viernes, 31 de julio de 2015

¿Qué tipo de veraneante es usted?

Suele decirse que hay dos tipos de persona. Quizás exista una tercera indecisa, pero a grandes rasgos no creo que la clasificación dual sea improcedente. Veámoslo con ejemplos aplicados a las vacaciones, ahora que quizás algunos ya me estén leyendo despreocupados en una tumbona. 

Existen los que planean sus vacaciones al detalle, consultan guías, foros en internet, llevan listas desde hace meses, tienen la maleta preparada desde hace semanas, entradas a museos ya reservadas y hasta tienen un plan B por si sus planes previos fallaran; al contrario, existen los que el día antes de la operación salida están decidiendo destino, que todavía no saben si necesitarán chanclas o botas de montaña, que a última hora le cargan a algún vecino o amigo indefenso la responsabilidad de ir a regar sus plantas y, por supuesto, que ni se fijan en que no han tirado la basura. Éstos últimos ejemplares se ganan el desprecio de los anteriores y viceversa, unos porque no entienden que ante la importancia de las vacaciones se deje todo al azar, los otros porque no comprenden que incluso en la época del descanso se deba vivir casi bajo un régimen militar. 

No estrictamente relacionados con los casos anteriores, existen también otros dos tipos de persona: los que se quejan de que no tienen suficiente espacio en una maleta gigante para ellos solos y los que comparten una trolley de cabina con su pareja. Para los primeros todo es imprescindible y allí donde viajan no hay de nada, no hay secador de pelo, no hay tiendas para comprar recambios de pilas para la cámara y, según parece, van a ensuciarse mucho, motivo por el cual necesitan llevar vestidos que darían para cambiarse de ropa a cada hora. Eso o se inventan indumentarias para cada actividad: esta muda para cuando vaya a desayunar dentro del hotel, esta otra para cuando salgamos a dar un paseo después de ducharnos por la tarde, esta otra por si montamos a caballo, esta otra por si llueve un poco, esta por si llueve mucho… Su equipaje está lleno de posibilidades que contemplan desde invitaciones inesperadas para comidas con grandes dignatarios a hecatombes climáticas que incluyen meteoritos. Reconozco que los que van ligeros a veces también se pasan, he conocido a gente que comparte cepillo de dientes con su pareja para ahorrarse un hueco en el neceser. A mi, todo lo que no uso me molesta, así que racionalizo muy bien la maleta. Desde luego según mi madre y mi hermana yo soy de las que organizan sus vacaciones a última hora y llevan una maleta tan pequeña que parece, según ellas, que sólo vaya a viajar hasta la vuelta de la esquina. 

Asimismo, existen otros dos tipos de persona: los que llevan al menos diez libros encima y sufren por si en medio de sus vacaciones en países extranjeros, con idiomas incomprensibles, se quedan sin lectura y los que directamente se van de vacaciones a lo bruto, sin miedo al peligro de no tener nada más que los diarios y las revistas que leer. 

Todavía me dejo hablar de otros tipos de sujetos vacacionales: de los que se gastan una fortuna en el avión y en el hotel pero luego no se salen de un presupuesto ajustado que les impide comprarse un helado o dejar propina en un café, o de los que en vez de gafas de sol llevan el objetivo de la cámara pegado al ojo y sólo ven a través de las fotografías que hacen. Sea usted del tipo que sea, disfrute de las vacaciones.

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 31 de julio de 2015

viernes, 24 de julio de 2015

Madre Teresa de Calcuta ®

Este artículo será doloroso tanto si usted es cristiano como si no lo es. Lo asumo. Hay personajes que se han hecho intocables, que representan por sí solos valores como la bondad, la humildad y el sacrificio: tratar de analizarlos críticamente puede ser considerado un sacrilegio, sobre todo cuando las conclusiones dejan en muy mal lugar a nuestros ídolos, es decir, cuando se revela que son un fraude. Atreverse con la Madre Teresa de Calcuta es de locos. Supongo que Christopher Hitchens lo era, aunque por otra parte sus argumentos fueran incontestables, como se demuestra en el documental “Ángel del infierno” -que inicialmente tendría que haberse titulado “Vaca sagrada”- que realizó en 1994 para la BBC y que fue precursor de su libro La posición del misionero: la Madre Teresa en la teoría y la práctica. 

El fundamentalismo cristiano de la ahora ya casi santa -Juan Pablo II le concedió el título de beata- le llevaba no sólo a juzgar moralmente equivalentes el aborto y la contracepción, sino también a rendir culto a la pobreza, la enfermedad y el sufrimiento, todos los cuales consideraba como regalos del cielo que se debían aceptar alegremente, aunque como veremos, parece que sólo por algunos. Su clínica en Calcuta era la antesala de la muerte, pues aunque amasó una fortuna, no la invirtió en tratamiento médico. En sus hogares para moribundos, las agujas hipodérmicas eran reutilizadas sin esterilizar, no se administraban analgésicos y no se distinguía entre pacientes curables e incurables, motivo por el cual gente que podía sobrevivir corría el riesgo de morir por infecciones o falta de tratamiento. No en vano esto es lo que afirmó el doctor Robin Fox, editor de la prestigiosa revista médica The Lancet, tras su visita al centro de Calcuta en 1994.

De hecho, las grandes sumas de dinero se destinaron a la expansión de la congregación religiosa que ella misma fundó en 1950, la de las Misioneras de la Caridad. La procedencia de su financiamiento es también de dudoso honor si se tiene en cuenta que no rechazó el dinero de dictadores como el haitiano Jean-Claude “Baby Doc” Duvalier o de estafadores como Charles Keating. No sólo eso, sino que elogió el régimen del primero y trató de interceder en el juicio del segundo. El fiscal del caso, Paul Turney, respondió a la mediación de la monja diciéndole que si pedía al juez Lance Ito “actuar como Jesús lo haría”, ella también debería hacerlo devolviendo a sus legítimos dueños el millón de dólares que Keating le había donado después de obtenerlo fraudulentamente. La Madre Teresa ni contestó ni restituyó el dinero.

No hay que olvidar que el prestigio de la monja es el resultado de un producto mediático que se gestó en la década de 1970 gracias al documental, Something Beautiful for God, realizado por Malcolm Muggeridge. La campaña publicitaria salió muy bien, tanto que en nuestra memoria colectiva no hay registro de que la Madre Teresa de Calcuta fuera a Irlanda en 1995 para votar en contra de la creación de una ley del divorcio, pero que ese mismo año se alegrara de que su amiga Lady Di rompiera su matrimonio. Tampoco de que en sus últimos años de vida se sometiera a diversos tratamientos en varios hospitales estadounidenses. Supongo que pensaba que no había necesidad de predicar con el ejemplo cuando se podía seguir el consejo de Mark Twain: “Dale a un hombre la reputación de madrugador y podrá dormir hasta el medio día”.

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 24 de julio de 2015

miércoles, 22 de julio de 2015

Parece que va a llover

Continuación de ¿Quién tiene miedo?

Parece que va a llover, dijo Kwesi antes de que efectivamente una gota mojara la nariz de Julia. Hacía mucho tiempo, antes de que Julia se hubiera visto en un espejo por primera vez, a la edad de 3 o 4 años, que ella ya sabía que su nariz tenía que ser grande: era la primera parte de su cuerpo con la que cualquier cosa se tropezaba. De mayor supo que la culpa la tenía una ley que había dictado un tal Newton, pues según ella “cuanta más masa posean los objetos, mayor será la fuerza de atracción”. Siendo todavía pequeña, se obsesionó con reducir su nariz a un tamaño normal y probó a frotarse el tabique nasal con una goma de borrar sin éxito. De tener que poseer algo de proporciones mayúsculas, habría preferido que en vez de la nariz, hubieran sido sus ojos los que fueran grandes, y en cambio eran como dos aceitunas, no sólo por el color sino también por el tamaño. De hecho, se parecían tanto a dos olivas que se preguntaba si sus ojos no tendrían en el centro un hueso o estarían rellenos de anchoa.

Baobab de Biakpa
Kwesi la cogió de la mano y agilizó el paso hasta la casita que tenía al lado del baobab más grande del pueblo. Hacía sólo un mes que Julia había llegado a Biakpa pero se había acostumbrado a estas tormentas precedidas de un aire que casi siempre movía alguna vivienda de sitio. Era increíble ver como las chozas de barro se levantaban un poquito del suelo y se posaban a algunos centímetros al norte, al sur, al este o al oeste, según la dirección del viento. Por eso era tan importante saber donde estaba el baobab más grande del pueblo, parecía la única referencia estable en Biakpa y los afortunados que durante un tiempo, al menos, vivían a la sombra del majestuoso árbol gozaban de una vida social intensa, pues allí era también donde se habían instalado bancos de madera siempre ocupados por los vecinos que cotilleaban, cantaban y tocaban el tambor, jugaban al oware o se contaban historias. Pero ese día llovía y a parte de algunas cabras y gallinas que merodeaban la zona, los alrededores de la casa estaban desérticos. Mejor, lo que Kwesi  tenía que contarle debía seguir siendo secreto. 

Por fin Julia empezaba a entender por qué alguien la había invitado a ir A África, a Ghana para ser exactos. Hasta entonces, había buscado al tal Mauricio en vano, porque por supuesto la calle del Boticario, número 25, a donde debía dirigirse según la dirección apuntada en el paquete que le había llegado a Terrassa hacía apenas cuatro semanas y media, no existía en un pueblo donde las casas vuelan y aterrizan donde quieren, cuando con suerte, no se chocan. Pero Biakpa no siempre había sido víctima de vendavales sin ningún respeto por los asentamientos humanos y Kwesi estaba a punto de revelárselo.

Ejercicio de escritura: Parece que va a llover

viernes, 17 de julio de 2015

De Sherlock a Sher-loca

Mi nueva pasión por los números no es correspondida. Se me siguen resistiendo las matemáticas y esta vez ni con calculadora alcanzo a comprender la respuesta, aunque la sepa, como cuando me explican un chiste tres veces y a pesar de que no le vea la gracia, asumo que debe tenerla y me río. Así me siento después de conocer el problema de Monty Hall (nombre del presentador del popular concurso televisivo estadounidense Let’s make a deal en el que se basa el rompecabezas) y la historia que tiene detrás, de la que también se aprende mucho sobre sesgo de género en ciencia. 

Marilyn vos Savant
Marilyn vos Savant -que siendo niña había entrado en el Record Guinness como la persona más inteligente del planeta- colaboraba en 1990 en la revista Parade, escribiendo una columna semanal en la que respondía preguntas que los lectores le remitían, cuando le propusieron la siguiente cuestión: Imagine que está en un concurso y delante tiene tres puertas cerradas. Detrás de ellas hay un fabuloso coche y dos cabras. Usted elige una de ellas, es entonces cuando el presentador abre una de las dos puertas restantes y muestra que detrás hay una cabra. Siendo así, el presentador le pregunta si ahora quiere usted cambiar de puerta o prefiere seguir con la que eligió. 


No me voy a andar con rodeos, no tengo mucho espacio. Puede que usted piense que las posibilidades de ganar el coche son las mismas, un 50%, tanto si cambia como si no cambia de puerta, pero Marilyn no lo veía así, y afirmó que cambiando de puerta había aproximadamente un 66% de probabilidades de obtener el coche, mientras que manteniéndose con la opción inicial, el porcentaje se reduce a un 33%. No puede ser, estará pensando, esta señora tan inteligente no tiene ni idea, y de hecho esto es lo que creyeron más de 10.000 lectores que enviaron cartas como protesta, entre las cuales se encontraban muchas de matemáticos y estadísticos que le dedicaron palabras penosas -“¡Tu eres la cabra!”, por ejemplo-, sobre todo porque Vos Savant tenía razón. 

El problema, inicialmente presentado en 1975 por Steve Selvin en un artículo en la revista American Statistician ya estaba resuelto. De hecho no era más que una versión de paradojas anteriores como la de los tres prisioneros descrita por Martin Gardner en 1959 y la de la caja de Joseph Bertrand de 1889. En todos esos casos nadie dudó de que esos hombres tuvieran razón, pero una mujer afirmando algo tan contraintuitivo como que las probabilidades de éxito si cambias de puerta ascienden a 2/3, no podía ser aceptado. Antes, era más probable que se hubiera equivocado. Tuvo que dedicar tres columnas más a explicar a los más obtusos por qué tenía razón. Yo no sé hacerlo, aunque le invito a que simplemente lo compruebe, puede emular el juego con unos simples naipes. 

A mi lo que se me da fenomenal es leer. Así he aprendido todo esto, en concreto en el libro de Daniel Tubau “No tan elemental. Cómo ser Sherlock Holmes” publicado por la editorial Ariel. Si no tenían lectura para este verano, aprovechen que además lo pueden descargar gracias al nuevo servicio de préstamo digital que ofrecen las bibliotecas. Me voy pero antes les dejo con un problema más sencillo, espero que les quite el mal sabor de boca que le han dejado las cabras. Se encuentra en una habitación a oscuras, delante tiene un cajón con diez calcetines azules y diez rojos, todos mezclados, quiere sacar dos iguales pero no ve nada, ¿Cuál es el menor número de calcetines que tiene que sacar para estar seguro de tener un par del mismo color? En mi blog la respuesta.

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 17 de julio de 2015

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jueves, 9 de julio de 2015

Hace calor, yo tengo la receta para estar mucho mejor

Calor. La palabra más repetida desde hace una semana. Y quién no ha aprovechado para decir que nos estamos cargando el planeta -cierto, mientras no lo remediemos-, o que si ahora estamos así, qué pasará en agosto, o incluso ha reflexionado sobre la eterna pregunta -con tantas respuestas como personas- que cuestiona si el cuerpo tolera mejor el frío que el calor. Leí hace poco que muchos dicen que prefieren el frío porque al menos hay ropa para combatirlo pero que en realidad lo afirman porque nunca han pasado frío de verdad. 

Estatua de Balto en Nueva York
Puede ser cierto, yo me quejo mucho en verano pero no quiero saber cuánto me lamentaría si viviera un invierno, por ejemplo, en Alaska, donde las temperaturas pueden ser de -49º C, como lo fueron cuando en 1925 una caravana de trineos tirada por perros, capitaneada por el husky siberiano Balto, recorrió 1.085 km en 127 horas y media para llevar la antitoxina diftérica al pequeño hospital de Nome, con más de 20 niños infectados. 

El frío no impidió un gran acto de humanidad, de hecho se podría decir que el frío nos hizo humanos, no en vano, hace aproximadamente 2,8 millones de años se inicia un ciclo de enfriamiento de la Tierra que comporta glaciaciones importantes en zonas actualmente temperadas y una aridez creciente en las latitudes bajas, alrededor del ecuador, en la que sería la cuna del origen del ser humano. 


La falla del Gran Rift en África
La pérdida de bosques del continente africano fue más notable en el este que en el oeste, lo que explica porqué nuestra evolución se produjo entonces - hace 2,4 millones de años - al este del Gran Rift en los llanos de África. El rigor de los cambios ecológicos intensificó las divergencias y provocó la formación de particularidades así como la especiación dentro de la familia de los homínidos, pues a las distintas especies de Australopithecus y Paranthropus ya existentes se sumaron los primeros Homo. Un millón de años más tarde la crisis climática se agravaría, la presión se agudizaría y de todas las especiaciones sólo resistiría nuestro género Homo y la especie Homo ergaster/erectus. Así, podemos considerar que los cambios climáticos pueden ser motores de selección natural. Tiemblo sólo de pensarlo, si de mi dependiera la especie humana, creo que cualquier ola fresquita que me pillara con la ropa inadecuada acabaría pronto con nosotros. Por suerte aprendimos a combatir la severidad de los cambios ecológicos con la técnica, ya fuera de herramientas, de hogares, de vestimentas y de maneras de dominar el fuego, lo que sin duda permitió que algunas especies pudieran protegerse ante el resto de periodos fríos -y explicar historias alrededor de la hoguera-, como en la última edad de hielo que terminó hace unos 12 mil años, cuando la bonanza climática permitió a los humanos, ya sólo Homo sapiens, la generación de un nuevo sistema económico basado en la agricultura y la ganadería, la sedentarización de las poblaciones, la producción de excedentes de alimentos, la creciente división del trabajo, la creación de castas gobernantes o sacerdotales, el inicio de las primeras grandes civilizaciones en Oriente Medio y la invención muchos años más tarde de la máquina perfecta: la bicicleta, que evita que me derrita mientras me muevo por la ciudad, gracias el vientecillo que se origina cuando me deslizo por las calles de Terrassa y de paso me inspiro para escribir el artículo de esta semana.



Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 10 de julio de 2015

Sherloca Jones en Terrassa


A Sherloca Jones le encantaban las abuelas que a las ocho de la mañana estaban barriendo su portal en bata. Algunas de ellas ampliaban fronteras y barrían casi la calle entera. No contentas con haber limpiado de hojas, papeles y colillas la acera, sacaban luego su fregona olorosa a jabón de Marsella. Sherloca Jones las miraba embobada cuando pasaba con su bicicleta. Las admiraba, le apasionaba la manera en que las abuelitas se ocupaban calladamente de la ciudad. Sherloca pensaba que ellas eran las verdaderas amas y señoras de los barrios de Terrassa, al menos ellas los cuidaban como extensiones de sus casas. Se preguntaba si como ella le hacía a su marido cuando fregaba el suelo de su apartamento, las abuelas le regañarían si pisara los adoquines antes de que estuvieran secos, si siendo transeúnte le obligarían a hacer un stop o le recomendarían una vía secundaria para continuar su trayecto. Se las imaginaba en bata y con el chaleco naranja típico de los hombres de la construcción que organizan el tránsito en las carreteras. Qué risa. 

Sherloca pensaba todo eso mientras pedaleaba y el vientecillo que se creaba por la velocidad a la que bajaba la calle Societat le rozaba la cara y le impedía morirse de calor. Mientras, todos los otros usuarios de la carretera se derretían y pasaban a ser charquitos de colores -según la carrocería- que alegraban el alquitrán negro. Fue por eso que sólo los ciclistas  urbanos sobrevivieron a la extinción que, a principios de julio de 2015, asoló a los conductores de coches, motos y camiones. Pero esa, es otra historia…

viernes, 3 de julio de 2015

Lo probable y lo posible

El uno de julio de este mes entró en vigor una reforma del Código Penal que, entre otras novedades, suprime las faltas y tipifica nuevos delitos, aprueba la figura de la prisión permanente revisable -que algunos consideran una cadena perpetua encubierta-, comprende medidas que se engloban en la Ley de Seguridad Ciudadana, más conocida como ley mordaza, agrava el abandono de animales o permite que los condenados por ciertos delitos que hayan cumplido su pena, y no reincidan, puedan pedir que se eliminen sus antecedentes. 

Las leyes cambian con el tiempo. Por ejemplo, en la Francia de finales del siglo XIX, se establecía que los criminales que cometían su primer delito fueran castigados con penas leves de forma que se favoreciera su inserción social. Los reincidentes, en cambio, eran condenados a penas muy severas o incluso enviados a la Isla del Diablo, localizada en la costa de la Guayana Francesa, de la que muy pocos podían escapar. Desafortunadamente, no era fácil saber si un detenido era novato o reincidente porque los delincuentes solían mentir sobre su identidad y no existían medidas de reconocimiento fiables. Se había llegado a tatuar a los criminales o a marcarlos de por vida con señales que no pudieran desaparecer, desde la marca a fuego de una flor de lis en el hombro a amputaciones de orejas o dedos. 


Alphonse Bertillon
Alphonse Bertillon, oficinista en la Prefectura de Policía de París se propuso resolver este problema. Recordaba que un amigo de su padre, Adolphe Quetelet, precursor del estudio demográfico, había afirmado que el cuerpo humano era único y que la probabilidad de que dos personas elegidas al azar compartieran una medida corporal era de una entre cuatro. Fue así como Bertillon calculó que la probabilidad de que dos individuos compartieran dos medidas se reducía a 1 entre 16, la de que compartieran tres disminuía a 1 entre 64 y la de que compartieran 14 medidas se hacía tan improbable que era casi imposible confundirlos, porque era de 1 entre 268 millones. 

De este modo, Bertillon diseñó una ficha antropométrica que acabó utilizándose con mucho éxito, tanto que el procedimiento se llegó a exportar a Rusia, India o Estados Unidos, donde en 1897 se convirtió en el método estándar de identificación del FBI. Las medidas debían ser tomadas tres veces y apuntar el promedio resultante y la ficha se completaba con información específica como tatuajes, lunares, cicatrices o cualquier otro rasgo relevante, además de un par de fotografías, de frente y de perfil, que constituían un “retrato hablado”. Dado lo engorroso que resultaba la toma de medidas, se decidió que se tomaran sólo once de las catorce iniciales y aunque tal recorte debilitaba la certeza de la prueba, seguía existiendo sólo una probabilidad entre más de cuatro millones de que dos personas compartieran las once medidas. Pero no era imposible. 

Ficha policial de Will y William Kemp (o a la inversa!)
De hecho, pasó cuando en 1903 un detenido llamado Will Kemp ingresó en la prisión de Leavenworth, Kansas. A pesar de que negaba haber estado allí antes, sus medidas coincidían con la ficha de un condenado a cadena perpetua por asesinato que también se llamaba William Kemp. Caso resuelto si no fuera por que William Kemp ya estaba cumpliendo condena en aquella prisión. La clave de su diferencia residía en sus dedos, porque efectivamente sus huellas dactilares eran muy distintas, motivo por el cual su paso por la policía hoy en día para hacerse el DNI es menos molesto de lo que podría ser, si el bertillonage si no se hubiera revelado falible con una historia que nos recuerda que a veces la realidad supera la ficción.

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 3 de julio de 2015

Información extraída a partir del libro No tan elemental de Daniel Tubau