viernes, 9 de enero de 2015

Cuando el crimen es creer

Doce muertes para vengar la caricatura del profeta de una religión pacífica, según dicen aquellos que creen en la existencia de un islam moderado. No todos los musulmanes son asesinos, declaran en defensa de la libertad religiosa los cristianos que recuerdan avergonzados la Inquisición o las Cruzadas, los judíos descendientes de los que ordenaron la crucifixión de Jesús o los hindúes y hasta budistas que también cargan con un pasado violento. Según ellos, no es justo condenar un credo por unos pocos terroristas que lo instrumentalizan para sus propios fines, más relacionados con la vida terrenal que con la espiritual. Pocos se atreven ya a llamarlos lo que son, fundamentalistas musulmanes que como la misma palabra indica, siguen estrictamente lo que dice el Corán, integristas que defienden la observancia de su libro sagrado en su pureza más rigurosa. De nuevo los creyentes que se sienten amenazados alegan que las escrituras se malinterpretan, aunque a mi me cuesta aceptar que se pueda malentender la literalidad de algunos pasajes del Corán que animan a una Guerra Santa, amparada por la ley islámica, donde se llama a masacrar a los infieles porque la muerte de éstos es menos grave que la oposición a sus creencias (Corán 2:191). Ciertamente la Biblia no está libre de pecado, nunca mejor dicho, y aunque suene a blasfemia, hay pasajes dignos del diario de un psicópata.

Maquillamos la realidad porque la corrección política nos impide reconocer que, en el fondo, estamos acusando a unos hombres que han cometido un único crimen: creer ciegamente en su Dios. Estamos condenando su devoción al tiempo que se convierten en mártires dentro de su comunidad que los ven como los cristianos ven a un Abraham parricida frustrado (Génesis 22:11) o a un David asesino de filisteos y mutilador de sus prepucios (Samuel 18:25-27). Los ven quizás como miembros importantes que siguen la historia de su religión de una manera que ellos no se atreverían a materializar - cuántos musulmanes matarían con sus propias manos - pero que de algún modo acepta que los ofensores de Mahoma merecen un castigo. De no ser así, no se estarían tomando su religión en serio, al fin y al cabo serían como los llamados cristianos que no saben cuáles son los diez mandamientos - el primero de los cuales, también es “peligroso”, no en vano exhorta a amar a Dios sobre todas las cosas, aunque ya me imagino que muchos dirán que “cosas” no incluye a las “personas”.

Por eso pienso que lo mejor que nos puede pasar es vivir en un mundo de descreídos que se bautizan y comulgan como rito de paso pero que no darían su vida  o quitarían la de otros por defender sus dogmas. Todavía mejor si viviéramos en un mundo de escépticos y agnósticos que usaran su cabeza para pensar y razonar con criterio y no para sostener cualquier fe. Por mucho menos cualquier otra institución no religiosa hoy estaría prohibida por violar los derechos humanos, aunque algunos de los prosélitos fueran hombres y mujeres correctos, se asumiría el riesgo de que en sus estatutos se hiciera apología de la brutalidad contra el otro - pues la religión como sistema de valores sólo es válida dentro de su seno. ¿De verdad hay que hacer excepciones con las religiones solo porque son parte de nuestra cultura? Yo de ser creyente temblaría sabiendo que este argumento ya está casi muerto en los debates sobre la tauromaquia...

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 9 de enero de 2015