Escribo esto siendo Sant Jordi, la navidad de los bibliófilos. El día en que la ciudad se convierte en librería y soy como una niña que no da a basto con la emoción que me provocan los libros, las rosas y el amor que me prodiga mi marido. No se puede ser más feliz, y no se crean que no lamento este párrafo, porque sé que hay mucho antisocial que detesta la exhibición de la alegría, pero la verdad no siempre es cruel, también es asquerosamente cursi. Aunque no se preocupen, no voy a seguir en esta línea entrañable el resto del artículo. Me gustaría porque podría entonces contar con más detalles la anécdota que hace unas cuantas diadas de Sant Jordi me ocurrió en la Plaça Vella, cuando mi querido amigo Jaume Canyameres me regaló un libro de Anna Murià. El mismo que había estado en la biblioteca de mi barrio - desde hace un tiempo clausurada - y que con entonces 14 años cogí prestado para que la autora me lo dedicara, ella que estaba junto a la cama de mi abuela enferma de cáncer en Sant Llàtzer. Lo más curioso del caso es que Jaume, promotor de la vuelta del exilio de la pareja Murià-Bartra no había visto que el libro estaba dedicado a una tal Sandra, sólo yo supe que ese libro de título misterioso Res no és veritat, Alicia, era mío desde 1998.
Pero como he dicho, también hay que ponerse serios y asumir que hay 700 personas de las que ya nadie habla, y aunque este espacio en un diario local sea leído sólo por mis más fieles seguidores, de algún modo siento que tengo una responsabilidad social que cumplir, incluso aunque ni yo misma haya mencionado la desgracia en mis conversaciones diarias tantas veces como he aludido al caso de Germanwings o al del profesor asesinado, por citar sólo las desgracias más recientes. Cómo es posible que en Google las noticias del naufragio se remitan a hace cuatro días - cuando efectivamente ocurrió el accidente -, cómo es posible que no haya ocupado más espacio en los medios de comunicación y nadie se pregunte qué ha pasado, ni quienes eran, ni se hagan mapas detallados sobre la situación del barco hundido, ni se inviten a tertulianos a programas especiales para comentar el tema. Cuánto necesitamos al Galeano que se ha ido hará hoy apenas once días para recordarnos a los nadies: “los hijos de nadie, los dueños de nada (...) los ningunos, los ninguneados (...) que no son, aunque sean (...) los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata”.
Tampoco quiero hacer de éste un artículo panfletario en contra de los suertudos que vivimos aquí, sin tener la culpa de que otros hayan nacido en países donde los sueños sólo se cumplen emigrando, de verdad que no pretendo hacerle sentir mal porque hoy usted no piense en el Mar Mediterráneo como un cementerio, sino como la playa de sus veranos, pero permítase la reflexión al menos. Que sólo cierre los ojos, en esta línea, minuto de silencio.
Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 24 de abril de 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario