martes, 18 de septiembre de 2018

Escribir a partir del final

Siguiendo los consejos del fantasma, Fernando tira su bicicleta por un acantilado. Antes de hundirse en el mar, bajo la atenta mirada del faro del Cap de Creus, Fernando se da cuenta de que no ha quitado la pegatina que le regaló su hija para su 38 cumpleaños, apenas hace una semana, cuando él mismo se obsequió con la Brompton de seis marchas Black Edition. “La vida es como montar en bicicleta, si quieres mantener el equilibrio tienes que seguir avanzando”, eso decía la pegatina, qué ironía. Son casi las tres de la madrugada, corre una brisa cálida, calza unas sandalias Birkenstock y hay luna llena, así que el viaje de vuelta a Cadaqués andando podría ser hasta agradable… Si no fuera porque la “sábana de cuna con ínfulas”, como la llama Fernando, sigue a su lado. Antes de la bicicleta, Fernando ha tenido que deshacerse de su cuaderno Moleskine deshojándolo página a página. Fue una tortura porque mientras arrancaba cuidadosamente las hojas por el margen, le daba tiempo a leer notas y recuerdos, ahora destinados al olvido. También ha tenido que recoger, cocinar y comer caracoles, ver de un tirón la trilogía Qatsi sin dormirse o sustituir todos los tornillos y clavos que sujetan los cuadros, estanterías, marcos de fotos o lámparas de su casa por unos de color dorado. 

El sábado pasado Fernando se reía de las supersticiones. Decidió celebrar su cumpleaños entonces, pues pensó que sería más fácil reunir a la familia que el domingo de la semana siguiente, en plena operación salida de vacaciones de verano y, cierto, hizo caso omiso de las advertencias de su madre tales como: “no es bueno celebrar los aniversarios antes de que se cumplan” o “reutilizar las velas de años anteriores da mala suerte”. No habían pasado ni dos horas desde que se había comido la tarta cuando vio al fantasma sentado en el inodoro. Primero pensó que el cava le jugaba una mala pasada, pero cuando oyó la voz de pito de la sábana estampada con ositos rosas, tuvo claro que no estaba tan borracho: “Sabía que te encontraría aquí tarde o temprano, ese Cheesecake estaba pidiendo a gritos una cita con el excusado”. La conversación que siguió fue tan disparatada como pudiera serlo si se estuviera hablando con un fantasma destinado a castigar a los impacientes que festejan sus natalicios antes de tiempo, que era justamente el objetivo de ese Casper malvado. Si cumplía sus exigencias desaparecería el día de su cumpleaños a la hora exacta de su nacimiento, si se negaba, no podía garantizar que llegara a su próximo aniversario. En estos casos la muerte —le dijo la sábana que apestaba a pis de niño con enuresis nocturna— suele ser fulminante pero dolorosa. Y le puso algunos ejemplos que convencieron a Fernando de que estaba hablando con alguien que no era de este mundo: asfixiado por el beso de una ninfómana con halitosis, degollado por un pez-cuchillo-jamonero, atropellado por un cuco gigante fugado de un reloj de la Selva Negra o envenenado por la ingestión de chocolate 85% cacao de un universo opuesto al nuestro, en donde el amoniaco es como aquí la horchata. 

Desde luego, cuando el cruel espectro textil le pidió que se llevara su bicicleta nueva a Cadaqués ese fin de semana esperaba lo peor, asumía que la utilizaría para poner el broche final a su penitencia y ya se veía, agotado, paseando sobre las dos ruedas a la estatua de bronce de Dalí situada en el Paseo Marítimo; como mínimo el fantasma le pediría que la llevara hasta el Paraje Natural de Tudela. Por desgracia, lo que de verdad le “aconsejó” el fantasma está claro que fue mucho peor. Si lo hubiera sabido, piensa Fernando, me habría comprado una plegable del Decathlon. 

(Este texto forma parte de un ejercicio de la Escuela de Escritores, en el que se nos pedía que escribiéramos un relato a partir de un final que el lector ya conoce y fuéramos desgranando como hemos llegado hasta allí manteniendo la atención del lector. La frase inicial "Siguiendo los consejos del fantasma, Fernando tira su bicicleta por un acantilado" era una de las opciones con las que podíamos empezar el relato.) 



jueves, 13 de septiembre de 2018

Inventario lector XV

Acabé hace unos 10 días La sociedad literaria de piel de patata de Guernsey. Primero lo intenté leer en catalán y fue un fracaso, parecía una traducción sacada de la era victoriana. Luego lo conseguí en castellano y perfecto. Cuesta entrar al principio porque confundes emisarios y receptores de cartas y todavía no estás familiarizado con los personajes, pero luego es una delicia. Me he enterado de que en octubre sale en Netflix una adaptación ¡Qué ganas de verla! Sigo con el de Steven Pinker, no sabía que sería tan largo (leerlo en Kindle es lo que tiene...). 

Por cierto que en Reread Sabadell encontré una novela interesante El secreto de Darwin" de John Darnton. No sé si será muy buena, pero me gustaba la idea de que necesariamente tenía que haber pasado algo raro para que Darwin tardara 22 años en publicar El origen de las especies. Así que si no se cuela otro libro, allá voy. Ah, también me hice con un ejemplar de Tintín en chino. Estaba toda la colección pero yo me tenía decidir...

La imagen puede contener: texto

martes, 11 de septiembre de 2018

El mayor deseo de Silvano Rey

El mayor deseo de Silvano Rey es que sólo se vendan patatas con el sello de agricultura ecológica. Y naranjas, calabacines o sandías sin pepitas. Silvano Rey detesta los transgénicos y el glifosato, los aditivos y los monocultivos. Vive en un pisito sin calefacción, fabrica su propio chucrut, usa desodorante de piedra de alumbre y se gana la vida haciendo Reiki en una clínica veterinaria. La semana pasada curó a un periquito, a un gato atigrado y a una tortuga acuática. Tan agradecidos quedaron los animales que intercedieron para que Gaia le concediera su mayor anhelo. Es por eso que a la hora de la cena del lunes día 10 de septiembre la diosa aparece mientras él le da la vuelta a una hamburguesa de ternera Km 0. Silvano Rey piensa que sus meditaciones en ayunas por fin han obtenido respuesta y cuando Gaia le anuncia que le va a otorgar lo que le pida, no duda: que todo lo que él toque se convierta en su versión biológica pura, libre de fertilizantes, pesticidas, antibióticos y ADN foráneo. Gaia sonríe y mientras con una mano coge una oliva arbequina de la ensalada de Silvano, con la otra le roza el tercer ojo en un gesto que bendice cual Pantocrátor de Taüll; luego desaparece absorbida por el extractor de humos de la cocina. 

Al día siguiente Silvano sale de casa eufórico en dirección al supermercado. Primero ensaya en la panadería con las barras de cuarto y viendo que adquieren un color de pan negro tradicional, se envalentona en la frutería. Más tarde se resarce a fondo con los vinos, los orejones y los dátiles, siempre tan apestados de sulfitos, y aprovecha la sección de ropa barata para comprobar que también al tocar las camisetas es capaz de convertir el algodón convencional en orgánico certificado. En el aparcamiento se atreve con un Subaru azul y, PLOF, en un instante surge un flamante Troncomóvil. 

Silvano Rey es feliz desde la mañana de ese martes mágico hasta el viernes por la tarde cuando su poder se convierte en una maldición: sin querer ha tocado una de las figuras de su querida colección de Playmobil, en concreto, la del bombero a punto de salvar a un búho de la antorcha de un orgulloso Neandertal. De repente, el muñequito se convierte en un guijarro ligeramente antropomorfo. El grito que suelta Silvano Rey se oye en todo el barrio y con el eco de las nubes bajas de ese día de tormenta de verano, también en parte de la bóveda celeste. Gaia se da por aludida: otra vez es la culpable de que alguien haya incurrido en la falacia naturalista. 

Silvano Rey se pasa el sábado entero con unos guantes de lana puestos para mantener el ordenador a salvo de convertirse en papiro. Navega tranquilo por internet, al poco, se desbarata su activismo: el estudio de las ratas de Seralini no es fiable, empieza a caerle bien el investigador JM Mulet, se entera de que la toxicidad del glifosato es más baja que la de la cafeína, de que la comida ecológica no es necesariamente más nutritiva, ni más segura ni más sostenible y, sobre todo, de que hace meses que apesta porque la piedra de alumbre tiene muy poca efectividad (lo que explicaría su patética vida amorosa). A disgusto, Gaia aparece ante Silvano, que le suplica que lo libere de su poder y lloriquea para que restaure su bombero de Playmobil: nunca hubiera dicho que amaba tanto el plástico. La diosa accede a retirarle el arma al ingenuo soldado hippie siempre y cuando ponga todos los objetos ecologizados bajo las ondas purificadoras del microondas. 

Y así es como, después de una semana rara, el domingo a primera hora de la mañana, Silvano Rey pide por Amazon un Balay con grill esperando, primero, que todas las piezas del Troncomóvil quepan y, segundo, que sea capaz de ensamblar un Subaru.

(Este texto forma parte de un ejercicio de la Escuela de Escritores, en el que se nos pedía que reescribiéramos un cuento infantil ambientándolo en nuestra época y buscando situaciones semejantes)