Hay que leer y hay que estudiar historia, porque imagínense qué cara de tontos se nos quedaría si al final resultara que los problemas que afrontamos ya están analizados en libros donde se nos cuenta lo que no supieron nuestros antepasados protagonistas, motivo por el cual perecieron, ellos con más excusas que nosotros, porque ¿quién va y le critica a Pepy II que no supiera delegar responsabilidades y que eso, junto con la sequía de entonces, llevara a Egipto al colapso? Pero ahora que sabemos, gracias a este y muchos otros tristes ejemplos históricos que los efectos de la inestabilidad político-económica en concierto con la crisis climática pueden ser catastróficos, pretender que no hay motivos para, si no preocuparse, empezar a trabajar, es ser tan ingenuo como lo eran los egipcios de hace 4.000 años, que creían que con sus ritos doblegarían el Nilo a su voluntad. Hoy nuestra credulidad nos lleva a pensar todo lo contrario: que el ser humano nada puede hacer contra la inexorable fuerza del calentamiento global. Los que pensamos distinto somos tachados de ilusos y nuestras 4 Rs (reducir-reutilizar-reparar-reciclar) acaban diluyéndose homeopáticamente mientras el resto de nuestros congéneres derrocha y se burla de nuestro esfuerzo.
Hemos olvidado que nuestra sociedad no está libre de la extinción. Hemos pensado que es imposible llegar hasta aquí y caer como un castillo de naipes. Insisto, tampoco civilizaciones complejas como la antigua egipcia, la de la Isla de Pascua o la maya en Mesoamérica hubieran pensado que la deforestación y destrucción del hábitat, los problemas del suelo y del manejo del agua, la caza y la pesca excesiva, la introducción de especies invasoras en su medio, el crecimiento poblacional humano y el aumento de la huella ecológica los haría desaparecer del mapa. Precisamente estos factores son los que Jared Diamond numera en su obra “Colapso: por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen”. Si después de leer esta lista está usted haciendo la maleta para otro mundo, deténgase un momento y piense. Correcto, ese otro mundo no existe. Sólo tenemos un planeta Tierra aunque eso tampoco parece saberlo el español medio, que si mantiene su nivel de consumo necesitará tres planetas Tierra para el año 2.050 (según WWF) y como eso es imposible a la práctica, hay que pensar que además de estar abusando de la biocapacidad del planeta estamos usurpando la cuota justa de países y personas que consumen por debajo de sus necesidades.
Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 21 de noviembre de 2014