Yo no quiero acostumbrarme
a la tristeza, a la apatía,
a la rutina y a la impotencia.
Yo no quiero acostumbrarme
a los gritos, a las lágrimas,
a los fracasos.
Yo no quiero resignarme
a pensar que soy así,
sin darme una oportunidad
para aprender a cocinar,
para aprender a cantar,
para aprender a contagiar
mis ganas de hablar en verso.
Yo no quiero convertirme
en una persona que amarga
una tienda repleta de caramelos,
en una persona
que programa con cautela
sus naufragios,
en alguien que sólo hace el amor
con la luz apagada, los días festivos,
sin niños en la casa.
Yo no quiero olvidarme,
como los desmemoriados,
de que está permitido ser afortunado,
de que no está prohibido reír.
Yo no quiero olvidarme
de que un día escribí este poema
porque creí sinceramente
en que podía aspirar
a helados en pleno invierno,
a besos desinteresados,
a conocer lugares secretos.
Yo tan sólo quiero acostumbrarme
a la felicidad como costumbre,
a tus abrazos como hábito
a tu amor como tradición.
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