viernes, 21 de diciembre de 2012

El invitado a la mesa de Navidad

En la mesa para estas navidades hay un sólo invitado. Podría parecer triste para muchas familias numerosas que siempre tienen que poner una mesita supletoria para los niños y las bebidas. Recuerdo cuando mis primos y yo nos veíamos relegados a ese mueble de plástico. Luego había una edad cuando los adultos ya no sabían si debían juntarnos con el primo que aún babeaba, o con el tío que fumaba y se ensuciaba la barba con la ceniza que le caía a cada calada. Aún hoy creo que su pelo era ignífugo, de otro modo no entiendo como no ardió en todos esos años de habanos de sobremesa. 

Todavía no he pensado demasiado qué voy a cocinar ese día para mi único invitado. Después de tanto tiempo, se diría que lo conozco poco y a pesar de que sé que le encanta el chocolate no he indagado demasiado en sus gustos vitícolas. Lo que sí es seguro es que no es abstemio, pues tengo muy presentes las fiestas adolescentes de los veranos en Cadaqués. 

En la mesa para estas navidades hay un sólo invitado y no me ha confirmado la asistencia. La última vez que vino se dejó aquí la piel. Por eso apuesto a que le interesará volver a recuperar lo que es suyo y también mío, pues mi invitado tiene nombre y apellido y padres iguales que los que constan en mi carné de identidad. Este año el invitado soy yo: en cuerpo y alma. He decido quitarme las caretas que me puse y me pusieron desde el primer carnaval. Qué extraño va a ser cuando aparezca y me mire, igual hasta tengo que presentarme y memorizar su cara, no vaya a ser que con el tiempo nos crucemos por la calle y ni nos percatemos.