“Nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez”. Cuando comprendí este adagio, comúnmente conocido como principio de Hanlon, mi mundo de repente se hizo más amable, menos siniestro, pero también más trágico. No sé, a mi me parece que es mejor pensar, por ejemplo, que tenemos políticos tontos en vez de políticos perversos. Quizás sea un consuelo ingenuo porque la corrupción no la explica la ignorancia, no completamente al menos, cabría añadir otros factores significativos para entenderla, como el egoísmo.
El problema es que aunque los dramas del mundo no sean siempre obra de la crueldad -lo que casi convierte la adquisición de conocimiento en un deber-, los incompetentes no saben que lo son, es más, se creen infalibles, convencidos de que están por encima de la media -al menos un 80% de la población piensa que está entre el 20% más inteligente (principio de Paretto), lo cual es imposible, claro-, mientras que los que más saben suelen subestimar sus destrezas. Estamos ante el Efecto Dunning-Kruger. Ya ven, la catástrofe está asegurada porque como dijo Bertrand Russell “Uno de los dramas de nuestro tiempo está en que aquellos que sienten que tienen la razón son estúpidos, y que la gente con imaginación y que comprende la realidad es la que más duda y más insegura se siente”.
La ilusión de saber se resuelve aprendiendo, lo que además nos dará una buena dosis de humildad porque una vez se empieza el proceso, nos damos cuenta de que podemos saber mucho... sobre poco, y de que es mayor lo que desconocemos que lo que dominamos. Cuidado con los que hablan con tanta seguridad que se imponen, temerarios, a la sensatez de los sabios, sobre todo cuando los primeros se atribuyen la invención de la rueda, la curación de dolencias quitando el gluten de la dieta sin un diagnóstico previo, que recomiendan jarabes de lejía (MMS), infusiones de estevia para curar el SIDA (y el cáncer y el ébola) o achacan tus abortos a una deuda kármica, una falta de verdadero deseo de ser madre, una incompetencia femenina que te sugiere “que todavía no estás preparada” y que lo que tienes que hacer es llevar piedras-luna en el bolsillo, iniciar un viaje en el tiempo a tus vidas pasadas, visualizar una semilla que crece en el vientre o invocar al bebé con un llamador de ángeles. No es tu culpa cuando te enfermas, te dicen, pero hay algo que has pensado, que has sentido que te está dando una lección, acéptalo. Y así, de repente, diciéndolo muy sutilmente volvemos a la Edad Media cuando nuestros padecimientos eran obra de nuestros pecados.
Mi admirado Charles Darwin -tanto que su obra El origen de las especies es la base en la se posa la fotografía enmarcada recuerdo de mi boda- decía que “la ignorancia frecuentemente proporciona más confianza que el conocimiento” y, como hemos visto, tenía razón. Sólo nos queda ser atrevidos y preferir la incertidumbre, lo suficiente, no mucho, no tanto que caigamos en un nihilismo impeditivo que nos dificulte constatar que, por ejemplo, Dios no tiene las mismas probabilidades de existir que de no hacerlo.