Consolar a alguien diciéndole que todo irá bien me parece irresponsable. No dudo de que los bienintencionados que así proceden sólo quieran calmar el llanto de sus amigos o parientes, lo que todavía no tengo claro es si su ingenuidad les lleva a creer realmente en lo que dicen o sólo mienten piadosamente para disfrazar las muertes, las separaciones, los despidos y otras aparentes desgracias de monstruos inofensivos a lo Disney. No los culpo, desde que el ser humano necesita comprender todo lo malo que le ocurre, los cuentos han servido como bálsamo para que también los mayores puedan dormir por las noches. Las historias son distintas, pero igual de fantásticas que las de Perrault, Andersen o los hermanos Grimm. Por otra parte, fíjense que lo bueno que nos pasa no suele requerir tantas justificaciones, así venga sin motivo aparente, aunque en este caso hay quien aprovecha y alardea de méritos propios.
Entiendo que hacer de muro de las lamentaciones no es fácil: dejar que los seres queridos sufran mientras los observamos silenciosa y solemnemente desde la distancia que se interpone entre ambos, sabiendo que no somos nosotros los principales afectados, nos parece inhumano y al final lo mejor que se nos ocurre es acercarnos para usar el “todo irá bien” del mismo modo que una tirita, ocultando una herida que sigue sangrando.
Háganles un favor a sus desconsolados amigos, no los contagien de una fe impostora que incumplirá forzosamente sus promesas. La esperanza es lo último que se pierde, sin duda, porque está enganchada a base de apego. Sostengo que algunos humanos han compensado su falta de resignación en cuanto a los sucesos inoportunos que les depara la vida, con la capacidad para crear nuevas interpretaciones, nuevas lecturas de éstos. Mientras algunos se ajustan a las imposiciones naturales y sociales sin apenas disputas, otros se rebelan hasta darle la vuelta a la situación y ponerla a su favor. Ambos mecanismos de adaptación, sumisión o transformación, me parecen válidos, aunque este último es mi favorito: nos permite construir alternativas con el mismo material que parece enterrarnos, pero para ello hay que ejercitar la imaginación y ver abono donde antes había boñigas.
Este es mi lema: creo que en nuestro mundo dual nada es completamente dañino, eso sería como pretender encontrar una moneda de una sola cara, por eso sea lo que sea lo que te pase, no te hundas, sólo tienes que aprender a reciclarlo. Éste sí me parece un consuelo sensato y razonable, a la vez que sostenible y ecológico. Claro que antes de poder encontrar qué cosa útil se puede hacer con una muerte, una separación o un despido hay que jugar en una liga menor, menos susceptible de noquearnos con su dramatismo, practiquemos con las pequeñas cosas y sobretodo olvidémonos de las ideas preconcebidas, porque son precisamente las que nos han llevado a pensar que en la vida hay situaciones que sólo se arreglan esperando un milagro. De lo que no me puedo olvidar yo es de felicitarme: este domingo tengo la suerte de celebrar el cumpleaños de mi excepcional marido y el próximo miércoles 19 de marzo de tener un padre del que presumir sin cansarme.
Entiendo que hacer de muro de las lamentaciones no es fácil: dejar que los seres queridos sufran mientras los observamos silenciosa y solemnemente desde la distancia que se interpone entre ambos, sabiendo que no somos nosotros los principales afectados, nos parece inhumano y al final lo mejor que se nos ocurre es acercarnos para usar el “todo irá bien” del mismo modo que una tirita, ocultando una herida que sigue sangrando.
Háganles un favor a sus desconsolados amigos, no los contagien de una fe impostora que incumplirá forzosamente sus promesas. La esperanza es lo último que se pierde, sin duda, porque está enganchada a base de apego. Sostengo que algunos humanos han compensado su falta de resignación en cuanto a los sucesos inoportunos que les depara la vida, con la capacidad para crear nuevas interpretaciones, nuevas lecturas de éstos. Mientras algunos se ajustan a las imposiciones naturales y sociales sin apenas disputas, otros se rebelan hasta darle la vuelta a la situación y ponerla a su favor. Ambos mecanismos de adaptación, sumisión o transformación, me parecen válidos, aunque este último es mi favorito: nos permite construir alternativas con el mismo material que parece enterrarnos, pero para ello hay que ejercitar la imaginación y ver abono donde antes había boñigas.
Este es mi lema: creo que en nuestro mundo dual nada es completamente dañino, eso sería como pretender encontrar una moneda de una sola cara, por eso sea lo que sea lo que te pase, no te hundas, sólo tienes que aprender a reciclarlo. Éste sí me parece un consuelo sensato y razonable, a la vez que sostenible y ecológico. Claro que antes de poder encontrar qué cosa útil se puede hacer con una muerte, una separación o un despido hay que jugar en una liga menor, menos susceptible de noquearnos con su dramatismo, practiquemos con las pequeñas cosas y sobretodo olvidémonos de las ideas preconcebidas, porque son precisamente las que nos han llevado a pensar que en la vida hay situaciones que sólo se arreglan esperando un milagro. De lo que no me puedo olvidar yo es de felicitarme: este domingo tengo la suerte de celebrar el cumpleaños de mi excepcional marido y el próximo miércoles 19 de marzo de tener un padre del que presumir sin cansarme.
Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 13 de marzo de 2014