El diario de adulta que empecé - echen cuentas - hace más o menos diez años es un compendio de notas mentales y transcripciones de lecturas que me impactan, aunque a veces también se cuelen listas de la compra o números de teléfonos aislados que no sé a quién pertenecen ni cuando apunté, si les debo una llamada, discúlpenme, ustedes también han engrosado mi agenda de anónimos.
Empecé a rellenar la Moleskine con Milan Kundera, sobretodo con frases de La insoportable levedad del ser y de La inmortalidad. Creo que nunca he estado más orgullosa de mi apellido - aunque mi padre me haya dado buenas razones para estarlo - que desde que supe que también era el nombre del que se convertiría en mi escritor extranjero favorito. Lástima que publique poco y sobretodo que se exiliara a Francia en el 75, ahora que precisamente voy a pasar unos días en la República Checa y me imaginaba haciendo un circuito literario por las calles de Praga. Pero me queda Alfons Mucha, que sí tiene un museo en la ciudad. Me temo que en el presupuesto del viaje deberé añadir una partida para los gastos en la tienda del museo donde, confieso, puedo llegar a pasar más tiempo que en las salas de la pinacoteca. Diría que hasta me siento la Baronesa Thyssen cuando adquiero reproducciones de cuadros estampadas en libretas, imanes, calendarios o camisetas.
Pero antes de Praga, Navidad, que ya está llegando, porque es una fiesta que se prepara como Dios manda, nunca mejor dicho. Yo visito religiosamente la Fira de Santa Llúcia, la de los artesanos, la exposición de pesebres, envío postales, disfruto cada año de la obra de teatro dels Amics de les Arts e impido que en casa se escuchen otras canciones que no sean villancicos, en versiones de Frank Sinatra, Ella Fitzgerald, Kenny Rogers o Diana Krall, eso sí.
Volviendo a Praga, habrá quien haya notado que no he mencionado a Kafka. A mi su Metamorfosis no me dice nada. Espero que esto cambie, no me enorgullece mi incapacidad para apreciar su literatura cuando es uno de los escritores que más se admiran entre el gremio: desde Borges hasta Coetzee. En cualquier caso, ahora que sé que Kafka era vegetariano, me seduce un poco más. Ya no soy de las que piensan que toda buena persona debería ser vegetariana ni tampoco que todos los vegetarianos son buenas personas, pero aún así la afinidad dietética sigue siendo un factor que tengo en cuenta cuando se trata de elegir. Quizás resulte una variable tan ridícula como preferir los autores que ponen títulos largos, pero al menos me vale para ordenar mis lecturas, ahora bien, de ahí a que sirva para discriminar la buena literatura hay un abismo. Yo por si a caso sigo sin probar la carne y si no me convierto en mejor escritora, ni tampoco en mejor persona, siempre podré, como Kafka, mirar una pecera y decir “ahora al menos puedo miraros en paz, ya no os como.”
Empecé a rellenar la Moleskine con Milan Kundera, sobretodo con frases de La insoportable levedad del ser y de La inmortalidad. Creo que nunca he estado más orgullosa de mi apellido - aunque mi padre me haya dado buenas razones para estarlo - que desde que supe que también era el nombre del que se convertiría en mi escritor extranjero favorito. Lástima que publique poco y sobretodo que se exiliara a Francia en el 75, ahora que precisamente voy a pasar unos días en la República Checa y me imaginaba haciendo un circuito literario por las calles de Praga. Pero me queda Alfons Mucha, que sí tiene un museo en la ciudad. Me temo que en el presupuesto del viaje deberé añadir una partida para los gastos en la tienda del museo donde, confieso, puedo llegar a pasar más tiempo que en las salas de la pinacoteca. Diría que hasta me siento la Baronesa Thyssen cuando adquiero reproducciones de cuadros estampadas en libretas, imanes, calendarios o camisetas.
Pero antes de Praga, Navidad, que ya está llegando, porque es una fiesta que se prepara como Dios manda, nunca mejor dicho. Yo visito religiosamente la Fira de Santa Llúcia, la de los artesanos, la exposición de pesebres, envío postales, disfruto cada año de la obra de teatro dels Amics de les Arts e impido que en casa se escuchen otras canciones que no sean villancicos, en versiones de Frank Sinatra, Ella Fitzgerald, Kenny Rogers o Diana Krall, eso sí.
Volviendo a Praga, habrá quien haya notado que no he mencionado a Kafka. A mi su Metamorfosis no me dice nada. Espero que esto cambie, no me enorgullece mi incapacidad para apreciar su literatura cuando es uno de los escritores que más se admiran entre el gremio: desde Borges hasta Coetzee. En cualquier caso, ahora que sé que Kafka era vegetariano, me seduce un poco más. Ya no soy de las que piensan que toda buena persona debería ser vegetariana ni tampoco que todos los vegetarianos son buenas personas, pero aún así la afinidad dietética sigue siendo un factor que tengo en cuenta cuando se trata de elegir. Quizás resulte una variable tan ridícula como preferir los autores que ponen títulos largos, pero al menos me vale para ordenar mis lecturas, ahora bien, de ahí a que sirva para discriminar la buena literatura hay un abismo. Yo por si a caso sigo sin probar la carne y si no me convierto en mejor escritora, ni tampoco en mejor persona, siempre podré, como Kafka, mirar una pecera y decir “ahora al menos puedo miraros en paz, ya no os como.”
Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 14 de diciembre de 2013