lunes, 6 de mayo de 2013

Pastillas para vivir

Hace apenas unas semanas uno de los programas mejor valorados de la parrilla televisiva se hacía eco de la excesiva medicalización del sistema. Médicos, farmacólogos y ex-visitadores médicos revelaron algunas de las estrategias con las que actúa impunemente la industria farmacéutica. Pónganse en la piel de una empresa el cliente potencial de la cual es un enfermo… Este interés comercial puede muy lícitamente conducirnos a la sospecha, pues cubiertos los trastornos típicos que llenan nuestro botiquín de antitusivos, antitérmicos, antiinflamatorios y mucolíticos, existe un vacío que las empresas farmacéuticas intentan llenar, al menos mientras siguen con su batalla contra la muerte.

Hace tiempo que sabemos que la mayoría de los productos en el mercado consumista no existen para cubrir necesidades, sino para crearlas y aunque en un inicio nos pareció perverso, ahora nadie se queja mientras pueda comprarse los lujos que se imponen como requisitos del buen ciudadano de la sociedad capitalista. Lo peor es que la industria farmacéutica ha calcado el truco de magia y la ambición por el lucro ha superado el espíritu de servicio que nunca tendría que haber perdido, no sólo porque juegan con el bolsillo de sus clientes, sino también con su salud.

Mientras que en la otra parte del mundo - que parece como la otra cara de la luna, porque nunca nos la dejan ver - se muere de enfermedades que podrían ser tratadas rápida y eficazmente, la industria farmacéutica se afana en investigar para hacer crecer el pelo en la cabeza de los hombres, sacarlo de las piernas y de las axilas de las mujeres, estirar la piel de la cara, bajar hasta las cotas que ellos mismos imponen los niveles de colesterol y, en definitiva, crear productos para el cliente que saben que les puede pagar, a pesar de que esté mucho más sano que los moribundos pobres con tuberculosis, sida y desnutrición severa.

La salvación a todo está en una pastilla, un remedio indoloro que ahora también soluciona nuestra incapacidad para gestionar la frustración, que no es más que la manera que tiene la vida de mostrarnos que no siempre aquello que deseamos es aquello que necesitamos. Pero esta explicación no tiene detrás rendimientos económicos, como tampoco los tiene aprender a respirar, a comer o a descansar y puestos a elegir, hay mucha gente que prefiere tragarse un comprimido que una lección, sobretodo los niños a los que se les ha medicalizado el fracaso escolar. Dentro de poco se podrá leer en los prospectos de los fármacos para TDAH que el aumento de la dosis también redunda en una nota más alta en los exámenes y hasta quién sabe si los profesores del futuro suministrarán, junto con el nauseabundo flúor del mes, sobres efervescentes para conseguir que los niños dejen de escribir balón con v y hoja sin hache.

En cualquier caso, no me gustaría acabar sin matizar que la seducción de las píldoras ha colonizado también los herbolarios, donde productos tan artificiales como los de las farmacias, pero con nombres mucho más naturales, se venden como verdaderas panaceas: sin contraindicaciones, ni efectos secundarios que tanto sirven para la alergia como para el Alzheimer, y hasta para que te salga mejor la paella de los jueves, porque a este paso cualquier cosa parecida podrá ser digna de consejo médico.

En mi consulta, como mucho, prescribo platos, no en vano, las recetas culinarias son también las primeras recetas médicas de la historia, y si me vienen pacientes que de lo único que padecen es de incapacidad para comprender que los pequeños contratiempos de la vida sólo se curan entendiendo que es su interpretación sobre lo que debería ser, la que está equivocada, entonces les sonrío y les digo que eso sólo se soluciona con la muerte… del ego. 


Artículo publicado en la plataforma digital de emprendeduría Reinventtv