Después de que a los diez años
algún niño cruel me revelara
que los reyes son los padres
toda la magia de la vida se esfumó,
y ya hasta el gnomo que me visitaba
los viernes por la tarde,
justo después de la merienda,
para que le diera un trozo
de pan bimbo con chocolate,
dejó de venir a saludarme.
Lo de ahora ha sido peor.
Hace poco me enteré
de que tampoco los padres son los reyes
- a menos que seas Borbón -
y por eso esta Navidad estaba tan perdida
que ya no sabía a quien debía pedirle
el perfume que me regalan cada año.
Ahora resulta que los reyes
¡somos nosotros mismos!
Lo que, al fin y al cabo,
quizás también tenga ventajas.
Ya no van a poder amenazarme
con eso de que si no me porto bien
llamaran a Melchor para decirle
que este año me traiga carbón.
Además, supongo, que en mi cometido de rey mago,
nada de lo que pida
me será privado.
Pero…
¡qué triste saber que los reyes no son los padres!
Ahora me va a tocar levantarme a las seis de la mañana
a colocar los regalos debajo del árbol
y a comerme todas las naranjas
que les dejo a los camellos antes de irme a la cama.
Aunque, sobretodo,
no voy a tener excusas para quejarme.
Si este año los reyes magos
no aparecen por tu casa,
ve y mira en el armario,
a ver si de tanto llevar el disfraz de hombre del saco
te has olvidado de ponerte el que,
con corona y hasta manto,
¡Te sienta mucho mejor!
¡Ah! ¿No lo sabías?
¡También somos el hombre del saco!
algún niño cruel me revelara
que los reyes son los padres
toda la magia de la vida se esfumó,
y ya hasta el gnomo que me visitaba
los viernes por la tarde,
justo después de la merienda,
para que le diera un trozo
de pan bimbo con chocolate,
dejó de venir a saludarme.
Lo de ahora ha sido peor.
Hace poco me enteré
de que tampoco los padres son los reyes
- a menos que seas Borbón -
y por eso esta Navidad estaba tan perdida
que ya no sabía a quien debía pedirle
el perfume que me regalan cada año.
Ahora resulta que los reyes
¡somos nosotros mismos!
Lo que, al fin y al cabo,
quizás también tenga ventajas.
Ya no van a poder amenazarme
con eso de que si no me porto bien
llamaran a Melchor para decirle
que este año me traiga carbón.
Además, supongo, que en mi cometido de rey mago,
nada de lo que pida
me será privado.
Pero…
¡qué triste saber que los reyes no son los padres!
Ahora me va a tocar levantarme a las seis de la mañana
a colocar los regalos debajo del árbol
y a comerme todas las naranjas
que les dejo a los camellos antes de irme a la cama.
Aunque, sobretodo,
no voy a tener excusas para quejarme.
Si este año los reyes magos
no aparecen por tu casa,
ve y mira en el armario,
a ver si de tanto llevar el disfraz de hombre del saco
te has olvidado de ponerte el que,
con corona y hasta manto,
¡Te sienta mucho mejor!
¡Ah! ¿No lo sabías?
¡También somos el hombre del saco!