Siguiendo los consejos del fantasma, Fernando tira su bicicleta por un acantilado. Antes de hundirse en el mar, bajo la atenta mirada del faro del Cap de Creus, Fernando se da cuenta de que no ha quitado la pegatina que le regaló su hija para su 38 cumpleaños, apenas hace una semana, cuando él mismo se obsequió con la Brompton de seis marchas Black Edition. “La vida es como montar en bicicleta, si quieres mantener el equilibrio tienes que seguir avanzando”, eso decía la pegatina, qué ironía. Son casi las tres de la madrugada, corre una brisa cálida, calza unas sandalias Birkenstock y hay luna llena, así que el viaje de vuelta a Cadaqués andando podría ser hasta agradable… Si no fuera porque la “sábana de cuna con ínfulas”, como la llama Fernando, sigue a su lado. Antes de la bicicleta, Fernando ha tenido que deshacerse de su cuaderno Moleskine deshojándolo página a página. Fue una tortura porque mientras arrancaba cuidadosamente las hojas por el margen, le daba tiempo a leer notas y recuerdos, ahora destinados al olvido. También ha tenido que recoger, cocinar y comer caracoles, ver de un tirón la trilogía Qatsi sin dormirse o sustituir todos los tornillos y clavos que sujetan los cuadros, estanterías, marcos de fotos o lámparas de su casa por unos de color dorado.
El sábado pasado Fernando se reía de las supersticiones. Decidió celebrar su cumpleaños entonces, pues pensó que sería más fácil reunir a la familia que el domingo de la semana siguiente, en plena operación salida de vacaciones de verano y, cierto, hizo caso omiso de las advertencias de su madre tales como: “no es bueno celebrar los aniversarios antes de que se cumplan” o “reutilizar las velas de años anteriores da mala suerte”. No habían pasado ni dos horas desde que se había comido la tarta cuando vio al fantasma sentado en el inodoro. Primero pensó que el cava le jugaba una mala pasada, pero cuando oyó la voz de pito de la sábana estampada con ositos rosas, tuvo claro que no estaba tan borracho: “Sabía que te encontraría aquí tarde o temprano, ese Cheesecake estaba pidiendo a gritos una cita con el excusado”. La conversación que siguió fue tan disparatada como pudiera serlo si se estuviera hablando con un fantasma destinado a castigar a los impacientes que festejan sus natalicios antes de tiempo, que era justamente el objetivo de ese Casper malvado. Si cumplía sus exigencias desaparecería el día de su cumpleaños a la hora exacta de su nacimiento, si se negaba, no podía garantizar que llegara a su próximo aniversario. En estos casos la muerte —le dijo la sábana que apestaba a pis de niño con enuresis nocturna— suele ser fulminante pero dolorosa. Y le puso algunos ejemplos que convencieron a Fernando de que estaba hablando con alguien que no era de este mundo: asfixiado por el beso de una ninfómana con halitosis, degollado por un pez-cuchillo-jamonero, atropellado por un cuco gigante fugado de un reloj de la Selva Negra o envenenado por la ingestión de chocolate 85% cacao de un universo opuesto al nuestro, en donde el amoniaco es como aquí la horchata.
Desde luego, cuando el cruel espectro textil le pidió que se llevara su bicicleta nueva a Cadaqués ese fin de semana esperaba lo peor, asumía que la utilizaría para poner el broche final a su penitencia y ya se veía, agotado, paseando sobre las dos ruedas a la estatua de bronce de Dalí situada en el Paseo Marítimo; como mínimo el fantasma le pediría que la llevara hasta el Paraje Natural de Tudela. Por desgracia, lo que de verdad le “aconsejó” el fantasma está claro que fue mucho peor. Si lo hubiera sabido, piensa Fernando, me habría comprado una plegable del Decathlon.
(Este texto forma parte de un ejercicio de la Escuela de Escritores, en el que se nos pedía que escribiéramos un relato a partir de un final que el lector ya conoce y fuéramos desgranando como hemos llegado hasta allí manteniendo la atención del lector. La frase inicial "Siguiendo los consejos del fantasma, Fernando tira su bicicleta por un acantilado" era una de las opciones con las que podíamos empezar el relato.)