mi alcance, que se ocupe el mismo que se ocupa de hacer brotar las flores de la planta que alegra mi balcón.