Dicen que vivimos en la sociedad del conocimiento, que estamos tan bombardeados de noticias, ideas, cursos, reportajes, que si queda alguien que aún nada sepa es porque es mentecato de vocación. Lo que no nos cuentan es que dentro de la red de datos hay oscuros productores de ignorancia. Me los imagino en su despacho escribiendo informes falsos tan bien detallados que si no fuera porque son todo mentiras parecerían una descripción de algo verdadero. Algo así como los cuadros de Salvador Dalí o El Bosco, tan meticulosos eran en sus delirios que podrían habernos convencido de que ese mundo surrealista existía también fuera de sus cabezas. Por eso puede que haya muchos que, aún desenvolviéndose dentro de la actual selva informativa, sean víctimas de los señores de la confusión, los que crean ruido entre la opinión pública incluso en torno a cuestiones ya suficientemente comprobadas como el cambio climático o la teoría de la evolución.
¿Desconfiaría usted de la relación entre el tabaco y el cáncer de pulmón? Pues hubo un tiempo en que la industria tabacalera trabajó incesantemente para sembrar la duda. Después de la Segunda Guerra Mundial lanzaron una campaña de propaganda para defender el tabaco en contra de lo que la ciencia afirmaba; trataban de convencer a los consumidores de que fumar era natural y distinguido. Ya sabían que eso no era cierto y también que quizás no convencerían a nadie pero para ellos era suficiente con establecer una controversia que dejara al ciudadano un poco más expuesto a su droga legal. En su libro “Mercaderes de la duda”, Naomi Oreskes y Erik Conway afirman que la industria del tabaco hasta llegó a convencer a los medios de comunicación de que los periodistas responsables tenían la obligación de presentar ambas posturas.
Después de la tabacalera, pionera en esta técnica que Robert Proctor ha estudiado y bautizado con el nombre de agnotología y que, por tanto, investiga la ignorancia culturalmente inducida, hay muchas otras corporaciones que han querido hacer uso de los datos tendenciosos a su favor tanto en el campo económico, como en el político y cultural. Así vemos que la ignorancia no es solo el resultado de la ausencia de conocimiento sino también de intereses que presionan y que aprovechan nuestros sesgos cognitivos.
Yo que, entre otras cosas, me dedico a la educación alimentaria no me canso de advertirlo: cuidado, en las secciones de nutrición de las librerías hay de todo, pero pocas cosas con sentido. Y por eso mismo en los programas de alfabetización alimentaria que diseño no sólo tratamos de poner coto a la seguridad y a la higiene con la comida sino a la infoxicación, al empacho de información que nos deja con una duda sistemática de la que se sirven los vendedores de libros con dietas, enzimas, alimentos o suplementos milagrosos, tanto, que quizás todo lo que prometen sólo se consiga rezando.
¿Desconfiaría usted de la relación entre el tabaco y el cáncer de pulmón? Pues hubo un tiempo en que la industria tabacalera trabajó incesantemente para sembrar la duda. Después de la Segunda Guerra Mundial lanzaron una campaña de propaganda para defender el tabaco en contra de lo que la ciencia afirmaba; trataban de convencer a los consumidores de que fumar era natural y distinguido. Ya sabían que eso no era cierto y también que quizás no convencerían a nadie pero para ellos era suficiente con establecer una controversia que dejara al ciudadano un poco más expuesto a su droga legal. En su libro “Mercaderes de la duda”, Naomi Oreskes y Erik Conway afirman que la industria del tabaco hasta llegó a convencer a los medios de comunicación de que los periodistas responsables tenían la obligación de presentar ambas posturas.
Después de la tabacalera, pionera en esta técnica que Robert Proctor ha estudiado y bautizado con el nombre de agnotología y que, por tanto, investiga la ignorancia culturalmente inducida, hay muchas otras corporaciones que han querido hacer uso de los datos tendenciosos a su favor tanto en el campo económico, como en el político y cultural. Así vemos que la ignorancia no es solo el resultado de la ausencia de conocimiento sino también de intereses que presionan y que aprovechan nuestros sesgos cognitivos.
Yo que, entre otras cosas, me dedico a la educación alimentaria no me canso de advertirlo: cuidado, en las secciones de nutrición de las librerías hay de todo, pero pocas cosas con sentido. Y por eso mismo en los programas de alfabetización alimentaria que diseño no sólo tratamos de poner coto a la seguridad y a la higiene con la comida sino a la infoxicación, al empacho de información que nos deja con una duda sistemática de la que se sirven los vendedores de libros con dietas, enzimas, alimentos o suplementos milagrosos, tanto, que quizás todo lo que prometen sólo se consiga rezando.
Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 3 de octubre de 2014