Hace un par de noches, antes de que me quedara irremediablemente dormida en el sofá y luego me desvelara en los metros que lo separan hasta la cama - ¿soy la única con tan triste destino nocturno? - vi en la televisión un programa sobre alimentos raros titulado ¿Esto cómo se come?. Claro que para ser sincera solo vi un trozo, entre el zapping de mi marido y mi sopor conseguí seguirlo diez minutos en los que se enlataban graciosas crestas de gallo y preciosas orejitas de cochinillo confitadas en grasa de pato. Yo pensé al instante que aquello era un horror e incluso olvidando que soy vegetariana y que mi perspectiva ya no está sujeta a la que domina entre la mayoría, según la cual se ha normalizado, naturalizado y convertido en necesario el consumo de animales, no creo que ningún omnívoro con el estómago lleno viera en las crestas y en las orejas un plato de comida.
Aquello era tan grotesco que ni la estrategia habitual que descuartiza los bebés de vaca para convertirlos en bistec de ternera, que le arranca la pierna a un cerdo que corre y salta para convertirlo en el jamón estático sobre nuestra encimera, y que sofríe sin asomo de culpa la transgresión de las leyes de la física más extraordinaria, las alitas de, por ejemplo, una codorniz que ya nunca más podrá volar el mismo cielo que le negamos a periquitos y canarios, lo de esos platos era tan siniestro, repito, que era imposible tornar invisibles esos despojos de cadáver injustificables por ninguna ley de la naturaleza, que no masacra para darle un gusto al paladar.
Llegados a este punto su disonancia cognitiva empieza a ponerse en marcha y si tiene suerte su mente la resolverá en breve, porque no puede vivir con dos ideas en conflicto: la de que matar animales gratuitamente es cruel y la de que a usted le gusta comer carne.
Su cerebro habrá detectado hace unos minutos que lo que está leyendo atenta gravemente contra su manera de entender la alimentación e incluso contra la imagen que tiene de si mismo: la de una buena persona que no concibe que nadie le tache de perverso porque haya participado en la matanza de animales sentipensantes cuando él lo único que ha hecho es comprar salchichas, hamburguesas y filetes.
Pero le voy a ayudar, sé como puede dejar sufrir esa disonancia interna que le hace a usted vivir en tensión porque sus ideas y sus actos no se corresponden. Puede optar por la siguiente táctica: inserte una tercera idea que module las dos en combate, por ejemplo, la de que los animales existen para nuestro disfrute o incluso la de que los vegetarianos somos unos sectarios. Puede optar también por una segunda técnica: ignore que en su plato hay sangre de inocentes (como ignoran los fumadores que el tabaco mata). Si todo eso no le ayuda - porque en el fondo resuelven la disonancia pero no resuelven el problema - cambie su comportamiento: deje de comer carne (y si es el caso deje también de fumar) y podrá por fin vivir en paz consigo mismo y con los demás seres vivos del planeta.
Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 14 de noviembre de 2014
Aquello era tan grotesco que ni la estrategia habitual que descuartiza los bebés de vaca para convertirlos en bistec de ternera, que le arranca la pierna a un cerdo que corre y salta para convertirlo en el jamón estático sobre nuestra encimera, y que sofríe sin asomo de culpa la transgresión de las leyes de la física más extraordinaria, las alitas de, por ejemplo, una codorniz que ya nunca más podrá volar el mismo cielo que le negamos a periquitos y canarios, lo de esos platos era tan siniestro, repito, que era imposible tornar invisibles esos despojos de cadáver injustificables por ninguna ley de la naturaleza, que no masacra para darle un gusto al paladar.
Llegados a este punto su disonancia cognitiva empieza a ponerse en marcha y si tiene suerte su mente la resolverá en breve, porque no puede vivir con dos ideas en conflicto: la de que matar animales gratuitamente es cruel y la de que a usted le gusta comer carne.
Su cerebro habrá detectado hace unos minutos que lo que está leyendo atenta gravemente contra su manera de entender la alimentación e incluso contra la imagen que tiene de si mismo: la de una buena persona que no concibe que nadie le tache de perverso porque haya participado en la matanza de animales sentipensantes cuando él lo único que ha hecho es comprar salchichas, hamburguesas y filetes.
Pero le voy a ayudar, sé como puede dejar sufrir esa disonancia interna que le hace a usted vivir en tensión porque sus ideas y sus actos no se corresponden. Puede optar por la siguiente táctica: inserte una tercera idea que module las dos en combate, por ejemplo, la de que los animales existen para nuestro disfrute o incluso la de que los vegetarianos somos unos sectarios. Puede optar también por una segunda técnica: ignore que en su plato hay sangre de inocentes (como ignoran los fumadores que el tabaco mata). Si todo eso no le ayuda - porque en el fondo resuelven la disonancia pero no resuelven el problema - cambie su comportamiento: deje de comer carne (y si es el caso deje también de fumar) y podrá por fin vivir en paz consigo mismo y con los demás seres vivos del planeta.
Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 14 de noviembre de 2014