Normal, natural y necesario. Tres palabras muy poco inocentes que conforman la santísima trinidad de una doctrina que no necesita financiarse con casillas en la declaración de la renta, le basta con usted y conmigo y con todos los demás que alguna vez hemos defendido algún argumento apelando a su supuesta normalidad, naturalidad y necesidad. ¿Les suena eso de que lo normal es que las mujeres obedezcan al marido? ¿O lo de que lo natural es comer carne? Por suerte, qué lejos queda ya el razonamiento que Aristóteles usaba para defender la esclavitud, según el cual los esclavos eran un medio necesario para el buen funcionamiento de la ciudad.
También es normal, natural y necesario para algunos que exista determinada forma de gobierno, sistemas económicos concretos, paradigmas alimentarios precisos o relaciones sexuales, sociales y familiares que, en definitiva, no sean anómalas, antinaturales o impeditivas.
Qué fácil sería si esas tres enes existieran en realidad, y sólo hiciera falta pasar un lector de códigos de barras, como los de los cajeros del supermercado, para saber si metemos en la misma bolsa de la compra los matrimonios homosexuales con los tomates transgénicos y el agua de manantial con los jabones de pH neutro. Pero lo cierto es que esas tres palabras que orientan nuestra conducta y que alivian nuestro malestar moral son sólo eso: instrumentos de exculpación y dominio. Decía el premio Nobel de literatura George Bernard Shaw que “cuando un hombre estúpido hace algo que le avergüenza, siempre dice que cumple con su deber”, y no es casualidad que también fuera él el autor de la siguiente cita: “La libertad supone responsabilidad. Por eso la mayor parte de los hombres la temen tanto.”
Normal, natural y necesario: tres palabras mágicas creadoras de mitos, el de inmaculada verdad, por ejemplo, que nos coercionan de forma invisible para apoyar sistemas que reconocemos injustos en nuestros momentos de lucidez. Normal, natural y necesario: tres palabras sobre las que nos recostamos cuando, ya cansados de pensar, las usamos de cojines-comodines de legitimidad, no en vano, no sólo describen como son las cosas (presuntamente, insisto), sinó como deben y tiene que ser.
Por eso, si son honestos consigo mismos pondrán a prueba sus creencias y valores despojándolos de los tres pilares mencionados: si una vez cercenado de normalidad-naturalidad-necesariedad su templo de conocimiento resiste, sabrán que están a buen recaudo, al menos de momento, pues recuerden que algunas ideas también se quedan pequeñas cuando las personas crecen.
También es normal, natural y necesario para algunos que exista determinada forma de gobierno, sistemas económicos concretos, paradigmas alimentarios precisos o relaciones sexuales, sociales y familiares que, en definitiva, no sean anómalas, antinaturales o impeditivas.
Qué fácil sería si esas tres enes existieran en realidad, y sólo hiciera falta pasar un lector de códigos de barras, como los de los cajeros del supermercado, para saber si metemos en la misma bolsa de la compra los matrimonios homosexuales con los tomates transgénicos y el agua de manantial con los jabones de pH neutro. Pero lo cierto es que esas tres palabras que orientan nuestra conducta y que alivian nuestro malestar moral son sólo eso: instrumentos de exculpación y dominio. Decía el premio Nobel de literatura George Bernard Shaw que “cuando un hombre estúpido hace algo que le avergüenza, siempre dice que cumple con su deber”, y no es casualidad que también fuera él el autor de la siguiente cita: “La libertad supone responsabilidad. Por eso la mayor parte de los hombres la temen tanto.”
Normal, natural y necesario: tres palabras mágicas creadoras de mitos, el de inmaculada verdad, por ejemplo, que nos coercionan de forma invisible para apoyar sistemas que reconocemos injustos en nuestros momentos de lucidez. Normal, natural y necesario: tres palabras sobre las que nos recostamos cuando, ya cansados de pensar, las usamos de cojines-comodines de legitimidad, no en vano, no sólo describen como son las cosas (presuntamente, insisto), sinó como deben y tiene que ser.
Por eso, si son honestos consigo mismos pondrán a prueba sus creencias y valores despojándolos de los tres pilares mencionados: si una vez cercenado de normalidad-naturalidad-necesariedad su templo de conocimiento resiste, sabrán que están a buen recaudo, al menos de momento, pues recuerden que algunas ideas también se quedan pequeñas cuando las personas crecen.
Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 12 de junio de 2014