Mi inteligencia fracasada me ha hecho pensar que no soy digna del amor de un hombre si no le lavo la ropa, los platos y hasta los dientes. Mi inteligencia mal usada me ha hecho creer que no soy digna de admiración si no soy buena en la cocina y en la cama. Yo, que no soy una mujer florero espectacular, teniendo en cuenta mi humilde físico, y que cada día dudo más de mi supuesta inteligencia (atribuida, creo, por mi cara de ratón de biblioteca) pensé, qué ilusa, que sólo conseguiría ser querida si me prestaba a cualquier antojo ajeno. Qué triste confesar que desconfío de los hombres que dicen enamorarse de mí; siempre creo que me engañan, que no se han dado cuenta todavía de quién soy en realidad. Qué triste tenerme en tan bajo concepto, yo que, al menos, sé escribir algún que otro poema, regar plantas, optimizar espacios, reírme sin razón, leer y olvidarme de la cena, limpiar de virus mi ordenador, ganar apuestas tontas, distinguir cuando alguien ha llorado a escondidas y querer a quien a veces se olvida de felicitarme por mi cumpleaños.
Hecho este inventario de virtudes, me parece que ya estoy preparada para decirte que hoy, y quizás también mañana,
no voy a saltar a recoger balones al otro lado de la valla,
no voy a ofrecerme a hacer lo que tú ya puedes hacer por ti mismo,
a pedirte perdón por cosas que no controlo
y a dudar de que alguien como tú
pueda querer compartir su tiempo
con alguien como yo.
Hecho este inventario de virtudes, me parece que ya estoy preparada para decirte que hoy, y quizás también mañana,
no voy a saltar a recoger balones al otro lado de la valla,
no voy a ofrecerme a hacer lo que tú ya puedes hacer por ti mismo,
a pedirte perdón por cosas que no controlo
y a dudar de que alguien como tú
pueda querer compartir su tiempo
con alguien como yo.