Julia
escribía bonito. Esa es la conclusión a la que llegaban todos los
lectores, daba igual si escribía sobre política, pintura o jardinería,
el regusto después del punto final era siempre el mismo, como si
hubieran leído una poesía larga, de las que se entienden, de las que
usan metáforas sencillas, de las que utilizan palabras que suenan bien y
nunca palabras bruscas, aunque tengan que hablar de
penes o de la pus de una herida de guerra. De las que tampoco no abusan
de las translocaciones adjetivales ni acaban siempre las rimas con las
mismas sílabas, que no tienen ningún mérito porque sólo hace falta
conjugar en el mismo tiempo, pongamos un pretérito imperfecto, un verbo
de igual vocal temática. Julia escribía tan bonito que fue Miss Literata
en el 96, y si en el 98 quedó Segunda Dama de Honor sólo fue porque un
error de imprenta substituyó la palabra zapato por la palabra zapatilla,
ella que ya en aquel tiempo nunca usaba un calzado que llevara
cordones, acentuó su manía: desde entonces sólo se puso stilettos de
charol.