Será porque yo también me fui de África casi huyendo, babeando por el menú plastificado del avión. Será porque yo también me fui pensando que aquí se está mejor, aunque ahora ya no me sienta en medio de una novela, ni la gente me pare por la calle para decirme: “¡Qué valiente, irte a un campo de refugiados!”. Será por todo eso que ayer el programa “El otro lado de la valla” de Salvados me conmocionó y me obligó a cambiar el artículo que tenía escrito para esta semana y que, casualmente, empezaba diciendo lo siguiente: “Antes de ponerme a escribir, repaso los diarios. Espero que alguna noticia me impacte. Nada. Será que a los periodistas les inculcaron demasiado bien la jerga imparcial. Leo que hay ébola, terremotos, atentados y me parece estar viendo un parte meteorológico.” Seguía hablando de la disfunción narcotizante de Paul F. Lazarsfeld y Robert K. Merton y, en definitiva, me avergonzaba de que se me cayeran más lágrimas viendo vídeos de animales difundidos por Facebook que contemplando el estado del mundo en los telediarios.
Me alegra poder escribir un artículo que no deja mi humanidad tan mal y hace gala de mi empatía, aunque sólo sea porque yo también sentí que vivir en África podía llegar a ser una condena, de forma ridícula, si quieren, porque yo me fui a Ghana porque quise sabiendo que podía cruzar la frontera volando, sin concertinas de por medio, con una familia esperándome en la terminal del aeropuerto, con el color de piel adecuado y la nacionalidad correcta. Lo que me lleva a pensar que entrar en Europa es como acceder a la caja fuerte de un banco o a la cueva de Alí Babá y los cuarenta ladrones, que bien podría ser lo mismo...
No sé cual es la solución, sin duda no es tan fácil como el “papeles para todos”. La ingenuidad ha marcado una parte importante de mi vida y ahora que me sincero les diré que es un lastre del que justo ahora me estoy desprendiendo. Tampoco quiero caer en el uso equivocado del darwinismo social para convencerme de que al fin y al cabo la vida no es justa y las leyes de la selección natural son implacables con los más desfavorecidos. Lo que es cierto en cuanto a la naturaleza pero no en cuanto a la sociedad, pues en esta no rigen más normas que las que nosotros mismos queramos imponer. No hay que olvidar que el ser humano existe gracias a sus órganos extrasomáticos, es decir, gracias a la cultura que tan importante como el corazón o el hígado, permite que animales bajitos y enclenques como nosotros no nos hayamos extinguido a merced de los leones y hasta de los hipopótamos (que parece que pueden ser muy agresivos). Por cierto, no dejen de consultar la diferencia entre violencia y agresividad, les sorprenderá saber que no son conceptos sinónimos.
Se dice que siempre emigran los que no tienen nada, porque tampoco tienen nada que perder. Se dice alegremente, como si traspasar un continente sin dinero, sin comida, sin la certidumbre de llegar al destino para contarlo fuera como hacer una romería o el Camino de Santiago. Y no se crean que no entiendo a quien tiene miedo de que gente como la que espera al otro lado de la valla pase la frontera: ¿podremos competir contra sus ganas de vivir?
Me alegra poder escribir un artículo que no deja mi humanidad tan mal y hace gala de mi empatía, aunque sólo sea porque yo también sentí que vivir en África podía llegar a ser una condena, de forma ridícula, si quieren, porque yo me fui a Ghana porque quise sabiendo que podía cruzar la frontera volando, sin concertinas de por medio, con una familia esperándome en la terminal del aeropuerto, con el color de piel adecuado y la nacionalidad correcta. Lo que me lleva a pensar que entrar en Europa es como acceder a la caja fuerte de un banco o a la cueva de Alí Babá y los cuarenta ladrones, que bien podría ser lo mismo...
No sé cual es la solución, sin duda no es tan fácil como el “papeles para todos”. La ingenuidad ha marcado una parte importante de mi vida y ahora que me sincero les diré que es un lastre del que justo ahora me estoy desprendiendo. Tampoco quiero caer en el uso equivocado del darwinismo social para convencerme de que al fin y al cabo la vida no es justa y las leyes de la selección natural son implacables con los más desfavorecidos. Lo que es cierto en cuanto a la naturaleza pero no en cuanto a la sociedad, pues en esta no rigen más normas que las que nosotros mismos queramos imponer. No hay que olvidar que el ser humano existe gracias a sus órganos extrasomáticos, es decir, gracias a la cultura que tan importante como el corazón o el hígado, permite que animales bajitos y enclenques como nosotros no nos hayamos extinguido a merced de los leones y hasta de los hipopótamos (que parece que pueden ser muy agresivos). Por cierto, no dejen de consultar la diferencia entre violencia y agresividad, les sorprenderá saber que no son conceptos sinónimos.
Se dice que siempre emigran los que no tienen nada, porque tampoco tienen nada que perder. Se dice alegremente, como si traspasar un continente sin dinero, sin comida, sin la certidumbre de llegar al destino para contarlo fuera como hacer una romería o el Camino de Santiago. Y no se crean que no entiendo a quien tiene miedo de que gente como la que espera al otro lado de la valla pase la frontera: ¿podremos competir contra sus ganas de vivir?
Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 10 de abril de 2014