jueves, 31 de diciembre de 2015

Tratamiento antiedad

A veces, cuando lo que te gustan son las cosas de calidad media, da un poco de vergüenza confesar que las aprecias. Ya saben, como cuando estás en un restaurante de cinco tenedores y tu querrías una hamburguesa y una Coca Cola. A mi eso no me pasa, ya saben que soy vegetariana, pero con los bombones y el turrón, ya hace años que tengo que admitir que Ferrero Rocher y Suchard me pueden en las sobremesas. El disimulo en mis atracones se justifica, además, si he acabado el segundo plato diciendo que ya no me cabía nada más en la barriga y que me era imposible repetir. Por suerte, la gula es compartida por el resto de comensales, así que creo que no me juzgan con severidad. Pero estas Navidades dispongo de una razón que se suma al gusto del chocolate combinado con el arroz crujiente y es la consigna del anuncio de Suchard: “En Navidad, todo lo que necesita un niño es otro niño”. Es cierto que la pobre madre del anuncio no sale muy beneficiada. A mí me hubiera gustado más que ella también participara del comportamiento infantil que muestra el padre con el hijo, no es justo que el sambenito de la madurez femenina se nos imponga eternamente. Yo que, según muchos, suelo ser seria, tengo grandes problemas para convencer a la gente, por ejemplo en una boda, de que no estoy ebria. Se sorprenden tanto de verme bailar desvergonzadamente (ridículamente dirían otros), que no se pueden creer que lo haga en pleno uso de mis facultades. Lo mismo me pasaba cuando siendo pequeña íbamos de excursión al campo, yo que en clase estaba en el Top 5 de las marisabidillas antipáticas, era en medio del monte una cabra salvaje. Creo que mis compañeros me preferían de ese modo, pero sospecho que no así mis profesores.

Pero volviendo a la Navidad, no hay mejor momento para relajarse un poco de todo el año, también de las vacaciones adultas del verano, con sus cruceros, sus visitas a museos, sus gintónics y sus lecturas de libros históricos, mientras nos bronceamos en la playa. Ahora te puedes permitir leer un cuento con dibujos, hartarte de chocolate a la taza, montar un Pesebre loco y quedarte embobado delante de los escaparates de las tiendas bonitas, de los que salen villancicos cantados por Ella Fitzgerald. Si encima tienes hijos dispones de material y excusas de sobra para jugar. Si han olvidado lo divertido que resulta hacer churros con plastilina, montar un puzzle, poner las vías de un tren eléctrico, construir con lego, recrear una selva con Playmobils, colorear un cuaderno medio olvidado, salir en bici por la ciudad acompañado de un triciclo, hacer trampas al Parchís o coreografiar una canción de Disney vestidos en pijama, aprovechen estas Navidades para recordarlo. Éstas son las fiestas de los niños, así no lleguen al metro de altura o , al contrario, estén cobijados en un cuerpo que sobrepase el metro setenta y cinco, usualmente vestido de traje y corbata o con falda recta y tacones. 

Olvídense de ponerse cremas antiedad, incluso de hacer deporte diario, lo mejor para envejecer muy tarde es sacarse, de tanto en tanto, las capas de adulto rancio que a copia de años se han incrustado en nuestra piel y, sin duda alguna, la manera ideal de lograrlo es disfrutar, como un niño y con niños, de la Navidad.


¡Felices fiestas!

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 25 de diciembre de 2015

viernes, 18 de diciembre de 2015

El debate contraataca

Alguien tiene que decir que el debate de Rajoy y Sánchez no estuvo tan mal, que al menos parecía un debate, no como el de La Sexta a cuatro, que fue como un docurreality con pruebas: que si los vamos a poner de pie, que si no van a tener atril, que si les vamos a impedir ir al baño…  Quién ganó o quién perdió lo deciden los votantes, como se suele decir, en concreto los votantes fieles a cada partido que ven con buenos ojos a sus presidenciables. Excepto los de Sánchez, según decían las encuestas, que hasta tiene que convencer a sus simpatizantes y afiliados. Yo me lo pasé mejor siguiendo el debate por Twitter, la verdad, analistas, bromistas y otros telespectadores ingeniosos hicieron trending topic con los memes. Hay algunos que no tenían mucho mérito, porque burlarse de un presidente que saca una hoja de libreta recién arrancada es fácil. Quizás, como Iglesias con su camisa, quiso dar un aire de naturalidad, de otro modo no me lo explico. En mi colegio presentar algo con esa apariencia era motivo, si no de un suspenso, de una puntuación a la altura de la chapuza. 

No obstante, para mí estuvo fino cuando rebatió la acusación personal de Sánchez, aunque sólo fuera porque utilizó unos insultos dieciochescos que sólo desafiarían al duelo al Capitán Alatriste. Los anacronismos no acaban ahí, desde la realización, al plató, pasando por el presentador, todo parecía más propio de una televisión en blanco y negro, no en vano esta idea se repitió muchísimo en las redes sociales. Pero insisto, la “modernidad” del debate a cuatro de hace un par de semanas tampoco me supo mejor, más o menos como los platos de la nueva gastronomía que me tienen que explicar antes de probar. 


Y hablando de comida y de cestas de la compra, ayer por la mañana leí un tuit importado directamente de Andorra, ya que en España desde el martes está prohibido publicar sondeos electorales. En concreto @Electograph revela que el agua está a 25,4€/l, las fresas a 20,6€/kg, las berenjenas a 19,6€/kg, las naranjas a 16,3/kg y los tomates a 4,5€/kg. Vamos que el agua está muy cara (y según algunos no nos podemos permitir eso), aunque por otro lado el menú de esta Navidad sea muy variado, y por suerte vegetariano. 

Siguiendo con el banquete, yo este domingo me voy a hartar de palomitas, la película promete ser larga e intensa. Para mi gusto y en contra de la tendencia popular, mucho mejor que la de Star Wars. Yo con tanto friki apasionado de la saga hace años que intenté apreciarla, pero a la media hora de Star Wars (episodio IV) me di cuenta de que era imposible que a mí algún día me gustara aquello. A día de hoy todavía sigo sin saber quién era el padre de quién. Lo que me parece más divertido es que los hombres no se han dado cuenta de que, simplemente, están viendo un episodio típico del canal Telenovela, eso sí, en un escenario intergaláctico y con peleas de espadas láser en vez de a gritos y tirones de pelo propios de los culebrones venezolanos que tienen a tantas mujeres enganchadas. 

En fin, disfruten del fin de semana que se augura apasionante entre las compras, las cenas de empresa, los estrenos cinematográficos y las elecciones. Voten y prepárense, porque me temo que vistos los antecedentes, las urnas se dejaran en los colegios por si a caso a los catalanes nos toca volver en enero.

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 18 de diciembre de 2015

viernes, 11 de diciembre de 2015

La mujer redonda: nuevas aventuras

La mujer redonda está a punto de poder ampliar su diámetro. Si el nuevo centro esférico decide no desplazarse, la mujer redonda, que todavía es pequeña y ágil, se va a convertir en una bola grande y torpe, tanto que no le preocupa caerse, está segura de que no se haría daño como ahora, sino que simplemente rodaría como una croqueta hasta frenarse con algún mueble o transeúnte -de desmoronarse en la calle- que la confundiera, si estuviéramos en diciembre, con una bola que decorara el abeto gigante que ponen en la Plaza de la Ciudad Vieja de Praga en Navidad. 

Por eso en realidad el problema no es que la mujer redonda se de de bruces contra el suelo, al contrario, el mayor contratiempo es que la mujer redonda se eleve como un globo de feria con forma de Minion y suba tanto, tanto, que prefiera quedarse a vivir en el cielo. 

Mujer navideña

Hasta que no supe que era técnicamente imposible yo juraba que había visto los reyes magos con sus camellos en el comedor de la primera casa donde viví. En mi memoria yo estaba escondida detrás del sofá y los veía poner los regalos que al día siguiente abría con mi hermana. Creo que esa mañana fue cuando ella me amenazó diciéndome que iría al infierno por decir mentiras, que eso era pecado, y todo porque le contaba -presumía un poco, es cierto- que yo había visto a sus majestades dejando los juguetes, y que ya sabía cuáles eran los suyos. Insisto, no fue hasta que supe que los reyes sólo existen en países anacrónicos y que precisamente los de Oriente no van en camellos, sino en coches de lujo, yates y jets privados, cuando tuve que replantearme mi falso recuerdo.

Por suerte tengo otros recuerdos navideños que sí son fieles a la realidad y que todavía me provocan ternura, como los maratones de televisión las tardes previas a la cena de nochebuena y nochevieja, mientras mi madre movía los muebles para hacer más espacioso el salón que tenía que acoger a abuelos, tíos y primos. Durante esos días siempre retransmitían películas americanas sensibleras y ambientadas en un mundo de casas grandes, acogedoras, hiperdecoradas de Navidad. Admitámoslo, sí, películas malas que me siguen fascinando aunque las tenga que ver sola porque mi marido es incapaz de consentir la falsedad que transmiten y les quita toda la magia con sus comentarios. En cualquier caso, yo sé que, por un lado, él se burla de mi inocencia, pero por el otro le complace verme feliz por nada y hasta canta conmigo Rudolph The Rednosed Reindeer.

Me considero afortunada porque soy mayor y me sigue gustando la Navidad. Cuando me encuentro a alguien que me dice que la detesta, me apiado de él, me parece como si al pobre le hubieran amputado la capacidad de apreciar las cosas bonitas. Aunque los turrones, las neulas,  los galets, las postales, el olor a chimenea por las calles, las figuras del belén en la Fira de Santa Llúcia, el escaparate del Paloma y el trenecito que recorre el centro de Terrassa no solucionen los problemas del mundo, aunque nada de eso parezca que sirva de mucho, aún así, pienso que es muy saludable que, ateos y anticonsumistas incluidos, disfrutemos de todo ello. 

Eso sí, yo me niego a que mi madre use mi calcetín de toda la vida para poner chucherías (o carbón) a mis sobrinas. Lo siento moninas, esa media de lana es mía y yo todavía tengo edad para comer monedas, paraguas y champán de chocolate. ¡Si es que yo todavía estoy nerviosa la víspera de Navidad! ¡Si es que yo todavía madrugo el 25! Pero sobre todo, yo me niego a estar triste en Navidad, incluso aunque este año no me traigan lo que llevo pidiendo desde hace cuatro,  incluso así, de veras, porque tendría que ser muy ciega para no ver que lo más importante ya lo tengo. 

¡Feliz Navidad!

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 11 de diciembre de 2015

viernes, 4 de diciembre de 2015

Bautismos prematuros y heréticos

Estaban a punto de poder quedarse embarazados, eso sí, pero la pasión que le ponían a la discusión sobre el nombre de la posible futura niña era demasiado precoz. Por suerte con el nombre de niño no tenían discrepancias, pero, ay, si tuvieran una hija… El posible futuro padre quiere ponerle el nombre de una ex novia y la posible futura madre dice que ni hablar, que como mucho le pondrán ese nombre a la cafetera americana que se quiere comprar esta semana. Él dice que ni lo sueñe, que el café americano está aguado y no sabe a nada. Ella insiste, venga va, si hasta se puede programar para que haga el café automáticamente y así la casa huela a casa de verdad por la mañana. Además, yo quiero una cafetera de esas de cristal como las de los dinner de las novelas de Paul Auster, prosigue tenaz. 

Y así siguieron un rato que acabó en consenso. La mujer aceptaba que su marido pudiera llamar a la pequeña como le diera la gana, siempre que lo hiciera en espacios cerrados que tuvieran el suelo de parqué. Por su parte, el hombre accedía a que la mujer llamara Minerva a la niña sólo porque quería ver la cara que ponía cuando la gente le preguntara el motivo de ese nombre de diosa romana (de la sabiduría, de las artes y de la guerra), siendo ella tan atea.

Política sin miedo

A mi me aterra cuando la política se confunde con la religión. En campaña electoral vivimos en un Olimpo de dioses de dos colores, azul o rojo y punto. Los centristas sólo son falsos ateos que buscan votos de ambos lados, o eso dicen los que piensan que sólo se puede hacer política proponiendo ideas bañadas de filosofía. A mi que hay pocas etiquetas que me parezcan útiles -exceptuando la de los botes de cristal de mi cocina que contienen productos a granel que guardé hace tanto, que ya ni reconozco-, pienso que hay que trascender la política de las ideologías y construir una que simplemente atienda a dar soluciones a medida y no proyectadas en serie según se arrojen por la derecha o por la izquierda. Temo que importe más el color y el costado de las propuestas que su conveniencia. ¿Qué se puede esperar de un partido que se pone antes al servicio de su credo y reprime cualquier propuesta que no conjunte con el tinte de su traje?

Yo anhelo una política que piense y que sea independiente, ambidiestra si quieren, cuando haga falta, sin miedo a recorrer la paleta de colores con la que según los daltónicos se pinta el mundo. Para mi no es ningún insulto que un partido pacte o se acomode a distintas proposiciones, no según su provecho para mantenerse en el poder, sino según el beneficio que aporte a los ciudadanos. Me temo que entre muchos españoles hay un miedo atroz a revelarse de derechas, es casi sinónimo de ser facha y retrógrado y harán cualquier cosa para salvar las apariencias, incluso votar a partidos que están al otro lado del espectro, a pesar de que sus propuestas pudieran no ser mejores. Ahora bien, también la otra mitad de los españoles piensa que declararse de izquierdas es automáticamente confesarse pobre. A mi esta división me parece anacrónica. Yo quiero una política para todos y si lo que va a generar más puestos de trabajo, si lo que va a favorecer una mejor gestión del dinero público, si lo que va a facilitar nuestra relación con el medio ambiente es una propuesta que viene de un logo u otro, bienvenida sea, a mi no me asusta que me llamen chaquetera. 

Yo querría delegar mi voto a un partido que no me trate como a un niño pequeño al que se le explican las cosas de modo tan excesivamente simple que acaban por reducirse a menos de la mitad. Yo querría votar a un partido que no me mienta, que no me diga sólo lo que quiero oír, que me exija cumplir mis deberes como ciudadana, incluso que me implique en el buen gobierno del país. Quiero que cuenten conmigo. Detesto cuando los políticos usan falacias en sus intervenciones, me parece un insulto, como si pensaran que pueden engañarme con trucos de mago de fiesta de cumpleaños. No nos menosprecien, confíen en que queremos votar al mejor partido (candidato, equipo y programa incluido) -o al menos malo, según se mire-, yo, a cambio, me comprometo a tratarlos como seres humanos, sin pensar que son monstruos sedientos de poder para corromper. 

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 4 de diciembre de 2015

jueves, 3 de diciembre de 2015

Cuentos de Navidad: Los humanos que no existen

Después de tanto artículo serio y tantos conversaciones sobre política mi marido me reclama un cuento, y además de Navidad. Casi no me lo puedo creer, siendo él el mismo que se burlaba hace unas semanas de mis ganas de poner el árbol. Cedió antes de tiempo porque vio una oportunidad para montar su belén, que este año ya cuenta con casita de Santa Claus y ocupa toda la mesa del comedor. 


Pues bien, no puedo escribirle un cuento a mi marido porque lo que pasó hace casi una semana me tiene obsesionada, así que permítanme que les cuente esto a cambio. 

Estaba yo el viernes por la tarde en casa, coloreando un cuaderno que me he comprado. Al principio pensé que 27 colores serían suficientes, luego ante la magnitud de los dibujos me di cuenta de que cuatro tonos de verde no eran nada, así que decidí volver a la librería a por una nueva caja de colores de madera, pero me contuve. Sabía que si me movía de la silla a esas horas, debían de ser las siete y media, mi perro querría salir conmigo y yo no podría soportar su mirada de pena al ponerme el abrigo y la bufanda. Siendo así, y como no me apetecía nada ir con él a la librería, porque él en realidad sólo quiere hacerse pis en todas las esquinas, me quedé mirando el dibujo a medio colorear. Bueno, reflexioné, quizás no tenga que pintar todos los árboles, arbustos, hojas y otros motivos florales de color verde, quizás el amarillo, el naranja y hasta el azul turquesa me sirvan. Así seguí pintando media hora cuando de repente alcé la vista y vi a mi perro de color lila. Ya está viejito así que supuse que se estaba ahogando el pobrecillo, pero su pose era tranquila, no intentaba vomitar como otras veces encima de la alfombra, así que me calmé justo para ver que el árbol de navidad se había convertido en un abeto de color rojo granate. A ver si a la que le estaba dando un soponcio era a mí, pensé, pero no, porque siempre que me encuentro un poco mal hago la prueba de los Tres Tristes Tigres y si pronuncio el trabalenguas sin errores, entonces es que estoy perfectamente, y así era. 

Me levanté de la silla aún a riesgo de darle falsas esperanzas a mi perro, y en el pasillo de camino al baño, a donde me dirigía para quitarme las lentillas que sin duda debían estar tiñendo mis ojos, los vi: ochenta reyes magos del tamaño de un ratón estaban aparcando sus camellitos debajo del radiador. Todos eran de color rosa fosforito y emanaban una luz a su alrededor que alteraba los colores de todo lo que alumbraban. Empezaba a entender lo que me había ocurrido en la mesa, pero la respuesta era si cabe más misteriosa porque implicaba a ochenta reyes magos de color rosa fosforito, con sus pertinentes camellitos, todos del tamaño de un ratón. Y estaban ahí, mi perro les empezó a ladrar a bajo volumen, como si estuviera siendo considerado con los pequeños tímpanos de las realezas y sus monturas, pero ni se inmutaron. Yo por mi parte acerqué mi mano para tocarlos, y los acaricié, eran blanditos como el shitake. Tampoco el contacto de mi piel pareció desconcertarlos, simplemente ni me veían, ni me oían, ni me notaban. Parecía que se disponían a acampar en el perímetro de calor del radiador: montaron sus carpas, distribuyeron su encantadora mini-comida y tuvieron a buen recaudo los regalos que estaban cuidadosamente envueltos y grapados junto a las cartas de los remitentes, niños de todo el mundo a los que Papá Noel no les había echo caso, y que intentaban con esta nueva misiva tener aquello que en diciembre no habían recibido. 

Mi marido no tardaría en llegar, se habían echo casi las nueve de la noche y yo y mi perro nos habíamos quedado allí embobados, rodeados de una aura tecnicolor que hacía de mi perro una berenjena peluda y de mí una mujer fantasma. Cuando abriera la puerta y viera todo aquello, alucinaría. Pero ese día mi marido llegó todavía más tarde que de costumbre y se lo perdió, porque a la que Slump y yo nos despistamos volvimos a recuperar nuestro color -y me di cuenta de lo sucia que estaba nuestra “patata”- y la diminuta corte real había desaparecido. No tardé en entenderlo: eran ellos, los Reyes Magos, Papá Noel, el Ratoncito Pérez y toda la tropa de la canción de Jaume Sisa los que no creían que nosotros, los humanos, existiéramos.