jueves, 20 de diciembre de 2012

Escritura terapéutica I

Que tenga que usar la escritura, precisamente, para curarme de esta enfermedad de las palabras, me resulta un poco extraño. Debe ser que es una terapia en la línea de lo homeopático. De otro modo, tan solo parece un chiste de Eugenio, pongamos por caso, que siempre me cayó bien porque lo escuchaba mi abuelo. En fin, aquí estoy para ver si sano esta relación con el alfabeto que, a pesar de todo, sabe decir exactamente aquello que pienso e, incluso, aquello que no sabía que conocía y entonces me maravillo de ser tan sabia que hasta me sale alguna cana. El pelo desordenado a lo Einstein siempre lo tuve - desde que me corté la melena después de hacer la comunión (una tradición familiar inexplicable) -, aunque el peinado no me haya servido de mucho para con las matemáticas. Confieso - y algún damnificado podría testificarlo - que confundo los números de sitio y hasta cuando trabajé de secretaria, invertí las cifras en los talones bancarios.

Volviendo a lo que me preocupa ahora, necesito saber por qué no me pongo a escribir tanto como debiera. Sobretodo porque reconozco que me gusta y hasta me apasiona. El problema creo que está en que, después del punto y final, necesito buscar a alguien que certifique que he aprobado y con nota. Como si el otro al leer pudiera extender un título homologado de validez universitaria. Yo que siempre digo que es uno mismo la medida de todas las cosas - lo reconozco, es un plagio modificado de Protágoras - ahora va a resultar que soy una esclava de la opinión de lectores que ni conozco. O peor, ¡Que conozco y sé que leen la saga de Grey! Llegado el caso, quizás hasta yo me ponga a revisar qué dice E.L.James en su novela, aunque si para recibir sus elogios debo hablar sobre falos, puede que rescinda este contrato con las artes de la lírica. A mí se me da mejor describir estados de ánimo que de genitales. ¿A caso hay más adjetivos para reseñarlos que grande, pequeño, ridículo y tolerable? No me hagan caso, yo es que soy de esas que hace el amor con los ojos cerrados.

Llegados a este punto, cuando ya sobrepaso la media página, me doy cuenta de que el tratamiento surte efecto: por lo menos ya he sacado de encima el polvo de las teclas y hasta me han salido frases que resaltaría en negrita. Dirán que soy muy egoísta y que siempre hablo de mí (o de mi marido cuando necesito una cabeza de turco para mis gracias), pero también es cierto que ustedes están aquí porque son unos chismosos o, peor aún, unos extraviados que buscan respuestas en los textos de otro. ¿A caso eso no es como ir a comprar manzanas a la peluquería sólo porque allí el tinte es barato? Pues eso, que no tiene ningún sentido. Si lo que querían era pasar un buen rato, mis desdichas son tan buenas como las de cualquier famoso, o mejores, porque así, cuando lo sea, podrán decir que conocieron a la autora en ciernes, que se lamentaba de tener tantas ganas de escribir como de no hacerlo.