Me gusta ver las ventanas iluminadas de las casas
cuando paseo por la calle y se va haciendo de noche.
Me gusta más todavía
entrever por la fina cortina
un pedazo de estantería a rebosar de tarros de especias,
un niño que cuelga un dibujo del imán de la nevera,
o una mujer con delantal
batiendo huevos para hacer la cena.
Me gusta imaginarme que detrás de esos cristales
de ventana de cocina
hay un salón con chimenea y un perro grande y dormido
o un puzzle a medio hacer
esparcido por la alfombra de color crema.
Me gusta saber que a pesar de estar lejos de mi casa,
hay siempre hogares cerca.
Me gusta, a pesar de que me entristezca que anochezca
y yo no pueda ver el ocaso desde mi ventana,
sabiendo que es mi madre la que está batiendo huevos
para hacer una tortilla,
sabiendo que es mi perro el que dormita
junto al sillón de mi padre.
Me gusta,
a pesar de esa melancolía punzante,
a pesar de esa pena nocturna,
porque me recuerda que hay un lugar en el mundo
donde siempre habrá una família que me espera.