viernes, 5 de septiembre de 2014

No venimos del mono

¿Conoce a Tiktaalik? Pues debería. Es su tataratataratatara...abuelo. Bueno, el suyo y el de quien se toma el café a su lado, el de quien se lo sirve, el del perro que se espera en la puerta y, en definitiva, el de todo animal terrestre porque Tiktaalik es el pez que se atrevió a salir del agua. Ciertamente, a no ser que usted se parezca a un cocodrilo, nadie diría que Tiktaalik es familiar suyo, aunque eso suele pasar hasta entre hermanos. Tampoco nadie diría que la trucha y el atún son parientes más próximos de los humanos que de los tiburones (porque los primeros son peces óseos y los segundos peces cartilaginosos), y que los familiares más cercanos de las aves se extinguieron hace mucho, mucho tiempo, pues sus infortunados allegados son los dinosaurios.

Todavía más extraño suena que las ballenas y los delfines tuvieran un antepasado terrestre que quiso volver al mar, aunque dejaran en tierra firme un primo tan fuerte como el de Zumosol: el hipopótamo, de hecho la evidencia molecular afirma que este último tiene una relación más próxima con las ballenas que con otros animales de pezuña hendida, como los cerdos y los rumiantes. Sueña raro y hasta increíble pero con millones de años la evolución puede hacer cosas fantásticas.

Hace no mucho, apenas 200 mil años, surgimos nosotros, los humanos modernos, aunque eso no nos sitúe automáticamente en escalas más elevadas de superioridad, pues esta palabra no sirve para ordenar los seres vivos en grupos cualitativos homogéneos, como bien demuestra el hecho de que el pie de un caballo sea más simple que el de un humano, pues tiene un dedo en lugar de cinco, aunque el pie humano sea más primitivo, ya que el antepasado que compartimos con los caballos tenía cinco dedos como nosotros, es decir, el pie del caballo ha cambiado más, por cierto que su dedo es nuestro homólogo anular.

Llegados a este punto creo que la pregunta: ¿pero si venimos del mono, porqué todavía existen monos?, ha quedado suficientemente contestada aunque por si acaso voy a aclarar que no venimos del mono sino que venimos, ¿lo adivinan? de un antepasado común que derivó en líneas evolutivas distintas: la de los monos (aunque mejor sería llamarlos primates no humanos) y la nuestra. Como hemos visto con el ejemplo del caballo, el hecho de que los monos se parezcan físicamente más que nosotros a nuestro antepasado común no implica que sea inferior. Claro que “el mono” no construye pirámides ni redacta tratados filosóficos, pero elegir a los humanos como estándar con el que juzgar a los otros organismos es malicioso, aunque sobretodo ingenuo, ¡nada justifica la suposición frecuente de que nosotros somos la cúspide de la evolución!

Yo lo tengo claro: cambiaría mi cerebro por alas. Sólo pediría que me dejaran las circunvoluciones suficientes para ser consciente de que vuelo y de que, por fin, surco el cielo.

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 5 de septiembre de 2014